Christian Cary: Solo voz y guitarras

Chri


Christian Cary
, bien conocido como líder de la banda La Triple Nelson, se presentó en formato unipersonal, con invitados especiales, el pasado 31 de julio, en su show titulado “Solo voz y guitarras”, frente a un público que agotó las entradas de la sala principal del Teatro Solís.

La experiencia comenzó con la artista argentina Roma Roldán, quien abrió la noche con sus canciones propias. Para quienes no la conocíamos fue un muy agradable descubrimiento. Con su voz cristalina, tono brillante, excelente manejo rítmico, letras significativas y poéticas, y con una gran cancha para manejar situaciones imprevistas, Roma –acompañada muy profesionalmente, por Gonzalo de Lizarza en la guitarra en algunas canciones– hizo de una presentación telonera un show hermoso que fue un gusto vivir.

Christian Cary eligió comenzar su concierto “Solo voz y guitarras” cantando al piano. Me encantó ese guiño a la razón –quien sabe si decidido como tal o no–. Desplegó desde ese primer momento su abanico de virtudes, que en conjunto forman el fenómeno tan particular que es este artista.

Le gusta jugar con los sonidos, divertirse, nadar a sus anchas por todo el espectro de posibilidades. Cary no tiene ni miedo ni dudas con respecto a la música, o mejor dicho tiene puras certezas, convicción plena de que tiene que estar exactamente ahí y haciendo exactamente eso. Se entrega por completo, en cuerpo, mente y espíritu.

El despojo de toda traba y ese afán de vivirlo enteramente genera en la audiencia una fuertísima conexión individual y colectiva con muchas cosas. Menciono apenas algunas de ellas.

En primer lugar, con la libertad. Todos fuimos libres esa noche, durante ese tiempo-espacio generado por este ser especial.

Con la autenticidad. Cary le canta y toca de frente a tu corazón, así que no hay forma de hacerse el distraído, no hay manera de que no veas clara y sensiblemente tu paleta emocional, a medida que él va abriendo las puertas para que vayan apareciendo tu amor, tristeza, rabia, esperanza, aceptación, calma y todo lo que necesite ser visto, reconocido, transmutado o no según el caso.

Con el momento presente. De alguna manera hay de su parte un sacrificio de su intimidad y una apertura completa a compartirla con toda la masa de gente que lo escucha. A cambio, el impulso para ser conscientes de ese aquí y ahora es irresistible. Te embarga una especie de fuerza en espiral que te coloca en el centro mismo del instante.

Con la honestidad y nuestro sentir de compañía. Todos los matices de la vida pasan por delante a través de las diferentes canciones y una se siente acompañada en la Montaña Rusa de la vida. Lo llamativo es que en un concierto de estas características te sentís escoltada no solo por Cary, sino por todas esas almas que están ahí en ese momento, vibrando con lo mismo. Es entonces cuando se comprende que no se fue solo a escuchar, no. Se fue a confirmar que no estamos solos en la necesidad de conectar con lo que nos hace humanos, y que alcanza que nos juntemos físicamente con el mismo objetivo, para recordar lo que tenemos en común.

Déjenme detenerme un momento en su canto.

Es de lo más llamativo cómo hace lo que quiere con los graves y los agudos. El concepto de escala parece ser parte fundamental de su música y siento que eso le pone ese condimento especial de libertad del que hablaba antes. Por otra parte, tiene un dominio admirable del volumen, y tiene la capacidad para ser desgarrador o increíblemente dulce, de movilizar multitudes en reclamos enojados o de regalarte una canción de cuna que te haga sentir completamente a salvo.

¿Y qué hay del manejo archipersonal de los tiempos? ¡Y de los silencios! Si tuviera que elegir una característica como su marca personal, creo que sería esta. Estira o acorta las notas a su antojo, con maestría, con una creatividad infinita. Es impredecible [aunque mi vecina de asiento, que por cierto cantaba muy bien, acompañaba su extravagancia a la perfección] y a la vez, tiene una singularidad musicalmente hermosa. El secreto, creo, está en que nada de su originalidad surge para destacarse. Parece una necesidad auténtica que crece en las entrañas y desborda en forma de sonidos que bien podrían ubicarse sobre pentagramas ondulantes, con barras corredizas, cayendo, eso sí, misteriosamente a tiempo.

De la mano con su capacidad vocal está su relación con sus guitarras (¡sus varias guitarras!). Son una unidad indivisible, cómplices de pura creación. [Si nos ponemos exquisitos, claro… todas son cuerdas, solo que algunas están adentro del cuerpo y otras afuera].

