Entrevista a Dany López

Dany López presenta su disco Polk en la Sala Hugo Balzo mañana, 30 de setiembre. A continuación comparto la entrevista hecha para Cooltivarte.com el día viernes 25 de setiembre de 2015.

Detrás nuestro crepitaba una estufa a leña y por la ventana se veía la rambla fría y desierta de Piriápolis. La transcripción es tremendamente extensa, pero el contenido es demasiado jugoso como para cortarlo. Ojalá lo disfruten.

Siempre fuiste de escuchar un montón de música. ¿A pesar de estar trabajando en la música seguís escuchando mucho?

Escucho menos. Cuando era niño escuchaba todo el tiempo y ahora no; ahora escucho muchísimo menos. Escucho música cuando estoy trabajando y cuando la estoy haciendo con otros, con muchos otros. Por lo general la música que escucho es música que no escucha nadie, porque está siendo compuesta por quienes están haciendo sus discos; entonces tengo primicias. Eso es parte del rol del productor. Entonces yo escucho muchísimo esas músicas que aún no fueron escuchadas por mucha gente. Las escucho muchísimo, hasta el cansancio, porque es parte de mi trabajo. Y las crío desde que nacen, desde bebé. Las escucho desde que apenas las leo hasta que se vuelven más fuertes, grandes, y salen a correr por el patio, hasta que no sé… están en el liceo. Las escucho durante todo el proceso. Y estoy mucho rato en eso. Entonces mi oreja queda un poco cansada. Por ejemplo, no me pongo auriculares para salir a la calle porque quiero escuchar la calle y porque me gusta estar con las orejas destapadas, escuchar otro tipo de información. De repente escucho música en el auto. Pongo discos de alguna gente que me copa.

¿Cómo descubrís música nueva?

En una época descubrí mucho a través de Youtube o de internet por referencias de revistas. Seguía la recomendación y me lo bajaba como el peor de los piratas. Porque por un lado, eran discos que no encontrabas en ningún lado y por otro, si te gustaban mil discos no te podías comprar mil discos. No estoy defendiendo la piratería de un modo explícito acá porque sí soy un gran comprador de discos también. En una época compré mucho disco. En este momento soy muy curioso de la música. Cada tanto amigos me recomiendan que escuche algo, lo rastreo, termino bajando el disco, termino comprando el disco. Dependiendo de cuánto me guste el disco, lo compro.

Compro mucha música de acá. Hago una especie de campaña pro artista nacional… si me copa. Incluso compro música nacional aunque no me cope, también. Compro de alguna gente que me cae divino, no me copé del todo pero igual compro el disco, porque siento que están en un camino y yo capaz que no lo entendí del todo todavía, o capaz que no me copo pero está en un camino y el tipo va a llegar y va a hacer algo alucinante, y si yo estoy apoyando eso, está bueno. En mi discoteca tengo abundante música uruguaya.

Cuando decís “no la entendí todavía”, para entender una música no en la primera escucha sino después, hay que escucharla más veces. ¿Vos hacés eso de escuchar una música que no te termina de convencer pero que sentís que tiene alguna cosa para dar?

Sí. Hay músicas que son de un nivel de “horrendez” que te espantan de una patada en el pecho [risas]. Aun a esas las pongo en situación de duda socrática, digamos. Luego, hay algunas músicas con las que me pasó algo que no me conecté pero te dan un indicio de que pasa más. La experiencia me ha enseñado que por lo general son universos complejos, o bosques intrincados, que para entrarles hay que andar por algún sendero más difícil de encontrar. Entonces he descubierto cosas que me han fascinado de esa manera, porque adentro de ese bosque había algo increíble. Pero había que desmalezar ese bosque; entrar al universo. Hay muchos ejemplos así. Te digo con nombre y apellido, Fernando Cabrera es un clarísimo ejemplo de un bosque complejo.

¿Cabrera te gustó de una?

Vos sabés que me gustaron más algunas canciones pero me costó más acostumbrarme a la voz. Me costó mucho que no me gustara Cabrera por la música, porque las melodías son intrínsecamente hermosas. La voz me costó un poco más porque cuando empecé a escuchar a Cabrera estaba escuchando otras cosas de otros lugares donde las voces eran bien distintas.

¿Y hoy qué te pasa con la voz de Cabrera?

La amo. Tuve una especie de conversión. Como aquello de Saulo en Pablo del Nuevo Testamento, ¿viste? De detractor de la voz, en particular, a ser un fan. Me encanta que cante así y me eriza los pelitos cuando canta así. Y cuando me encuentro con gente que está afuera del bosque, hago el esfuerzo. Les digo: “Pero escuchá, porque mirá que cuando encuentres esto, es un tesoro”. Yo creo que eso pasa con muchos compositores. No soy tan Spinetteano pero reconozco que hay un mundo, un universo Spinetteano que hay que entrarle. Si no le entraste, bueno, seguramente te estás perdiendo de algo y no es un universo inmediato. Y hay mucha música así, que no es inmediata.

Bueno, como te decía, tengo esa cuestión con internet. Estoy seguro que democratiza la información. Entonces podés escuchar gente que en realidad sería imposible acceder… o sea, podés entrar en el under de cualquier lugar hoy y en el under pasan cosas buenísimas. Yo cada tanto converso con otros músicos que me dicen cosas como “No, lo que pasa que cancionistas como en la época de los Beatles no hay”. Hay. Están en un lugar de under al que es difícil acceder. Me encuentro con joyas alucinantes en ese universo sumergido. Hay autores de puta madre, que no los conoce nadie… pero genios totales.

¿Qué tiene que pasar para que nazca una canción nueva de ti? ¿Hay alguna especie de patrón? ¿Que, por ejemplo, tengas que estar en determinada circunstancia? ¿O se da normalmente con determinado instrumento musical?

Mirá, no soy un trabajador de la canción ni de la escritura. Debe haber infinitas maneras posibles de componer pero conozco laburadores de la canción y de la escritura, que hacen el ejercicio permanente de sentarse todos los días a escribir o a agarrar la guitarra y luchar con una progresión de acordes, o con no sé qué. Cuando era muy chico capaz que lo hice un poquito, pero ahora no lo hago nunca… ni en cuete. La canción siempre aparece sola. No la voy a buscar nunca.

¿Y qué aparece normalmente primero, música o letra? ¿O no hay patrón?

