Primero aclaro: Hoy necesito exorcisar un poco la locura. O sea, esto será desordenado. Es que a la locura no se la exorcisa con orden, amigos míos. Además, hoy pinta no mendigar libertad sino tomarla.
LPM, ¡qué genio que es NICO IBARBURU!!!!!!
Ustedes dirán: “¿Recién te das cuenta?”
Y les responderé: “No, no… pero de alguna manera, sí”. Porque lo de hoy fue diferente… al menos adentro mío.
¡El corazón casi me explota hoy con Nico! Escucharlo hoy fue algo MUY mágico.
Alternó temas instrumentales con temas cantados de una forma tan bien sentipensada que sucedió orgánico, fluido, cómodo y tremendamente emocionante… con momentos de éxtasis absoluto, durante los cuales deseé ser argentina y pertenecer a un público un poco más participativo. Y eso que yo siempre agradezco ser uruguaya y pertenecer a un público silencioso y atento. Pero hoy… hoy fue hoy y hubiese querido oír a toda la platea cantando “Si te escucho cantar” y “Mapa Tesoro”, o a todos haciendo la clave de candombe que solo nos animamos 3 o 4, y despacito, a desembuchar. Es que sépanlo: hay veces que participar de la gozadera en forma activa es una cuestión de vida o muerte. Si todavía no les ha tocado esa emoción desbocada, les faltan unos cuantos shows musicales por ir a ver o algunos cerrojos internos que abrir.
Este musicazo increíble, que tenemos la suerte demencial de poder escuchar en vivo en este paisito, hoy se mandó el mejor show que yo haya visto de él desde que empezó a cantar en vivo. Alineadísimo, gozándose la vida, nos deleitó con una voz duuuuuuulce a más no poder, con una ternura infinita, y con una cualidad de sonido de voz que se zarpó de hermosura.
Pero a ver, ustedes que no estuvieron ahí, déjenme ver si puedo explicarles esto: ¿Vieron que Nico siempre fue un genio absoluto con la guitarra? Pero genio, genio, posta, de veras, de esos que no hay dos iguales. Imagínense un toque en el que todo el tiempo había un balance perfecto de su canto, realmente mágico, conmovedor y deconstructor de almas, con pasajes insólitamente geniales y maravillosos en la guitarra. La emoción solo aumentaba. Y cuando creías que ya no dabas más, aumentaba más todavía. De pronto cantaba y sentías que el amor era demasiado. Y cuando estabas en medio de esa operación cardíaca, él agarraba carretera con el guitarrón o la guitarra eléctrica y fa, en serio, ¡muy fuerte!
¡¡¡El PRI-VI-LE-GIO que tenemos de poder verlo en vivo!!! Es uno de los grandes regalos de haber nacido en este país y vivir en este tiempo. De verdad. Yo lo vivo así.
Otra cosa muy impresionante de esta noche en El Solís fue que ¡en una noche vimos y escuchamos a los dos mejores bateristas uruguayos!!!!! Gustavo Cheche Etchenique y Martín Ibarburu. ¿Cómo se sobrevive a esa emoción? No muy bien; ya se estarán dando cuenta.
El gigante de Martín Ibarburu. Martín me hace feliz cuando lo oigo tocar. Es como si él tuviera la llave de mi centro cardíaco con sus ritmos y con su redoblante. Y con sus platos, y su tom de pie. Hasta hace unos años la felicidad para mí era un helado de dulce de leche. Ahora la felicidad es, sin lugar a dudas, escuchar en vivo a Martín tocando la batería. Listo. Todo el resto del mundo se puede autodestruir y a mí no me importa nada si Martín está tocando. Hoy, para variar, hizo lo que quiso con su instrumento. Hoy me llamó mucho la atención, además, su especial cuidado, todo el tiempo, de no tener nada de protagonismo [que con algunos seres de la audiencia es bastante imposible que lo logre] y para apoyar al hecho musical fenomenal que estaba pasando ahí. Su pulcritud y perfección son casi indecentes. El buen gusto y la flexibilidad para atravesar fronteras musicales son para pellizcarse infinitas veces. Hoy, por ejemplo, volvió a hacer eso de tocar en un mismo tema algo que tenés que catalogarlo de candombe, jazz, pop y folclore, todo a la vez, y que suene formidable. Nadie sabe cómo logra lo que hace. Estamos los que lagrimeamos escuchándolo, porque emociona más de lo sostenible sin algún tipo de liberación.