Hubo varios invitados. Roma Roldán, Gonzalo de Lizarza [hermosa la intención sobre esas notas; disfrutable a más no poder ese sonido profundo], Laura Canoura [¿Cómo no amarla? Su espontaneidad, esa voz que nos identifica, esa fuerza… toda ella], Fernando “Paco” Pintos [hermosísima canción, “Caballos”, y dupla querible con Cary], Rafael Ugo [¡qué placer escucharlo tocar así el piano! y un lujo en la percusión], Manuel Contrera [gran arreglo para piano y cuerdas de un tema fantástico y siempre un gusto escucharlo en el piano o teclados], Camila Suárez y Lucía Arimon (violín), Bruno Genta (viola), Matías Fernández (cello) [impecables esas capas de profundidad, esas múltiples dimensiones vibratorias], Mariana Labrada y Lucas Cary [tremenda garra, buenas voces y muy buen ensamblaje con Christian], Luciana Mocchi [siempre es transformador escucharla y comparte con Cary la entrega absoluta con su voz y la frontalidad sin negociaciones, también el sentido de libertad y juego].

Hubo también un momento memorable, de Cary a solas, con sus loops, pedales, guitarras y demás, que bien podría abrir otra ventana más de posibilidades. Yo iría también, y con avidez, a un toque enteramente instrumental liderado por este musicazo con mayúsculas.

Porque queremos más, Cary, mucho más. Y te agradecemos con una reverencia por todo lo que entregás, por tanto talento, por tanta generosidad.

Foto de portada: Mathías Arizaga

Exaltación musical con Taddei e Ibarburu

Primero aclaro: Hoy necesito exorcisar un poco la locura. O sea, esto será desordenado. Es que a la locura no se la exorcisa con orden, amigos míos. Además, hoy pinta no mendigar libertad sino tomarla.

 

LPM, ¡qué genio que es NICO IBARBURU!!!!!!

Ustedes dirán: “¿Recién te das cuenta?”
Y les responderé: “No, no… pero de alguna manera, sí”. Porque lo de hoy fue diferente… al menos adentro mío.

¡El corazón casi me explota hoy con Nico! Escucharlo hoy fue algo MUY mágico.

Alternó temas instrumentales con temas cantados de una forma tan bien sentipensada que sucedió orgánico, fluido, cómodo y tremendamente emocionante… con momentos de éxtasis absoluto, durante los cuales deseé ser argentina y pertenecer a un público un poco más participativo. Y eso que yo siempre agradezco ser uruguaya y pertenecer a un público silencioso y atento. Pero hoy… hoy fue hoy y hubiese querido oír a toda la platea cantando “Si te escucho cantar” y “Mapa Tesoro”, o a todos haciendo la clave de candombe que solo nos animamos 3 o 4, y despacito, a desembuchar. Es que sépanlo: hay veces que participar de la gozadera en forma activa es una cuestión de vida o muerte. Si todavía no les ha tocado esa emoción desbocada, les faltan unos cuantos shows musicales por ir a ver o algunos cerrojos internos que abrir.

Este musicazo increíble, que tenemos la suerte demencial de poder escuchar en vivo en este paisito, hoy se mandó el mejor show que yo haya visto de él desde que empezó a cantar en vivo. Alineadísimo, gozándose la vida, nos deleitó con una voz duuuuuuulce a más no poder, con una ternura infinita, y con una cualidad de sonido de voz que se zarpó de hermosura.

Pero a ver, ustedes que no estuvieron ahí, déjenme ver si puedo explicarles esto: ¿Vieron que Nico siempre fue un genio absoluto con la guitarra? Pero genio, genio, posta, de veras, de esos que no hay dos iguales. Imagínense un toque en el que todo el tiempo había un balance perfecto de su canto, realmente mágico, conmovedor y deconstructor de almas, con pasajes insólitamente geniales y maravillosos en la guitarra. La emoción solo aumentaba. Y cuando creías que ya no dabas más, aumentaba más todavía. De pronto cantaba y sentías que el amor era demasiado. Y cuando estabas en medio de esa operación cardíaca, él agarraba carretera con el guitarrón o la guitarra eléctrica y fa, en serio, ¡muy fuerte!

¡¡¡El PRI-VI-LE-GIO que tenemos de poder verlo en vivo!!! Es uno de los grandes regalos de haber nacido en este país y vivir en este tiempo. De verdad. Yo lo vivo así.

Otra cosa muy impresionante de esta noche en El Solís fue que ¡en una noche vimos y escuchamos a los dos mejores bateristas uruguayos!!!!! Gustavo Cheche Etchenique y Martín Ibarburu. ¿Cómo se sobrevive a esa emoción? No muy bien; ya se estarán dando cuenta.