Mmm, las últimas veces las dos cosas juntas, pero no aparece entero, aparece un hilito… a veces una frase. Apareció un pedacito de melodía con un verso y entonces tu tarea es ir tirando de la madeja e ir tirando y tirando. Lo que aparece en ocasiones es la necesidad de ir al encuentro de un instrumento porque… no sé, es muy raro, como algo corporal. Es una necesidad, un instinto, como un apetito. ¿Viste cuando te vienen ganas de comer una sustancia? Hoy quiero comer sambayón, ponele. Bueno, entonces pasa que sentís hoy quiero ir a la guitarra porque va a salir algo. Por lo general para componer a mí me gusta perderme en la guitarra. Como no es mi primer instrumento, es un instrumento donde fácilmente me pierdo. Me gusta no ir a los acordes que conozco. Voy y me pierdo. Voy a un lugar que no conozco, que no sé cuál es y ahí me meto e investigo. Eso cuando compongo desde el instrumento. Si, ponele, cuando estoy paseando, me viene una frase… cuando tenía perro me gustaba pasear el perro y siempre alguna cosa venía a revolotear. O cuando andás en auto. “Fauna” por ejemplo es una canción de tránsito.  Estaba manejando, rodeado de muchos autos. Mucha gente muy demente, otra gente muy gentil, otra gente cruzando en la cebra, la típica madre que adelante pone el cochecito del bebé… la fauna, ¿no? Y bueno, empecé a pensar “Fa, somos una fauna tremenda”, y ahí me vino todo el tema que dice del sentimiento al cuete de superioridad que tenemos como especie y siempre esa cosa llamativa de hacer esa particular distinción de somos humanos como si fuera un reino distinto al animal… que no. Estamos en el mismo reino pero hacemos ese esfuerzo de “están los animales y nosotros”, que a mí me cuesta mucho creerme. Eso me hace mucha gracia, me genera mucha empatía con los animales y me da también una cierta compasión con los humanos que tenemos esa patética soberbia y que la padecemos en nuestras relaciones y bueno. Entonces, por  ejemplo, “Fauna” bajó entera andando en auto desde el centro hasta mi casa. Vivía en esa época con mi mamá y ella tenía un piano de cola hermoso en el living. Llegué, me senté en el piano y salió entera. Después la grabé con guitarra porque me sonaba más para un costado folclórico, como una especie de chacarera.

Tengo la teoría absoluta de que la melodía es la reina. Bah, no. La reina es la canción. Es una monarquía matriarcal y la melodía es la princesa. Entonces, desde ese lugar que yo miro las cosas, aparece una melodía y la melodía manda. Después me ordena todo el resto. Va ordenando la progresión armónica, y todo va funcionando desde ahí. Después suceden todas las excepciones a la regla que se te puedan ocurrir.

“Libélula”, por ejemplo, bajó entera. Con texto y música. Estaba afuera, en casa de balneario, con la guitarra acústica en un living que resuena muy lindo, tiene un reverb muy bonito. Venía de la playa. Hay una estación del año en Punta del Este, entre febrero y marzo, que hay mucha libélula que ya le pasó la hora y las encontrás a todas con las alitas ahí, reposando en la arena. Y es una imagen muy linda, muy tierna… muy tremenda también. Y muy bella. Porque es un animalito absolutamente bello y como totalmente sutil y frágil. Bicho más metafórico que la libélula… que a parte vive toda una vida de capullo para volar creo que no más de un día o dos. Tiene una vida de vuelo, adulta, muy escasa. Llegué a casa, agarré la guitarra y bajó entera. En ese caso a la progresión en la guitarra la pedía la melodía, ¿no?. Es una progresión muy “acaetanada”. Yo me la imaginé como una especie de bolerito hecho por Caetano Veloso. Después le quité un poco ese tufo, lo dejé más como una especie de samba a lo Joao Gilberto, con una batida muy sobria y quedó así. Es una especie de samba melancólica de Joao Gilberto Caetanesca. La magia de esa canción es la melodía. La gracia está ahí. La melodía es como el vuelo del bichito. Para mí es la melodía la que como lengua de sapo fue formando la canción. O no sé cómo fue bien. Capaz que fue a partir de la palabra “libélula”, que es una palabra hiper sonora. Supongo que en ese caso la palabra libélula armó la melodía: Li-bé-lu-la… Sí, seguro.

Tus canciones, y cuando digo tus canciones digo todo, la letra, la música pero también el carácter que tienen, ¿te reflejan a ti en tu vida cotidiana o en las canciones salen aristas que no salen en la vida de todos los días?

Fa, creo que el que me conoce bien te diría que sí. El que me conoce poquito, capaz que dice “no… ese no es Dany”. Porque para el que me conoce así más rápido, soy una especie de tipo bonachón, simpático, así, permanente. Es que bueno, cuando me encuentro con gente por lo general mi actitud es esa. Pero soy bastante meditabundo; tengo un montón de pulsiones existenciales pasándome por dentro. Yo soy muy eso también: hipersensible, con una especie de antena que me duele todo. Reverbero con pila de cosas que pasan afuera y me paso sintiendo tocado. Yo soy mucho ese bicho que sí transitan las canciones. Y sí, soy un tipo que reflexiona mucho acerca del tiempo y esas cosas que hablan mis canciones. Pienso en eso.

¿Qué pensás del tiempo?

En realidad más que pienso lo padezco, en la mejor y en la peor. Yo soy muy de los vínculos, de mis quereres. Y mis quereres son las personas que quiero. El paso del tiempo, la gente que se te va yendo, tus viejos… yo qué sé. La gente que está en paralelo a vos y disfrutarla.

La contracara de que la gente se va es que la gente está.

Claro, y el disfrute de este momento. Creo que soy hiperconsciente de esas cosas. Hiperconsciente y eso me vuelve… estoy en carne viva todo el tiempo. Yo creo que me volví un tipo bastante más inteligente después de los veintisiete o veintiocho años, cuando entré más en conciencia de eso. Con esa ficha caída, yo me siento bastante un gourmet de la vida, la gourmeteo. Básicamente me cago de la risa todo el tiempo que puedo. Hago mimos y abrazo a todo el mundo cada vez que puedo y me gusta que me mimen. Tengo ese aspecto y después tengo el opuesto y, entonces, cada tanto saco mi bestia en algunas canciones. Mi bestia neurótica… no es un malo obvio, es un neuro. “Ya no me pregunto por qué siempre yo me pregunto por qué en cada rincón cada segundo…” Ah, es como agobiante ese bicho. Pero ese también soy yo, absolutamente. O “El tiempo vive en mí”: “Cada cosa en su lugar, cada cosa en su momento, siento que me falta algo, siempre que me sobra el tiempo. ¿Qué pasa? ¡El tiempo no para! Qué pasa con el tiempo que parece que no pasa, cuando si pasa el tiempo es pasado, pisado, siempre que algo ha pasado, pesado de tanta posibilidad pasada por alto en el momento. Y yo aquí me encuentro parado, sin saber qué hacer, mientras se pasa el tiempo”. Bueno, ese hiper neurótico estoy seguro de que soy yo también. O “Adrenalina”: «No me quedo amarrado a esta pena, a este mal de amor. Ya no quiero estar atado a esta pena, que me maten las espinas, que me moje el chaparrón». Esa es una frase de Anita Prada. Tenía la melodía pero no le encontraba la letra y apareció Ana y dijo eso, y  yo dije: “Ah, pero ese soy yo tal cual; me pintaste”. Eso es una frase bien Anita, con mucha lucidez para escribir con los elementos: el chaparrón, las espinas… sanducera.

