Christian Cary: Solo voz y guitarras

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Christian Cary
, bien conocido como líder de la banda La Triple Nelson, se presentó en formato unipersonal, con invitados especiales, el pasado 31 de julio, en su show titulado “Solo voz y guitarras”, frente a un público que agotó las entradas de la sala principal del Teatro Solís.

La experiencia comenzó con la artista argentina Roma Roldán, quien abrió la noche con sus canciones propias. Para quienes no la conocíamos fue un muy agradable descubrimiento. Con su voz cristalina, tono brillante, excelente manejo rítmico, letras significativas y poéticas, y con una gran cancha para manejar situaciones imprevistas, Roma –acompañada muy profesionalmente, por Gonzalo de Lizarza en la guitarra en algunas canciones– hizo de una presentación telonera un show hermoso que fue un gusto vivir.

Christian Cary eligió comenzar su concierto “Solo voz y guitarras” cantando al piano. Me encantó ese guiño a la razón –quien sabe si decidido como tal o no–. Desplegó desde ese primer momento su abanico de virtudes, que en conjunto forman el fenómeno tan particular que es este artista.

Le gusta jugar con los sonidos, divertirse, nadar a sus anchas por todo el espectro de posibilidades. Cary no tiene ni miedo ni dudas con respecto a la música, o mejor dicho tiene puras certezas, convicción plena de que tiene que estar exactamente ahí y haciendo exactamente eso. Se entrega por completo, en cuerpo, mente y espíritu.

El despojo de toda traba y ese afán de vivirlo enteramente genera en la audiencia una fuertísima conexión individual y colectiva con muchas cosas. Menciono apenas algunas de ellas.

En primer lugar, con la libertad. Todos fuimos libres esa noche, durante ese tiempo-espacio generado por este ser especial.

Con la autenticidad. Cary le canta y toca de frente a tu corazón, así que no hay forma de hacerse el distraído, no hay manera de que no veas clara y sensiblemente tu paleta emocional, a medida que él va abriendo las puertas para que vayan apareciendo tu amor, tristeza, rabia, esperanza, aceptación, calma y todo lo que necesite ser visto, reconocido, transmutado o no según el caso.

Con el momento presente. De alguna manera hay de su parte un sacrificio de su intimidad y una apertura completa a compartirla con toda la masa de gente que lo escucha. A cambio, el impulso para ser conscientes de ese aquí y ahora es irresistible. Te embarga una especie de fuerza en espiral que te coloca en el centro mismo del instante.

Con la honestidad y nuestro sentir de compañía. Todos los matices de la vida pasan por delante a través de las diferentes canciones y una se siente acompañada en la Montaña Rusa de la vida. Lo llamativo es que en un concierto de estas características te sentís escoltada no solo por Cary, sino por todas esas almas que están ahí en ese momento, vibrando con lo mismo. Es entonces cuando se comprende que no se fue solo a escuchar, no. Se fue a confirmar que no estamos solos en la necesidad de conectar con lo que nos hace humanos, y que alcanza que nos juntemos físicamente con el mismo objetivo, para recordar lo que tenemos en común.

Déjenme detenerme un momento en su canto.

Es de lo más llamativo cómo hace lo que quiere con los graves y los agudos. El concepto de escala parece ser parte fundamental de su música y siento que eso le pone ese condimento especial de libertad del que hablaba antes. Por otra parte, tiene un dominio admirable del volumen, y tiene la capacidad para ser desgarrador o increíblemente dulce, de movilizar multitudes en reclamos enojados o de regalarte una canción de cuna que te haga sentir completamente a salvo.

¿Y qué hay del manejo archipersonal de los tiempos? ¡Y de los silencios! Si tuviera que elegir una característica como su marca personal, creo que sería esta. Estira o acorta las notas a su antojo, con maestría, con una creatividad infinita. Es impredecible [aunque mi vecina de asiento, que por cierto cantaba muy bien, acompañaba su extravagancia a la perfección] y a la vez, tiene una singularidad musicalmente hermosa. El secreto, creo, está en que nada de su originalidad surge para destacarse. Parece una necesidad auténtica que crece en las entrañas y desborda en forma de sonidos que bien podrían ubicarse sobre pentagramas ondulantes, con barras corredizas, cayendo, eso sí, misteriosamente a tiempo.

De la mano con su capacidad vocal está su relación con sus guitarras (¡sus varias guitarras!). Son una unidad indivisible, cómplices de pura creación. [Si nos ponemos exquisitos, claro… todas son cuerdas, solo que algunas están adentro del cuerpo y otras afuera].

Hubo varios invitados. Roma Roldán, Gonzalo de Lizarza [hermosa la intención sobre esas notas; disfrutable a más no poder ese sonido profundo], Laura Canoura [¿Cómo no amarla? Su espontaneidad, esa voz que nos identifica, esa fuerza… toda ella], Fernando “Paco” Pintos [hermosísima canción, “Caballos”, y dupla querible con Cary], Rafael Ugo [¡qué placer escucharlo tocar así el piano! y un lujo en la percusión], Manuel Contrera [gran arreglo para piano y cuerdas de un tema fantástico y siempre un gusto escucharlo en el piano o teclados], Camila Suárez y Lucía Arimon (violín), Bruno Genta (viola), Matías Fernández (cello) [impecables esas capas de profundidad, esas múltiples dimensiones vibratorias], Mariana Labrada y Lucas Cary [tremenda garra, buenas voces y muy buen ensamblaje con Christian], Luciana Mocchi [siempre es transformador escucharla y comparte con Cary la entrega absoluta con su voz y la frontalidad sin negociaciones, también el sentido de libertad y juego].

Hubo también un momento memorable, de Cary a solas, con sus loops, pedales, guitarras y demás, que bien podría abrir otra ventana más de posibilidades. Yo iría también, y con avidez, a un toque enteramente instrumental liderado por este musicazo con mayúsculas.

Porque queremos más, Cary, mucho más. Y te agradecemos con una reverencia por todo lo que entregás, por tanto talento, por tanta generosidad.

Foto de portada: Mathías Arizaga