El gigante de Martín Ibarburu. Martín me hace feliz cuando lo oigo tocar. Es como si él tuviera la llave de mi centro cardíaco con sus ritmos y con su redoblante. Y con sus platos, y su tom de pie. Hasta hace unos años la felicidad para mí era un helado de dulce de leche. Ahora la felicidad es, sin lugar a dudas, escuchar en vivo a Martín tocando la batería. Listo. Todo el resto del mundo se puede autodestruir y a mí no me importa nada si Martín está tocando. Hoy, para variar, hizo lo que quiso con su instrumento. Hoy me llamó mucho la atención, además, su especial cuidado, todo el tiempo, de no tener nada de protagonismo [que con algunos seres de la audiencia es bastante imposible que lo logre] y para apoyar al hecho musical fenomenal que estaba pasando ahí. Su pulcritud y perfección son casi indecentes. El buen gusto y la flexibilidad para atravesar fronteras musicales son para pellizcarse infinitas veces. Hoy, por ejemplo, volvió a hacer eso de tocar en un mismo tema algo que tenés que catalogarlo de candombe, jazz, pop y folclore, todo a la vez, y que suene formidable. Nadie sabe cómo logra lo que hace. Estamos los que lagrimeamos escuchándolo, porque emociona más de lo sostenible sin algún tipo de liberación.

En el piano, Manuel Contrera, que es maravilloso. Ya saben que yo no puedo discernir como para contarles qué hace, pero lo que sí noto es que su elección de notas no es la típica… te lleva a lugares que otros no te llevan, y eso está buenísimo. Lo que sí puedo identificar es que tiene ese no sé qué de la nueva generación de músicos grossos. Hay algo que seguramente sea una elección de determinados intervalos y vaya Dios a saber qué, que insólitamente los identifica. Una escucha sin saber quién es y puede fácilmente decir: tiene menos de 30 años. Y por suerte eligió tocar el piano de cola del Solís, que amamos tanto. La participación del piano en ese todo pulsante, es un ingrediente que hace que toda la música sea más cercana y más íntima.

Fernando “Pomo” Vera es un músico que me intriga pila y algún día espero poder escuchar separado del resto de los otros instrumentos. Elige un registro que a mis oídos un poco les cuesta escucharlo… simplemente porque se ve que soy medio sorda de esa frecuencia, y vaya si lo lamento. Pero pongo un esfuerzo importante para identificarlo y lo logro la mayoría del tiempo. Cuando lo escucho bien, ¡me dan unas ganas de subirle el volumen que no puedo explicarles! Lo que toca es buenísimo, groovero a más no poder y con la misma impronta anímica de los Ibarburu, con todo ese aire entre notas, con toda esa comodidad con la que tocan ellos y hacen su magia. Se nota además que con Martín se llevan impresionante musicalmente… como que se adivinan uno al otro, y entonces se da esa química que cuando sucede en una base rítmica lleva al tren con maestría.

Para cerrar, dos veces el público se puso de pie para aplaudir a Nicolás, Martín, Pomo y Manuel. Dos veces. Eso en Uruguay significa mucho.

 

En este desbarajuste exorcístico en el que ando hoy, voy a terminar contándoles sobre la primera parte del toque: ROSSANA TADDEI y su banda. No, no es una crónica, es un relato desordenado. Un compartir de algarabía. Un saltar regocijada por la maravilla de show al que tuve el buen tino de ir.

Inicio del show: Un ritmo de rock y Rossana de espaldas al público en actitud rockera a full. Y ahí arranca, esta monstruita increíble, esta capa del arte del escenario.

Hoy más que nunca, quizás por la charla que habíamos tenido pocos días atrás, noté cómo su atención estaba en cada momento, en cada detalle, en cada músico, en cada movimiento suyo. Si fuera algo completamente preparado, el asombro sería total. Siendo que es algo no tan preparado y más improvisado, una no da crédito. Y a la vez se divierte estrepitosamente, e improvisa magias de todo tipo.  ¿Cómo hace? Y bueno, siendo ella y con sus dotes artísticas despegadas.

Rossana tiene tremenda comodidad para cantar cualquier cosa y un dominio rítmico apabullante. Y ella juega y se divierte. Y juega y se divierte más, y más, y más.

Vestida de rockera sexy (muy sexy), mostrando sus impresionantes piernas largas, con medias de gata y una minifalda de cuero negra, embrujó durante todo el show, demostrando que el rol de la mujer encima de un escenario es exactamente el que esa mujer quiere que sea. En este caso yo la interpreté poderosa y seductora, inteligente y muy atractiva, tremenda música, tremenda compositora, tremenda cantante y tremenda artista, con todas las letras.