Dicen que todos los seres humanos tendemos a buscar seis valores fundamentales. Estamos como persiguiendo seis cosas: felicidad, plenitud, libertad, paz, amor y evolución.

Fa, sí, concuerdo.

Yo te las voy a decir de a una y quiero que me digas qué canción tuya se te viene a la mente.

Felicidad:

Capaz que “Lugar donde nunca fui”.

Plenitud:

Lo primero que me salió fue Nada” que dice: “Nada me alegra si vos no estás; nada me alerta si vos no estás; me desintegro si vos no estás. Todo parece si vos no estás. Nada como nada, nada como nadie, nada como nunca, nada como stop”. Y bueno… y capaz que tiene que ver con cómo yo encuentro la plenitud, yo soy mucho de encontrarla con otros. Me pintó por ahí.

Libertad:

De libertad hay varias pero “Lugar donde nunca fui” es de un neurótico que en un momento abre el plexo y sale. Después, “Nadie sabe lo que va a pasar”, que es una canción que me divierte mucho, que para mí es una especie de autoeslogan. Es indeterminista, es muy explícita. Yo realmente tengo ese credo: nadie sabe lo que va a pasar. No tengo ningún cálculo; no hago predicciones; trato de no condenar a nadie tampoco. Esa canción me resuena mucho.

Paz:

“Libélula” es una canción que me da paz. Después hay una canción del disco nuevo, que se llama “Milonga de arena”, que es muy bonita y me lleva ahí.

Amor:

Yo tengo mucha canción de desamor. Me ha resultado más fácil escribir desde el desamor que desde el amor. Pero “Perdido por perdido” es una canción de amor. Un amor medio tremendo, posesivo. Un tipo muy destrozado, muy desarmado… bueno yo fui así buena parte de mi vida. «Noche de San Juan», que es una canción de un amor extraño. En realidad en esa canción me posiciono frente al amor desde otro lugar, quizás también viendo en la vida muchos amigos que luchan porque su amor no sea mirado mal. Estoy hablando abiertamente del tema gay. La canción te habla de que todas las formas de amor valen la pena. “Musa” también es una canción de amor. Quizás de ese amor más adolescente, en el que siempre quiere esa cosa absolutamente ideal, ese abrazo con el infinito, de esa cosa completísima, la plenitud. “Milonga de arena” es una canción de amor. “Rubí” es de las más románticas; es para ganar chicas. Se la debo haber hecho a González.

Evolución:

Creo que en general mis canciones están paradas en ese lugar. Del tránsito de una persona en el nivel del tiempo y en este mundo real. Entonces, todas hablan del tiempo vivido, pero evolución a nivel de la vivencia, de cómo evolucionás en tu vida. Jung diría la individuación.  “El tiempo vive en mí” habla de eso. Muchísimas… todas están hablando un poco de eso: “Vidala del tiempo”, “Baguala de la Piedra”, “Radical”. Este último disco habla mucho de eso.

En la canción Germinal, ¿qué es la gota de azul suspendida en el aire?

Es la canción entera. Esa es una de las canciones que más me gusta del disco. Vos sabés que estaba un día en la cabaña en Punta del Este. Es una casita de troncos y estaba solo con la guitarra. Compuse varias canciones esa semana. Esa cabaña suena precioso. Era uno de esos días como pesados, en que va a llover pero no llueve. Se siente el peso. Y en un momento parece como que el paisaje se congelara: todo quieto, hasta el último pastito. No se mueven las hojas de los árboles, nada. Hay una especie de pausa. Toda la canción habla de ese universo en pausa. Entonces es un poco ficción, también. Un poco disloco la poesía del lugar y hago un panorama un poco más seco para que me permita escribir.

¿Y no tiene nada que ver con el bar?

Bueno, acá viene el asunto. Tiene que ver con el bar, sí, pero muy lejanamente. Pero viene a propósito. Yo al principio muestro: “Ya viene llegando, puedo adivinarlo, en el aire quieto del lugar. Ni una hoja se mueve cuando calla el viento, cuando no habla el viento solo cabe esperar. Solo el tiempo sabrá lo que el viento traerá”. Es la suspensión del tiempo, es el tiempo suspendido. En este caso por el clima o por cómo vos te colocaste con el clima. En el segundo párrafo habla de una semilla: “La semilla espera bajo la tierra seca transformarse en piedra o germinar en un brote verde al fin. Solo el tiempo sabrá lo que florecerá».

O sea, en la primera estrofa te presento el anhelo de que pase algo. No se mueve nada. Después, ¿por qué ese anhelo? Bueno, hay cosas que están esperando para crecer. En este caso una semilla bajo la tierra seca esperando germinar. La canción se llamó “Sertão” durante mucho tiempo en mi maqueta en la computadora. Porque me imaginé una especie de nordeste brasileño. Una semilla mucho más desesperada porque cayera agua que una semilla uruguaya. Una semilla uruguaya es una semilla bastante feliz, con oportunidades [risas]. Entonces me puse en plan más dramático, una semilla en un lugar más árido. Termino la canción y al final le grabo una especie de final feliz. Entonces dice: “una gota de azul suspendida en el tiempo, una gota de azul suspendida, una gota de azul”. Le voy sacando palabras al verso. Voy haciendo poesía quitando partes y dejando la imagen, quitando el verbo. Quedándome con el sustantivo. El sustantivo es lo poderoso, la gota que está por caer pero nunca cayó. La canción termina y la gota no cayó, está ahí. A mí me pareció mágico poder hacer toda la canción sin que se resolviera. El asunto es que no le encontraba el nombre y uno de los ingenieros de sonido, creo que Nicolás, me dijo: “Dany, el bar de tu padrino, Germinal. Claro, la semilla, Germinal”.

En mi familia ese bar fue algo muy germinal; ese bar fue muy generoso. Mi padrino, inmigrante llegado de España a Argentina, y de Argentina a Uruguay, que se encuentra con mi abuelo, que también había venido a Uruguay, trabajan en una fábrica de vidrio como obreros, se deciden a asociarse para poner un negocio, con los ahorros que juntaron como obreros, en una época en que la ascenso social era más posible que ahora. Compran o alquilan la esquina de 8 de Octubre y Berro. Mi abuelo Rodríguez, que tenía un espíritu como socialista, había leído a Émile Zola, o le había llegado Émile Zola por algún lado, y de ahí viene “Germinal”. Y también el nombre de mi mamá, que es un personaje de una obra de Zola. De ahí viene todo eso. Entonces ese bar fue como una cuestión floreciente. Pusieron el bar, lo laburaron, salieron de una industria e hicieron su iniciativa personal. Prosperaron. Entonces, en el sentido familiar, el bar fue un pasito, pero importante… con una apuesta ganada. Capaz que también por ahí vino pero no habla de eso.