En el piano, Manuel Contrera, que es maravilloso. Ya saben que yo no puedo discernir como para contarles qué hace, pero lo que sí noto es que su elección de notas no es la típica… te lleva a lugares que otros no te llevan, y eso está buenísimo. Lo que sí puedo identificar es que tiene ese no sé qué de la nueva generación de músicos grossos. Hay algo que seguramente sea una elección de determinados intervalos y vaya Dios a saber qué, que insólitamente los identifica. Una escucha sin saber quién es y puede fácilmente decir: tiene menos de 30 años. Y por suerte eligió tocar el piano de cola del Solís, que amamos tanto. La participación del piano en ese todo pulsante, es un ingrediente que hace que toda la música sea más cercana y más íntima.
Fernando “Pomo” Vera es un músico que me intriga pila y algún día espero poder escuchar separado del resto de los otros instrumentos. Elige un registro que a mis oídos un poco les cuesta escucharlo… simplemente porque se ve que soy medio sorda de esa frecuencia, y vaya si lo lamento. Pero pongo un esfuerzo importante para identificarlo y lo logro la mayoría del tiempo. Cuando lo escucho bien, ¡me dan unas ganas de subirle el volumen que no puedo explicarles! Lo que toca es buenísimo, groovero a más no poder y con la misma impronta anímica de los Ibarburu, con todo ese aire entre notas, con toda esa comodidad con la que tocan ellos y hacen su magia. Se nota además que con Martín se llevan impresionante musicalmente… como que se adivinan uno al otro, y entonces se da esa química que cuando sucede en una base rítmica lleva al tren con maestría.
Para cerrar, dos veces el público se puso de pie para aplaudir a Nicolás, Martín, Pomo y Manuel. Dos veces. Eso en Uruguay significa mucho.
En este desbarajuste exorcístico en el que ando hoy, voy a terminar contándoles sobre la primera parte del toque: ROSSANA TADDEI y su banda. No, no es una crónica, es un relato desordenado. Un compartir de algarabía. Un saltar regocijada por la maravilla de show al que tuve el buen tino de ir.
Inicio del show: Un ritmo de rock y Rossana de espaldas al público en actitud rockera a full. Y ahí arranca, esta monstruita increíble, esta capa del arte del escenario.
Hoy más que nunca, quizás por la charla que habíamos tenido pocos días atrás, noté cómo su atención estaba en cada momento, en cada detalle, en cada músico, en cada movimiento suyo. Si fuera algo completamente preparado, el asombro sería total. Siendo que es algo no tan preparado y más improvisado, una no da crédito. Y a la vez se divierte estrepitosamente, e improvisa magias de todo tipo. ¿Cómo hace? Y bueno, siendo ella y con sus dotes artísticas despegadas.
Rossana tiene tremenda comodidad para cantar cualquier cosa y un dominio rítmico apabullante. Y ella juega y se divierte. Y juega y se divierte más, y más, y más.
Vestida de rockera sexy (muy sexy), mostrando sus impresionantes piernas largas, con medias de gata y una minifalda de cuero negra, embrujó durante todo el show, demostrando que el rol de la mujer encima de un escenario es exactamente el que esa mujer quiere que sea. En este caso yo la interpreté poderosa y seductora, inteligente y muy atractiva, tremenda música, tremenda compositora, tremenda cantante y tremenda artista, con todas las letras.
Los temas “Fábrica” y “Destellos”, que me intrigaban, me parecieron geniales. La letra de “Fábrica” es brutal. Es que esta mujer tiene todo lo que un artista desearía tener: comodidad total en el escenario; diálogo fluido con el público; se va hacia los graves y agudos como quien se toma un vaso de agua; su timbre de voz que te envuelve y hechiza; su movilidad en el escenario; interactúa de manera relevante con los otros músicos; sus letras son obras de arte en sí mismas; sus musicalizaciones son originalísimas y maravillosas. Y encima es simpática y divertida, y se le ocurre chivear con la voz en el momento más inesperado… y eso hace bien. Te abre una puertita a que tú también te tomes libertades y disfrutes de la vida.