Los temas “Fábrica” y “Destellos”, que me intrigaban, me parecieron geniales. La letra de “Fábrica” es brutal. Es que esta mujer tiene todo lo que un artista desearía tener: comodidad total en el escenario; diálogo fluido con el público; se va hacia los graves y agudos como quien se toma un vaso de agua; su timbre de voz que te envuelve y hechiza; su movilidad en el escenario; interactúa de manera relevante con los otros músicos; sus letras son obras de arte en sí mismas; sus musicalizaciones son originalísimas y maravillosas. Y encima es simpática y divertida, y se le ocurre chivear con la voz en el momento más inesperado… y eso hace bien. Te abre una puertita a que tú también te tomes libertades y disfrutes de la vida.

¡Rossana también tiene una banda de genios, de capos, de músicos cracks!

Para arrancar, tiene a Cheche, que no es de este planeta, y que es de los mejores bateristas que un cantante puede tener, porque está realmente por dentro del canto, de la letra, de la intención profunda del asunto. El gigante de Cheche Etchenique tiene esa habilidad, que no todos los bateristas tienen, de hacerte bailar [bueno, somos uruguayos y estábamos pegados con Novopren a las butacas, así que en vez de bailar como era debido, ahí estábamos cabeceando, moviendo las piernas, los dedos, las manos y hasta los dientes… pero no bailamos… ¡grrrr!]. Retomo. Decía, si le ponés atención a la batería, Cheche tiene gran parte de la responsabilidad de que tengas muchas ganas de saltar de la butaca. Él con sus miles de subdivisiones, su habilidad para tocar una música integral, completa, entera, íntegra, redondita en la batería, su relojito bestial, su sensibilidad infinita… sus patrones delicatessen, tan melódicos como rítmicos, su rock and roll apabullante, su candombe intravenoso… Cheche, ¡que es uno de los dos mejores bateristas de este país! [por no decir “del mundo”, que siento que lo es también… pero ahí me van a decir que soy una exagerada y no… aquí estoy mostrándoles mi siempre cabal mesura y centramiento a la hora de escuchar música] le puso a la noche eso que sólo él sabe. Porque los musicazos de este calibre aportan una impronta tan personal que no es reproducible, que va por un carril completamente distinto que su dominio técnico. Sí lo que logra hacer tiene todo que ver con su conocimiento musical, ese que hace que él sea parte profunda e importante de cualquier canción en la que participe. Pero hay un plus, una cosa personal, que es lo que hace que te emocione tanto escucharlo. Es una de esas antenas que te conectan con la divinidad. Solo queda hacerle reverencias cada vez que una se lo cruce.

Para seguir, cuenta con Santiago Montoro, que le puso tantísimo rock, finura y sabores exquisitos a los temas. El sonido de Santiago mata. Sus notas matan. Su alegría en el escenario mata. Su capacidad para meter 2 notas en el ángulo o despacharse con tremendo solo gozado mata. Al igual que Manuel Contrera, tengo la impresión de que sus elecciones musicales son distintas, inteligentes, muy muy interesantes [si supiera de notas, podría quizás contarles más, pero no sé].

Luego, a Alejandro Moya. Hoy se sentía notoriamente la complicidad, musical y también humana, de Moya con todos los músicos. Sus líneas de bajo dicen muchas cosas, cuentan historias con muchos personajes, arman una base sobre la cual es imposible decir bobadas y solo queda generar algo valioso y significativo.

El otro integrante de la banda, Gastón Ackermann, desde mi punto de vista hoy jugó un papel primordial con la trompeta. Tocó el teclado, pero me resultó difícil escucharlo pues el volumen no estaba muy bien balanceado, al menos desde donde yo estaba sentada. La trompeta fue esencial para darle al show de Rossana un matiz de carácter atrapante, sólido, con un cuerpo especial, de madurez y decisión.  Además, la textura del sonido de la trompeta combinaba perfectamente con la textura de la voz de Rossana. Había una amalgama mágica entre esos dos sonidos. Nota: se mandó un solo absolutamente espectacular, que no aplaudimos mucho solo por no romper el hechizo. [Ah, déjenme decir que a Cheche lo aplaudieron por un solo pero a Cheche habría que haberlo aplaudido también por todos los contratiempos, por los hi-hats de sonido mágico, por los fills aplanadores, por los patrones de métrica insondable… y por todo lo demás].

En fin… esto no iba a ser una reseña. De alguna manera no lo fue y fue más un exorcismo. Y como no lo fue, puedo darme el gustito de mandarles ¡abrazos gozados!!!

 

Fotos: Ivonne Morales

 

 

 

 

 

 

Show gozado de La Triple Nelson

Debo admitir que mis cuadrantes cardíacos no son muy rockeros… tienden a ser algo maricones. Por eso me vengo perdiendo mucha cosa. No tanto porque me niegue a escuchar, sino más bien porque tiendo a agendarme toques más… atresillados, valga la redundancia. Hoy sucedió que los astros se alinearon y allí estuve, escuchando a esta banda uruguaya tan conocida por todos… excepto por mí. No me enorgullezco de esa ignorancia pero me alegro de que ahora comience a disiparse.