Te voy a cambiar de tema. ¿Qué hace un productor de discos?

Cuando se dice “Productor” se habla de muchas cosas a la vez y hay muchas formas de ser productor. Vos podés ser Productor Ejecutivo, que son los que ponen el dinero. Pero yo tengo más asimilado el nombre de Productor Artístico, que también puede hacer muchas cosas.

El primer productor de discos que hubo fue un tipo que iba a algún lugar donde había música que le interesaba, ponía algún sistema de grabación y recolectaba esa información, la juntaba en un medio vendible y la vendía, como para que estuviera en la radio. Era como un musicólogo interesado en distribuir. Después eso fue mutando. Cuando empezó a ser lucrativo el asunto, cuando encontraba esa gema que valía la pena grabar, se preocupó de grabarlo mejor y se empezó a cruzar con otros roles: ingeniero de sonido, etc. Yo notoriamente no soy un ingeniero de sonido. Me parezco más a un rol que empezó, te digo, George Martin, que es uno de los ejemplos más claros del productor. Él era empleado de la discográfica que contrató a los Beatles, EMI, y le pagaban un sueldo por producir. El tipo construyó el rol del productor independiente.

Mi forma de encarar la producción es que el artista abre su corazón, abre su casa de canciones y me dice “Che, Dany, tengo estas canciones, escuchalas” y ahí vamos trabajando. Leemos cuarenta mil veces estrofa por estrofa, línea por línea, palabra por palabra. Vemos si está resuelta la escritura, la poesía de la canción, la melodía, las partes… vemos si falta una parte. En muchas producciones he terminado siendo coautor porque faltaba una parte y no salía, y bueno. O me parece que está todo bien, estás bárbaro como músico pero te falta hacer crecer tu poeta… laburemos la poesía, a estudiar. Entonces cuando trabajás con gente que es muy joven está buenísimo poder hacer eso. “Estudiá… averiguá qué es la poesía concreta; metete con los brasileros”. Los mando a leer… O “estás siendo demasiado catártico en lo que escribís” o “tu literatura está plagada de verbos y no me mostrás nada del mundo”. Me meto mucho con la escritura; después me meto con la composición. “Bueno, sí, está todo bien pero aburre”. Todo esto ocurre en una buenísima, en la mejor. No está pasando nada porque en la A estás haciendo una melodía que es lineal y la B sigue siendo lineal. No cambia la métrica ni la interválica, ¿qué pasó?” Entonces, a mi gusto, la mejor forma de trabajar una producción es empezando por la canción. Pero eso no es compartido por todo el mundo.

Después de que vos hacés eso con la canción, de laburarla mucho, porque para mí es importante… porque la canción tiene que ser muy honesta y tiene que aguantar huracanes. La canción tiene que ser guapa. No tiene que ser una cosa que venga un productor que te la maquille. Me parece que le estoy vendiendo un decorador de tortas. Después de que la canción está fuerte sí hacemos todo lo que tiene que ver con cómo la vamos a grabar, con qué sonidos. Después arranca todo otro camino: los arreglos, en qué estudio, los músicos. En casi todos los casos yo me encargo de escribir los arreglos, manejar el groove. Después vienen los músicos, ensayan… y acompañé todo el proceso desde el principio hasta el fin, la mezcla, etc. Ese es el trabajo mío. No siempre se hace así. A veces el productor toma la canción como hecho consumado y de ahí parte.

¿Qué diferencias hay entre ser productor de tu propio disco o de un disco ajeno?

Hay muchas diferencias. El primer disco, “Acuario”, lo hice con dos productores más. Con Inés Saavedra, una gran amiga mía. Yo había producido dos discos de Inés antes y teníamos un vínculo muy confiado, entonces Inés me ayudó muchísimo a ver mis puntos ciegos. Después, con César Lamschtein, el ingeniero de sonido, que también hacía más producción de estudio, de cómo quería que sonara cada instrumento.

“Canciones cruzadas” y “Polk” los trabajé distinto. Canciones cruzadas lo produje yo, también con Marcelo Delacroix, el otro autor, y Polk fue una producción mía.

A Polk lo fui haciendo muy despacito. En cuanto baja una canción, la grabo lo antes posible de alguna forma. Entra la melodía a la máquina, y por lo general compongo de una forma en que la trama y melodías ocurren en simultáneo a esa melodía líder. Sucede de manera muy natural. Sale la canción, grabo la guitarra, la melodía, y empiezan a volar en mi cabeza un montón de voces que conversan con esta voz. Grabo un montón de elementos. En ese caso, como productor lo tengo un poco más organizado. Hay una etapa que la producción es la maqueta, después tengo que elegir el estudio, los músicos. El arreglo por lo general siempre está hecho y lo que tengo que hacer es pensar quién va a tocar. Después sí hago más de productor de estudio. Me divierto mucho. No lo disocio en nada a esta altura. La autoría se funde con el de arreglador y productor hasta que no me doy mucho cuenta. Me divierte mucho. Soy muy celoso de ese laburo. Soy una especie de mastín, soy un doberman con mi música últimamente. Acepto que me den miles de consejos pero con mis músicas estoy muy arriba. Me costaría mucho en este momento coproducir. Lo disfruto como loco. Soy como un nene agarrado a su juguete.

 

¿Qué va a pasar el 30?

El 30 de setiembre presento Polk en la Sala Hugo Balzo del complejo Adela Reta.

Viene una barra que es dream team. Te lo digo como si fuera un cuadro de fútbol: Martín Ibarburu en el arco. Tremendo arquero. No entra un solo gol ahí. Ahí tenemos el arco asegurado. Después de back tenemos a uno de los mejores bajistas de Uruguay, Gerardo Alonso. Luego de puntero derecho tenemos a Eduardo Mauris, que es un guitarrista finísimo, elegante, un coloreador, un tipo súper sutil. Va a tocar tres guitarras distintas. Después de puntero izquierdo voy a tener a Palito Elissalde, guitar hero, solo guitarra eléctrica. También de backs vamos a tener a Camila Ferrari y Janisse Richards, dos coristas que conocí en el show de Carmen Pi que me parecieron alucinantes, divinas ellas. Ahí se arma como la herradura de músicos. Yo no voy a tocar piano en este show, voy a tocar guitarra, porque me siento muy cómodo escénicamente con la guitarra, y también porque los conciertos son más fáciles de hacer sonar en este tipo de concierto en particular sin el piano de cola, que es difícil de microfonear en vivo, sobre todo cuando todo el mundo está tocando fuerte. Opté por sacar el piano. Toco la guitarra.