¡Rossana también tiene una banda de genios, de capos, de músicos cracks!
Para arrancar, tiene a Cheche, que no es de este planeta, y que es de los mejores bateristas que un cantante puede tener, porque está realmente por dentro del canto, de la letra, de la intención profunda del asunto. El gigante de Cheche Etchenique tiene esa habilidad, que no todos los bateristas tienen, de hacerte bailar [bueno, somos uruguayos y estábamos pegados con Novopren a las butacas, así que en vez de bailar como era debido, ahí estábamos cabeceando, moviendo las piernas, los dedos, las manos y hasta los dientes… pero no bailamos… ¡grrrr!]. Retomo. Decía, si le ponés atención a la batería, Cheche tiene gran parte de la responsabilidad de que tengas muchas ganas de saltar de la butaca. Él con sus miles de subdivisiones, su habilidad para tocar una música integral, completa, entera, íntegra, redondita en la batería, su relojito bestial, su sensibilidad infinita… sus patrones delicatessen, tan melódicos como rítmicos, su rock and roll apabullante, su candombe intravenoso… Cheche, ¡que es uno de los dos mejores bateristas de este país! [por no decir “del mundo”, que siento que lo es también… pero ahí me van a decir que soy una exagerada y no… aquí estoy mostrándoles mi siempre cabal mesura y centramiento a la hora de escuchar música] le puso a la noche eso que sólo él sabe. Porque los musicazos de este calibre aportan una impronta tan personal que no es reproducible, que va por un carril completamente distinto que su dominio técnico. Sí lo que logra hacer tiene todo que ver con su conocimiento musical, ese que hace que él sea parte profunda e importante de cualquier canción en la que participe. Pero hay un plus, una cosa personal, que es lo que hace que te emocione tanto escucharlo. Es una de esas antenas que te conectan con la divinidad. Solo queda hacerle reverencias cada vez que una se lo cruce.
Para seguir, cuenta con Santiago Montoro, que le puso tantísimo rock, finura y sabores exquisitos a los temas. El sonido de Santiago mata. Sus notas matan. Su alegría en el escenario mata. Su capacidad para meter 2 notas en el ángulo o despacharse con tremendo solo gozado mata. Al igual que Manuel Contrera, tengo la impresión de que sus elecciones musicales son distintas, inteligentes, muy muy interesantes [si supiera de notas, podría quizás contarles más, pero no sé].
Luego, a Alejandro Moya. Hoy se sentía notoriamente la complicidad, musical y también humana, de Moya con todos los músicos. Sus líneas de bajo dicen muchas cosas, cuentan historias con muchos personajes, arman una base sobre la cual es imposible decir bobadas y solo queda generar algo valioso y significativo.
El otro integrante de la banda, Gastón Ackermann, desde mi punto de vista hoy jugó un papel primordial con la trompeta. Tocó el teclado, pero me resultó difícil escucharlo pues el volumen no estaba muy bien balanceado, al menos desde donde yo estaba sentada. La trompeta fue esencial para darle al show de Rossana un matiz de carácter atrapante, sólido, con un cuerpo especial, de madurez y decisión. Además, la textura del sonido de la trompeta combinaba perfectamente con la textura de la voz de Rossana. Había una amalgama mágica entre esos dos sonidos. Nota: se mandó un solo absolutamente espectacular, que no aplaudimos mucho solo por no romper el hechizo. [Ah, déjenme decir que a Cheche lo aplaudieron por un solo pero a Cheche habría que haberlo aplaudido también por todos los contratiempos, por los hi-hats de sonido mágico, por los fills aplanadores, por los patrones de métrica insondable… y por todo lo demás].
En fin… esto no iba a ser una reseña. De alguna manera no lo fue y fue más un exorcismo. Y como no lo fue, puedo darme el gustito de mandarles ¡abrazos gozados!!!
Fotos: Ivonne Morales