Papina de Palma

La noche comenzó con la presentación de la cantante Papina de Palma, con quien me colgué mucho. Hace poco alguien me envió un audio de ella y no supe apreciarla en su real dimensión. No hay caso… una cosa es ver a un artista en vivo y otra cosa, muy diferente, escuchar un audio suelto o ver un video en Youtube. Que nunca falte el escenario, por favor, y que nunca me falte la energía para ir a ver artistas en vivo. Su estilo me recordó un poco a Jorge Drexler, a Rossana Taddei y en algún plano a Joni Mitchell. Todo cantante usa la voz como instrumento pero Papina me impresionó como especialmente original. La transición entre una nota y otra es creativa, muchas veces inesperada y a menudo con más distancias tonales de las que se puede encontrar en cantantes más tradicionales. Por un lado la melodía me resultó difícil de “atrapar”. Creo que sería incapaz de tararear una de sus canciones hasta no escucharla setenta veces. Pero me gustó muchísimo la presencia bien definida que tiene cada nota y que la experiencia de escucharla es semejante a la experiencia de escuchar a algún instrumento melódico en un contexto de jazz. Me pasó que me perdí completamente de las letras porque me colgaba a escuchar las notas, sus brillos, su cristalinidad, su honestidad, y los juegos entre ellas (como me pasa con Joni y con Drexler, que indefectiblemente tengo que ir a leer sus letras para saber de qué van). Papina en sí, como artista, me transmitió una agradable tranquilidad y seguridad y emocionalmente me generó cosas asombrosamente fuertes para ser una telonera… hasta lagrimeé en un momento porque me tocó alguna fibra interna, que no terminé de identificar. Habrá que escucharla más. Fue una buena sorpresa. Sentí un poco de incomodidad con el público, que no paraba de hablar mientras ella regalaba esa magia digna de experimentarse. Había como un desbalance entre el respeto que ella le ofrecía al público y el poco respeto que el público le ofrecía a ella. Un dolor, eso, pero por suerte igual se podía escuchar bien.

La Triple Nelson

Un arranque de show impresionante, impecable, súper profesional. Eso continuaría toda la noche: todos los comienzos y finales de los temas logrados con total profesionalismo. De mi parte, eso ya me pone en el lugar de espectadora feliz y lo agradezco mucho. Demuestra respeto y seriedad por un lado y genera comodidad celular por otro. Esto no es menor. Es como que arranca bien el primer tema y una ya siente “ah, ta, esto está muy ensayado, puedo aflojarme, puedo entregarme que sé que me llevarán por buen camino”. Eso me pasa en los primeros 10 segundos. Mi siguiente momento de tensión es cuando está por terminar el primer tema. ¿Terminó impecable? Listo. Ya me pongo en estado receptivo total por el tiempo que me lleven de viaje.

Anoche tuve la inmensa suerte de quedar sentada en un lugar privilegiado para ver a Rafa Ugo (batería), justito en línea recta, frente a mí.

En el primer y segundo tema ya hizo un despliegue bestial de buen gusto, solidez, seguridad y creatividad. Él iba eligiendo notas muy bonitas y con la elaboración justa para hacer del ritmo una parte muy especial de la banda pero sin agregarle ni una nota que sobrara en el todo. Pero sin sobrar, había elaboración, había cuidado, había arte exquisito. Se pasó con su gran trabajo de acentos y con un manejo de matices (de volumen) de soltura envidiable y archi disfrutable. Todos sus fills son una obra de arte, medida y creativa, con elementos de sobriedad respetuosa y con una enorme originalidad.

Hoy me pasó algo que no me había pasado todavía con ningún baterista y que me apretujó el corazón: en las notas tocadas por Rafa oí la presencia de Osvaldo Fattoruso. Me impactó tanto y me generó un agradecimiento gigante hacia Rafa, por mantener vivo hoy, aquí y ahora, el espíritu musical de Osvaldo. Me refiero a las características de los sonidos en sí. Por ejemplo, las notas tocadas en cualquiera de las partes de la batería (redo, bombo, pero también aro del redo, HH y hasta crashes) perduran, quedan vibrando para erizarte toda la piel. Esa característica expansiva del sonido caracterizó el toque de Osvaldo y no lo había oído así en nadie hasta hoy. Rafa heredó (con estudio, claro) ese modo hermoso de tocar, que hasta desafía algunas leyes físicas. Porque ¿cómo puede ser que un golpe dado con la intención de hundir el palo sobriamente y sin rebote genere un sonido que perdure? No sé cómo, pero lo logra. También la solidez al tocar los grooves, su actitud corporal y por momentos el aplomo del toque de cada nota me recuerda al Maestro. Tiene el sello de él y eso me emocionó mucho.