En el concierto se van a hacer muchísimas canciones Polk. Hay bagualas, milongas, zambas. Va a haber algunas de Acuario. Algunas van a sonar más a pop rock.
Tengo de invitada a Carmen Pi, que es una maravillosa cantante y amiga, con quien hemos compartido mucho. El año pasado laburamos en Jardín Carmín. A Samantha Navarro, otra amiga alucinante, una de las capas compositoras de Uruguay. Y Fabricio Guaragna, también conocido como Astromelia, es un performer audiovisual que nos va a sorprender. Waldo Melgar haciendo mapping sobre una superficie, diseñada por Alejandra Gonzalez Soca en colaboración con Fernando Foglino. Diego Viera en iluminación, en el sonido Diego Rey, Pedro Capote como asistente de escenario, producción Carolina López, y en el telón va a estar Pría, una artista uruguayo-brasileña que va a venir acompañada por dos músicos que los dos se llaman Camilo.

¿Dónde se compran las entradas?

Tickantel (eso es Abitab y Redpagos) y la boletería del Sodre.

Foto: Federico Meneses (Cooltivarte.com)

Foto: Federico Meneses (Cooltivarte.com)

Queda aquí una de las canciones que mencionamos en la entrevista: Germinal.

 

Entrevistadora: Patricia Schiavone

Luis Salinas (en La Trastienda)

Reseña escrita para COOLTIVARTE.COM

Anoche, 24 de setiembre de 2015, se presentó Luis Salinas en La Trastienda de Montevideo, junto a cuatro grandes músicos uruguayos y su hijo, Juan Salinas.
En teclados: José Reinoso. En bajo: Francisco Fattoruso. En la batería y percusión, alternadamente: César Durañona y Martín Ibarburu.

Abrió la noche Luis Salinas a solas con su guitarra, tocando una versión muy suya, jazzeada a más no poder, del tango “Volver”. Este fue mi primer contacto con la música de Salinas en vivo. Ese primer momento me impactó por la combinación de dulzura y decisión, de emocionalidad y temperamento. En los últimos compases se acompañó por la voz. La verdad es que no me convenció escucharlo cantar en ninguna de las oportunidades que lo hizo. Entiendo que como músico le nazcan las ganas de cantar pero me parece que no le aporta a su música.

Para el tema siguiente invitó a Martín Ibarburu, diciendo: “Tengo la dicha de tocar con gente que quiero y admiro mucho, como Martín Ibarburu. Fuerte el aplauso”.
Ahí comenzaron los problemas de sonido que se mantuvieron casi toda la noche: acoples varios y volúmenes bastante mal manejados. La guitarra en este tema estaba por allá arriba y la bata no suficientemente clara. La sensación en el cuerpo que yo tuve al ver este primer tema fue de algo improvisado. Esto es entendible, ya que están juntándose músicos de diferentes orillas del río, pero no estamos muy acostumbrados a ver a Martín Ibarburu tocando con poca decisión y mirando a ver qué es lo que va a pasar el segundo siguiente. Por ahí me equivoco, y siéntanse completamente libres de comentar abajo en ese caso, pero así lo percibí. Evidentemente fue una improvisación genial, con momentos muy lúcidos y muy sensibles por parte de ambos, pero la sensación de inseguridad me resultó un poco incómoda.

Luego Martín salió y Salinas invitó al escenario a José Reinoso. El sonido del teclado de José y de la guitarra de Salinas hacen una combinación muy fantástica. Además del sonido, también hay una sintonía notoria de intención musical en ambos. De todos modos también en este primer tema con José la sensación era de estar en una jam. Las jams tienen lo suyo, claro. Fue en esta canción donde me cayó la ficha de que la guitarra de Salinas es una extensión de su cuerpo. Músico e instrumento, en este caso, no se ven como dos entidades sino como una..

Entraron Francisco Fattoruso (bajo) y César Durañona (batería). Para mi gusto el volumen del bajo estaba demasiado alto (se acomodó recién en la bossa nova), el del teclado demasiado bajo, y la batería tendiendo a baja también y continuaba mi sensación extraña de estar viendo a músicos que siempre vemos confiados y decididos, en una actitud de “¿qué va a pasar ahora?”. El sonido de Francisco es maravilloso y su toque también. Lo mismo con César… es un espectáculo lo que toca y cómo lo toca. Pero, independientemente de la ejecución en sí, para mí faltaron dos ensayos para que pudieran soltarse y transmitir un poco más.

En cuanto a César en la batería, cada vez que lo veo me sorprende con los saltos cuánticos que va dando. Anoche tocó algunos pasajes a una velocidad rapidísima y a un volumen bajito, bajito, que es algo muy difícil de hacer, y lo tocaba con una comodidad asombrosa y envidiable. Tremendo buen gusto mostró en una cantidad de pasajes y me impactó, una vez más, la solidez de su sonido. Esa combinación de sutileza, dulzura, firmeza y velocidad es algo de otro planeta. Qué genio. La descosió.

Y en un momento llegó el candombe, que para mí fue lo mejor hasta ese momento. Fue cuando me engancharon. Martín Ibarburu en la batería y César Durañona en la percusión, Francisco Fattoruso en bajo, José Reinoso en teclado. Así quién puede perder, ¿no? El solo de bajo de Francisco en el candombe fue de alquilar balcones. Pfff, una belleza. Las melodías de Salinas fueron realmente hermosísimas, el solo de José genial y Martín (bata) y César (congas) hicieron algo realmente bello entre los dos. Martín bancó estoicamente un ritmo de candombe rapidísimo por no sé cuántos minutos de manera brutal. Y sobre el minuto 50 se mandó el primer momento mágico baterístico: un solo Ibarburu de los mejores. Tanto que amagó a terminarlo y Salinas le gritó que no, y lo siguió una vuelta más. Me gusta que Salinas valore a Martín como se merece.

El eclecticismo rítmico de la noche nos llevó a un bolero con la mejor sección rítmica de la historia. Los sonidos de Reinoso y Salinas resaltaron en esta canción como igualmente claros, dulces, calmos, muy agradables.

Luego pasó César a la batería y entró Juan Salinas al escenario. Este tema fue un disfrute importante. Todo sonó bien amalgamado y se sintió desde el público el disfrute de todos. Juan Salinas, que no debe tener más de 16 años, tocó fantástico, con mucha energía y muy buen gusto. En las teclas y en la bata José y César tocaron genialidades. Cuando empezó su solo Juan a todos se les dibujó una sonrisa. Fue una inyección de vida que los animó y nos animó a todos.