Un par de curiosidades técnicas, que seguramente solo me interesan a mí. ¡Agarra los palos desde muy, muy a la punta! Es extraño cómo puede tener ese dominio perfecto del tempo agarrándolos tan atrás. Y usa los crashes completamente horizontales, que también me llamó la atención… porque en varias ocasiones los toca con gran decisión pero los platos no se levantan tanto como para complicarle el segundo golpe. Y, por otro lado, varias veces tocó rulos en los platos y es medio extraño que le quede cómodo con los crashes tan altos y tan horizontales… pero ta, no me hagan caso.

Con las escobillas hizo mucha magia. Hubo momentos donde la definición era perfecta y el pulso insólitamente bien marcado para ser hilos de metal. Y por otra parte el barrido de Rafa te envuelve como si fuera un abrazo muy amoroso: dulce, encantador. Hubo dos o tres temas en los que me enamoré del sonido de las escobillas, de los acentos preciosamente logrados y del tempo impecable, firme, decidido, dentro de un ambiente general de dulzura, de amor. Con las escobillas Rafa hizo especial gala de buen gusto y maestría.

Con los platos tiene una relación especial también. Cada golpe más perfecto que el anterior, cada combinación de platos más interesante y cada apoyo y remate hechos con maestría. La decisión, firmeza y confianza con la que toca los remates bastaría para que tuviera sentido ir a ver un toque de La Triple.

En un tema dedicado a L. A. Spinetta, que era muy lento, a Rafa se lo veía con una calma zen pero generando una tensión archi destacada. ¿Cómo? Creo que con la intención del golpe, con algo de índole casi mística, que puede tener que ver con la proyección del sonido, con el deseo de que esa nota tenga un carácter concreto pero es algo muy llamativo cómo eso sucede, cómo logra generar esa atmósfera impresionante. El “aplomo activo” [me faltan palabras para definir estas sensaciones, hago lo que puedo] de los golpes en el tambor tienen algo que ver en esa creación, me parece. Este tema me fascinó. Todos los músicos influyeron en que resultara esa belleza, tensa y atrapante. El bajo, la guitarra, el teclado. Y el final de este tema fue especialmente bello.

Este batero capo tocó un enorme y genial solo de batería que lo viví como un monólogo divino, como si estuviera escuchando toda una anécdota con elementos descriptivos y narrativos: súper musical, contundente, bonito, con varios momentos virtuosos, haciendo despliegue de genialidad técnica (por ejemplo ciertos rulos simples muy perfectos) y priorizando la historia que contar por encima de cualquier otra cosa.

Por supuesto no hay manera de que se luzca la batería si el bajo no es impecable, porque donde haya un desfasaje entre estos dos elementos de la base, ninguno sale bien parado. Paco Pintos la rompió con su instrumento toda la noche, generando buena parte de todo eso que se siente y que a veces algunos no tomamos tanta conciencia de que surge de estas 5 cuerdas. Su música es muy firme y a la vez producida con mucha calidez y con una sonoridad… especialmente optimista, digamos. Creo que es su instrumento el que le da a La Triple ese carácter amigable que me gustó tanto, y sin duda está en sintonía perfecta con la impronta de Christian Cary.

Me fascinó Manuel Contrera en el teclado, a quien hace poco vi (y piré) con su banda G.A.S. Él tiene una personalidad musical muy marcada y su aporte a esta banda de rock es enorme. Quizás sea ese teclado lo que me hizo pensar que no era tan grave que no pudiera ir a escuchar a U2 si tenía la chance de ver un concierto como este. Creo que su teclado hace todo más interesante y le otorga una gran profundidad a la creación total. Disfruté especialmente de sus diálogos (y por momentos unísonos) con la guitarra de Christian Cary y de lo inesperado de los sonidos que surgían de él. Es como si Manuel le agregara capas y más capas al todo, dándole un carácter muy sólido y atrapante a la banda.

Christian Cary se pasa. Me genera piel de gallina. Es un fenómeno. Me impactó mucha cosa. Su comodidad en el escenario: con su canto (a pesar de que venía con la voz tomada), con la guitarra y con el público (que le hace todos los gustos y lo acompaña coreando, bailando, chasqueando dedos o lo que sea que le pida). Sus composiciones. Su actitud de respeto y profesionalismo. Y la polenta total que le mete a todo.

Rítmicamente tanto su toque como su canto son una maravilla de creación. Su guitarra llora, implora, se desgarra, te pone contra la pared. Al igual que las notas de la voz de Papina, y al igual que las notas que salen de las manos de Rafa, las notas de la guitarra de Christian tienen una vida como entidades bien identificadas, con personalidad, con un lugar ganado a conciencia. Es como si Christian viviera en un mundo de notas más presentes que otros músicos, o que las notas lo atraparan más.

Él canta con un grado gigante de amor, con entrega total, con fuerza y con delicadeza también. Y quizás lo más importante: tiene cosas que decir que te impactan, que te llegan hondo, que te transforman [aunque seas tan despistada como yo y no entiendas del todo las letras… son los sonidos los que te narran las historias]. Sin entender demasiado, creo que no me equivoco si digo que tiene también un manejo peculiar de la armonía, que te lleva por lugares poco visitados.

Las frases en la guitarra son un caso aparte. Lo primero que una percibe es que son súper potentes y sensibles a la vez. Dicen historias, te intrigan, ¡te dan muchas ganas de saber cómo siguen! Parecen de repertorio infinito. Son hermosamente rítmicas y melódicas a la vez. Y Cary tiene otra peculiaridad compositiva curiosa: maneja perfectamente el balance de longitud de las frases musicales, resultando en algo muy fascinante. Hace muchísimos años un profesor de Semiótica y de Inglés (Fernando Andacht) nos enseñó en una clase que para escribir un texto que no aburriera era buena cosa alternar el largo de las frases en forma creativa. A veces una larga seguida de una corta. Quizás dos breves seguidas. Y dos largas. Jugar con eso. En este sentido Christian Cary hace lo mismo que un buen escritor y el resultado es que te atrapa, te deja enganchadísimo. Esta característica se mantiene en sus solos… que no querés que terminen nunca.

Del mismo modo, maneja muy bien las dinámicas entre los diferentes temas del show, alternando los temas más fuertes y los más dulces, los más distorsionados y los más cristalinos, por lo que la experiencia general es despierta y dinámica.

Hubo músicos invitados. Gonzalo de Lizarza en la guitarra parecía pertenecer a la banda, pues su sonido y su forma de tocar tenían todo que ver con la propuesta general. Seguramente hay mucho ensayo detrás o hay un conocimiento de hace tiempo, porque verdaderamente no parecía un invitado. Su participación en varios temas le permitió a Cary solear a gusto y hubo algunos momentos en que su toque resaltó y fue un deleite oírlo.

Las capas totales de Jimena Molina y Gabriela Rodríguez (integrantes estables de Montevideo Gospel, entre otros) le dieron al show con sus coros ese toque de profesionalismo que no se suele ver en bandas uruguayas pero que sabemos que es imprescindible para que cualquier buena banda de rock suene con mayor presencia. [Quien aún no haya visto el documental titulado “20 Feet from Stardom”, tiene que verlo]. Expreso mi ¡hurra! por la buena idea de la banda de incluir sus coros. Poniéndome a opinar [como si no viniera haciéndolo, ¿no?], de atrevida, para mi gusto sus voces estaban un poco bajas de volumen. Siguiendo con mi atrevimiento, propongo que para la próxima les den un poco más de relevancia. En ese momento de presentación en que cada una hizo un despliegue individual de sus habilidades con la voz, el disfrute fue gigante. ¿Y si también cantaran algún tema como solistas? ¿O a dúo con Christian? Pienso en la corista que canta con Sting (Jo Lawry) y a la que él siempre le da algún momento de brillo personal, cantando alguna canción, y me dan ganas de que pase lo mismo con Jimena y Gabriela.

Otro músico invitado que me tomó de sorpresa fue Emiliano Brancciari (de NTVG). Para mejor apareció de la nada, impactante. Ese tema cantado juntos fue un momento muy particular, que yo disfruté mucho, mucho. Dos estrellas auténticamente brillando en comunidad sobre ese escenario. Es tan bello presenciar esas colaboraciones. Me movió mucha cosa interna, mucho agradecimiento. Los aplausos fueron muy fuertes. Creo que varios sintieron como yo.

Christian también cantó un tema con su hijo Lucas Cary, que cantó con una voz clara, potente, también dulce y con sentimiento. Preciosa combinación musical.

Hoy fue la primera vez que fui a ver y a escuchar a La Triple Nelson pero seguro que no será la última.

Nota: Apenas contaba con mi celular para sacar alguna fotito. La foto es mía y la incluyo como algo simbólico, nada más.

G.A.S. «Made in Uruguay»

 

La presentación de G.A.S. del día martes 2 de mayo fue el punto de partida del ciclo “ENCUENTROS CON EL JAZZ – Made in Uruguay” organizado por Jazz Tour. Este ciclo contará con una presentación mensual de aquí a octubre.