Y ahí, cuando estábamos diciendo “ah, qué bueno”, vino un descanso. Iba como una hora y cuarto de toque.

Ese último tema de la primera parte y la segunda parte para mí fueron otro toque diferente, y más gozado. No faltó algún acople y en algún momento necesité otro balance de volúmenes (¡la percu!!!) pero estuvo muy bueno.

La segunda parte comenzó con Martín en la bata y César en la percusión (estuvo buenísima esa variación toda la noche entre los dos músicos e instrumetnos), Francisco, José y Luis Salinas. Jazz a full. El lenguaje de jazz de Martín en este primer tema fue realmente exquisito. Algo comparable al castellano de Borges, por decir algo. Francisco le metió toda la alegría del mundo y Salinas se pasó con su guitarra. Melodías hermosas y virtuosas también. La dupla Martín y Francisco en este tema fue algo muy, muy genial. Ahora sí le dieron más volumen a la batería (¡se necesitó desde el comienzo!).

Para el segundo tema volvió Juan Salinas, quien participó en casi toda la segunda parte, y continuó despertando gestos de aprobación entre los músicos y generando un impacto en el público que modificó completamente su energía. Los temas de esta segunda parte también fueron diferentes, con otra fuerza, otro carácter. El sonido y la intención de Juan en la guitarra son bien diferentes a los de su padre. Más vivaz, con más energía y a mí me dijo más cosas. Por ahí los volúmenes, de nuevo, se desequilibraron: la guitarra era lo que se oía. La percu y el teclado como que no existían. La bata y el bajo se perdieron.

César y Martín hicieron enroque y fue la primera vez que vi a Martín tocando percusión. Hubo una seguidilla de solos que emocionaron corazones: Juan Salinas primero (revitalizante), Francisco Fattoruso después (slaps a full, fascinante, gozado), César (solidez total, impresionante creatividad… ¡esos compases mechados de murga fueron geniales!), José Reinoso (ahora con otra vitalidad, muy muy lindo).

Pasado ese pico de éxtasis, vino una balada muy hermosa, una especie de canción de cuna, con Martín en la bata (y su backbeat rompecorazones) y César en la percu. La guitarra de Luis Salinas con una dulzura extrema. Todos los instrumentos sonaban muy, muy dulces y llamaba alegremente la atención el marcado del tiempo firme de Martín. Combinación maravillosa. Francisco de nuevo se mandó un solo divinísimo. Y finalmente el público contribuyó con un coro afinado y todo.

Siguió todo el groove. Todos los músicos dejaron salir lo mejor de sí a esta altura, y la gente se levantó de las sillas ¡y bailó! Los que conocemos a los uruguayos sabemos cuán meritorio es eso para un músico.

Luego hubo bises y el toque terminó con un César divinamente poseído en la batería.

Fue como ir a dos toques diferentes, uno antes del corte y otro después; para mis preferencias personales el segundo estuvo mucho mejor.

«de Nada»: Berta Pereira y Pollo Píriz

Crónica escrita para COOLTIVARTE.COM

 

Hoy da miedo escribir este texto y romper el hechizo.

En serio, esta vez no les voy a contar acerca de cada canción ni de cada momento mágico porque siento que lo estropearía. Lo que sí puedo decirles es que los shows de estos dos seres de luz son algo absolutamente necesario para tener una experiencia de vida más gozosa, más plena.

¿Notaron cómo algunas veces sucede que cuando nos encontramos con alguna persona y tenemos un intercambio, después decimos o pensamos cosas como “me alegraste la semana” o “me arruinaste el día”? Es una realidad que todos nosotros tenemos el poder de transformarle el ánimo al otro. Me animo a afirmar que Berta y Pollo hoy de noche les transformaron el alma a todas las personas que estaban en la sala. El cambio que produjeron en mí fue una ampliación de percepción: los hombros hacia atrás, el pecho completamente libre y expandido, una sonrisa plena y un cuerpo energético interno vibrando con una alegría calma, con aceptación y aprobación de eso que nos caracteriza a los seres humanos: las emociones.

Hace poco escuché a Sergi Torres (un español al que si no conocen, tienen que googlear) decir que las tres cosas que se necesitan para ser feliz son: Aceptación, Honestidad y Confianza. Durante la hora y media de show sentí que estas tres características estaban presentes en Berta y Pollo y que se iban generando y regenerando en el público: la aceptación de quienes somos y de que la música surja y se manifieste de manera natural; la honestidad indoblegable de aquello que pide ser expresado; y la confianza a rajatabla en todo, en todos y en el todo.

Es una lección de vida la humildad auténtica que emana de ellos, a la vez que hacen una música tan pero tan hermosa. Es una oportunidad de conectarse con la autenticidad propia y colectiva. Las interacciones entre ellos en el escenario son también una permanente muestra de amor… que hace bien al corazón.

Efuka Lontange participó como artista invitado dándole al show un toque genial, de magia, misterio, fantasía y diversión.

El escenario estuvo arreglado con muy buen gusto, como podrán apreciar en las fotos (en el sitio de Cooltivarte). La responsable de la escenografía fue Verónica Artagaveytia.

Tocaron muchos temas de su disco “Gracias” (¡que tuve la brillante idea de comprar!) y otras maravillas.

 

 

Al final del show, Berta agradeció muchas cosas. Desde aquí yo quiero agradecerles a ellos dos por toda esa entrega y toda esa autenticidad tan bella musicalmente que da de lleno en todo nuestro ser y nos acomoda el aura ya en los primeros segundos de show. Es porque ellos se entregan como se entregan que a nosotros nos pasa lo que nos pasa cuando ellos cantan, tocan, bailan y nos ofrecen esa conexión con lo superior.

Elijo guardar la imagen de ella mirando al público y agradeciendo los amores pasados, presentes y futuros.

Posdata: Soy consciente de que no estoy reseñando musicalmente el show. Quienes estuvieron en la sala podrán comprenderme. A los que no estuvieron y no han estado todavía en un show de ellos dos, les digo: no permitan que nadie se lo cuente. Vayan y vívanlo.

Muchas gracias a Martín Freire por permitirme incluir sus fotos en esta entrada. Y también por darme esta oportunidad azarosa de observarme observando. 🙂

 

 

 

 

Gerardo Alonso Trío (en El Tartamudo)

Gerardo Alonso trío se presentó en El Tartamudo anoche, 17 de setiembre de 2015.

Foto: cortesía de Sara Diano

Foto: cortesía de Sara Diano

Como suele suceder en esta ciudad maravillosa, aquellos que resolvimos acercarnos, nos fuimos agradecidos por haber presenciado un momento musical muy interesante y disfrutable, creado por tres grandes músicos de la escena jazzera montevideana: Gerardo Alonso (composiciones, arreglos y bajo eléctrico), Martín Ibarburu (batería) y Alfredo Monetti (teclados y autor de uno de los temas).

Fue una noche diferente desde el punto de vista musical. Pero antes de entrar en más detalles, comparto aquí una breve conversación con Martín Ibarburu en la cual, antes de comenzar el toque, nos contó un poco sobre lo que pasaría después. Sabiendo el músico inquieto que es, aprovechamos a preguntarle también algo sobre sus otros proyectos actuales.

Breve nota a Martín Ibarburu

Una de las grandes diferencias entre los músicos con mucha experiencia y los que recién comienzan es que no tienen un período de ajuste. Desde el momento en que tocan la primera nota ya están en una simbiosis con su instrumento. Es entonces bien interesante cómo uno, desde la audiencia, suele apresurarse también a entrar en la conexión, para no perderse ni un segundo de lo que se está creando en el escenario.

Desde el primer instante la noche vino con alegría. Los dos primeros temas fueron muy vibrantes y los músicos demostraban complicidad, sonrisas y un disfrute contagioso de estar haciendo eso que hacían. Me llamó la atención la habilidad de Alfredo Monetti y Martín Ibarburu para estar concentrados en sus partituras pero no perdiéndose detalle de la dinámica que se estaba dando todo el tiempo en ese espacio conformado por los tres.

Como nos adelantó Martín, tocaron temas que Gerardo Alonso grabó en su disco “El día antes”.

En general me fascina cuando el bajo está a un volumen alto en la música. Pero eso no suele suceder en los grupos, excepto si el grupo fue armado por un bajista. Así que anoche me gocé escuchando con toda nitidez el sonido del bajo de cinco cuerdas de Gerardo.

El tercer tema que sonó fue “PaJohnPa”, un tema inspirado en John Patitucci. Me encantó la combinación de sonidos del slap de Gerardo, el backbeat re-funkero de Martín y las creaciones para mí misteriosas pero fascinantes de Alfredo en el teclado. Zambulléndome en un área de la que no entiendo mucho, que me dio la impresión de que Alfredo va pasando  con una libertad absoluta entre armonías nada obvias y melodías muy bonitas a la vez que todo su cuerpo, y seguramente alma también, están entregados al proceso de creación. En cuanto a Gerardo, en este tema, como en otros, me sorprendió su virtuosismo que, por suerte, no limita para nada su expresividad.

Luego tocaron una balada llamada “Melodioso”, que fue el único momento algo más tranquilo del show.  El diálogo entre el bajo y el teclado por momentos fue genial y de cierto momento en adelante apareció ese toque mágico del palo sobre el aro del tambor que me resulta una maravilla.

Estos tres seres anoche hicieron un verdadero trío, en el sentido de que no había un protagonismo marcado de ninguno de ellos, sino que las músicas fluían con la participación de los tres por igual de una manera muy agradable, muy placentera para los oídos. Hubo también una unidad tímbrica entre los instrumentos de los tres. Dudo que haya sido buscada pero sucedió.

Luego tocaron un tema llamado “En 5”, por razones obvias. Aquí me disculpan pero hice un poco de foco en la batería y al juego de movimientos del palo en la mano izquierda de Martín (grip tradicional), que fue desde completamente vertical hasta unas acentuaciones muy bonitas volcando la baqueta con ese movimiento tan perfecto suyo para las acentuaciones. Se mandó un solo de batería interesantísimo, por completo impredecible.

Tocaron un tema hermoso de Alfredo Monetti, llamado “Mi Santa Rita”. Toda la noche el piano de Alfredo se me antojó como algo muy elaborado de cabeza pero tocado a puro corazón. Fue un gran gusto escuchar su composición.

Apareció una samba en 7 y para finalizar el toque el tema La Floresta.

Por suerte alguien insistió en que siguieran tocando pues el tema “El día antes” fue para mí uno de los mejores momentos. Los tres se pasaron con lo que hicieron en esta canción. Gerardo con sus slaps maravillosos, Alfredo estuvo absolutamente genial con el teclado y Martín, digámoslo así: le dio razón de ser a la música disco. Un goce, posta.

Si tuviera que resumir la música de anoche con una palabra, para mí sería impredecible. No se podía adivinar la nota que vendría después. Sin embargo, al sonar, nos llevaba a un muy buen lugar. Un lugar relativamente nuevo, con aristas reconocibles en músicas de otros lugares (a mí se me vinieron a la mente algunos músicos como Gismonti, por ejemplo).

El último bis fue un tema de Hermeto Pascoal. Como en todos los temas anteriores, en este la descosieron los tres haciendo una música no superflua ni prescindible, compacta, balanceada y que te deja con las ganas de más.

Después de que terminó el toque pudimos robarle unos minutos a Gerardo y nos contó algunas cosas sobre su música y su disco. En el audio hay un ruido de fondo de ciudad un tanto molesto, así que les sugiero hacer un esfuerzo de abstracción del ruido ambiente.

Breve nota a Gerardo Alonso

La recomendación para ir a ver a este trío la próxima vez que se presente queda hecha con convencimiento.

 

Una metáfora percutiva: Bandecuerpo. Con la invitada especial Hilde Kappes.

Bandecuerpo y Hilde Kappes ofrecieron una obra totalmente original en la sala Hugo Balzo del Auditorio del Sodre.

La cantante alemana Hilde Kappes, o sea la invitada, fue quien comenzó el show. Eso de por sí ya es original, claro, pero además su arte es llamativamente diferente. Déjenme intentar llevarlos a ese momento.

Comienza la función. Se enciende una luz en el centro del escenario y surge esta mujer con una gran presencia, con un vestido largo, de gasa, en tonos de violeta y un gran escote adornado por un collar de cuentas grandes y claras. Una voz dulce, fresca, muy trabajada. Uno empieza a mirar el escenario: a la derecha, una mesa con varias botellas: de todos los tamaños, de plástico, de vidrio. A la izquierda el piano de cola de la sala. Cuesta amalgamar esa voz con las botellas. Mmm. A medida que se van desdoblando los minutos ella va desplegando algo que para muchos de nosotros es completamente nuevo: una combinación perfectamente balanceada de arte con su voz, de percusión y de humor. Tema tras tema nos sorprende con momentos de virtuosismo vocal y una versatilidad insólita que le permite combinar en una sola canción varios estilos de canto y de expresión con la voz. Al mismo tiempo se acompaña con percusión muy bien hecha con botellas y con su propio cuerpo que va grabando con un loop y manejando a su antojo para desarrollar algo que es completamente personal, lo cual ya genera admiración, y está muy bien logrado.

El impacto sobre la audiencia es fantástico; algo así como un tour a través de un museo de emociones, llevados de las narices por los antojos de Hilde: dulzura, tristeza, alegría, jolgorio, impacto, incredulidad, ternura, etcétera. ¡Sus expresiones faciales son un capítulo aparte! Un detalle muy importante: no habla español y sus canciones pasaron por varios idiomas existentes (de un instante al otro) y por idiomas inexistentes para el resto de los mortales. Estuvimos escuchando durante un buen rato una serie de canciones de las cuales no podíamos identificar casi ninguna oración con sentido hablando del idioma pero donde todo tenía un sentido holístico clarísimo, dado por la música y por su rostro tan expresivo. Esto generó momentos divertidos por demás.

En el público había varios niños de edades variadas y fue hermoso ver cómo lo de Hilde era universal también en el sentido de las edades. Mi vecino de butaca–que tendría unos seis años–y yo nos reíamos por igual y en los mismos momentos. Por ejemplo, nos reímos muchísimo cuando acompañándose del piano cantó una historia de una pareja japonesa (en idioma japonés inventado), haciendo las voces y las expresiones de la mujer y del hombre.

Nos paseó alrededor del mundo por una variedad enorme de culturas musicales: desde el blues hasta la música árabe, haciendo escala en Francia. En esa multietnia y en esa ausencia de lenguaje reconocible Hilde nos hizo vivir la experiencia de ser libres de sentirnos parte de la especie humana, reconociéndonos en todos los matices y aceptándonos con humor.

Luego de dos o tres bises llegaron al escenario, percutiendo y percutiéndose, los integrantes de Bandecuerpo: diez jóvenes coloridos y con una energía maravillosa.

Es brutal la sinergia existente entre estos cinco hombres y cinco mujeres que usan su cuerpo para expresarse, tanto acústicamente como corporalmente. La puesta en escena tiene un trabajo impresionante y la composición de los temas también.

En cuanto a la puesta en escena, el show resulta tremendamente bello e involucra varios sentidos: el auditivo, obviamente, pero también el de la vista, el del tacto y ese otro sentido que desarrollamos los amantes de la música, que suelo describir como la conexión entre la tierra y el cielo.

El flujo de sonidos: palmas, pechos, piernas, bocas, chasquidos y frotamientos de manos viajaba por el espacio en ese gran instrumento conformado por estas diez almas alegres. Nuestros ojos y oídos iban de la punta izquierda del escenario hasta la punta derecha en un movimiento a la vez interno y externo bastante complicado de explicar con palabras, esas que justamente anoche no fueron protagonistas. Presenciamos y vivimos historias contadas con elementos diferentes que obviamente se perciben también con elementos diferentes. Una nueva experiencia de vida.

Tanto Hilde como Bandecuerpo, gracias al cielo, nos hicieron participar de la creación. Son tan impresionantes las ganas que dan de saltar de la butaca y acompañar a estos muchachos en su metáfora percutiva de la vida que si no nos daban algo de pie para participar, creo que íbamos a salir de la sala con un síndrome nuevo, hasta ayer no identificado: el síndrome de la necesidad de moverse y crear música con el cuerpo. Pero, como decía, sí nos participaron y entre todos construimos algunos momentos colectivos que se sintieron muy bonitos.

Sus temas tienen un trabajo compositivo muy interesante donde por una parte se orquestan los sonidos en las diferentes partes del cuerpo pero también hay una orquestación, llamémosla espacial, que implica a los integrantes y su distribución en el escenario. Pienso que el esfuerzo de memoria debe ser muy grande por parte de estos músicos corporales. Personalmente me quedé asombrada con dos “orquestaciones espaciales” que intentaré describir.

La primera fue una serie de diálogos de palmas que terminaron en una pirámide humana mostrando diálogos superpuestos. Esto resultó muy movilizante. Creo que con el correr de los días encontraré más significados de los que anoche pude diferenciar. Fue algo así como una instantánea de conversaciones superpuestas y negociaciones humanas plasmadas en sonidos de palmas.

La segunda, una ronda musical que giraba y aquellas tres personas que quedaban ubicadas frente al público, giraban a su vez sobre sí mismas, quedando frente a la gente. Al hacer esto, el volumen de lo que estas tres personas estaban ejecutando resaltaba sobre lo que ejecutaba el resto de la ronda, generando lo que podríamos comparar con la melodía en la música tradicional. Y era así que íbamos experimentando un éxtasis a la vez rítmico y melódico, pero también visual y auditivo, acompañado por un sentimiento de flujo existencial muy grandioso de vivir.

El candombe se hizo presente buena parte de la noche, pero también hubo funk, salsa, rap y otros ritmos. La voz estuvo presente también con algunos momentos destacables por su belleza.

Además del cuerpo existieron tres presencias instrumentales: un didgeridoo, un berimbau y un par de caños. Al berimbau se le ocurrió romper su cuerda y fue admirable la capacidad del músico para aprovechar la ocasión con una improvisación de berimbau cantado, que sostuvo sin doblegarse por toda la duración de la canción que era bastante extensa.

Anoche para mí hubo un momento “ajá”–como les llaman–de esos cuando se nos prende una lamparita. Representaron a tres personas saltando a la cuerda. Dos hacían girar la cuerda invisible y una (quizás me traiciona la memoria y eran dos) saltaba esa cuerda invisible, creando en esa dinámica una música muy bonita. Pocos instantes después de comenzar ese juego se me ocurrió algo por primera vez en mis cuarenta y cinco años de vida: cuánta música hay en cada acto humano que nos pasa desapercibida. La tapamos con palabras dichas o con palabras pensadas, pero si fuésemos capaces de escuchar un poco más a nuestros actos, seguramente viviríamos inmersos en un mundo musical que creo que puede valer la pena descubrir.

La noche entera para mí fue una metáfora sonora-percutiva de la vida.

Para terminar Hilde se unió a Bandecuerpo y juntos hicieron dos temas que habían compuesto durante un taller dado por ella. El final del show fue una idea magistral llevada a cabo también magistralmente. Hilde se transformó en una “Directora orquestal de risas” tomando el liderazgo de un tema compuesto por risas diferentes y percusión. El resultado: el final más alegre que se puedan imaginar, con absolutamente cada persona del público sonriendo de oreja a oreja… y varios soltando risotadas, porque era imposible no contagiarse de la risa y la alegría. ¿Puede haber una manera más genial de incorporar al público a la alegría y de despedirse?

Todos los seres humanos compartimos la búsqueda de seis valores fundamentales: felicidad, plenitud, libertad, paz, amor y evolución. Anoche Bandecuerpo, junto con Hilde Kappes, nos hizo experimentar los seis. ¿Se le puede pedir algo más a un show musical?

Chapeau.

VIDEO DE BANDECUERPO (tomado de Youtube)