G.A.S. tocó un martes y el resto de las actuaciones al parecer serán entre lunes y miércoles. Es una contribución muy generosa de parte de Jazz Tour para quienes amamos escuchar jazz el poder darle a un día de semana un toque de deleite musical, con músicos uruguayos excelentes. De mi parte agradezco que se valore el talento de los músicos de jazz de nuestro país y que se valore a la audiencia, permitiéndonos asistir a estos momentos musicales en una sala tan íntima y exquisita como es la Zavala Muniz del Teatro Solís.

Los músicos que integran G.A.S. son:

Manuel Contrera en teclados. Antonino Restuccia en bajo eléctrico. Mateo Ottonello en batería acústica.

Hubo dos grandes músicos invitados: Jhonny Neves en percusión y Santiago Olariaga en guitarra eléctrica.

La formación de trío es posiblemente mi tipo de formación preferida a la hora de escuchar jazz. Sucede que habiendo tres instrumentos me siento que puedo hacerles un lugar en mí a todos los sonidos. Esto no quita que después se van agregando instrumentos y sonidos, como sucedió hoy, y me atrapa mucho también, y admito que mi nivel de entusiasmo aumenta notoriamente, pero el trío tiene sus peculiaridades especialmente fascinantes, que hoy, antes de saber que habría invitados, fue algo que agradecí explícitamente. Ese juego creativo entre tres instrumentos tan diferentes en cuanto a su sonoridad me resultó un deleite.

El comienzo del show fue muy bien pensado y plasmado. De alguna manera sentí que la música iba llegando, como nosotros, los de la audiencia, y se iba armando gradualmente, generando una atmósfera muy interesante y muy atrapante que iba acompañando ese ajuste que uno necesita al venir de la calle y sentarse a escuchar por primera vez algo completamente nuevo.

Por el primer minuto de música a mí ya me quedó claro que iba a ser una noche excelente. Me acomodé en la butaca y me permití aflojarme para recibir eso que se notaba que iba a estar muy bueno. Pero ni sospechaba lo que vendría.

La música en su totalidad me enganchó porque si bien es jazz, con algún elemento de fusión también, tiene una personalidad específica, que hasta el momento yo no había escuchado en ninguna formación. Por un lado, es netamente lenguaje de jazz. Por otro, tiene dos condimentos notorios que podrían llegar a ser opuestos, a algún nivel: una gran dulzura y unos momentos destemplados, disonantes, que juntos arman un combinado interesantísimo de escuchar. Y también existe un componente de juego, percibible, que se agradece.

Hasta el momento había escuchado a Manuel Contrera en proyectos ajenos y no propios y hoy le encontré un ángulo nuevo. Me sorprendió muchísimo cómo conviven en su música una gran firmeza y decisión, un manejo bellísimo del fraseo, de los matices y evidentemente del lenguaje del jazz, y el ingrediente ternura, pero también otro del que hablaré más adelante. La integración de todos esos elementos se siente completamente natural y nada forzada y el viaje al que te invitan es uno en el que hay una paleta extensa de emociones. Al preguntarle después del toque, nos contó que la mayoría de los temas tocados hoy son de su autoría y luego trabajados con el resto del grupo. Su propuesta, entonces, abraza un rango interesante de emociones y eso la hace, en mi opinión, muy viva, muy dinámica y muy atrapante.

Hoy mientras tocaban me llamaron especialmente la atención las manos de Manuel y de Antonino. Las de Manuel expresaban mucho de todo esto que les conté antes, a través de diferentes grados de tensión, de estiramiento y de un movimiento por momentos muy veloz y por otros momentos más distendido. Las manos de Antonino Restuccia me atraparon también. ¿Vieron que los bajistas tienen que tener su mano izquierda  bastante recta todo el tiempo? Me sorprendió muchísimo cómo, con esa postura, sus dedos iban y venían arqueados combinándose en nuevas y nuevas posiciones. Mientras lo observaba se me vino a la memoria una expresión que le oí a Aznar: “aquello era como una araña pollito”. Lo más loco del asunto es que en esas acrobacias digitales el rey seguía siendo el tiempo, con una exactitud de relojería y con una onda impresionante. La verdad que para aplaudir de pie. Y, ahora que digo eso, no pudimos aplaudir alguno de sus solos porque no queríamos perdernos ni una nota de lo que seguía surgiendo.

Otro aspecto que resalté en este toque fue que las composiciones a pesar de ser composiciones de jazz, que me da la impresión de que contienen mucho lugar a la libertad y a la improvisación, igual incluyen una cierta repetición de algunas frases melódicas y rítmicas que para quien escucha lo hacen algo muy disfrutable. Percibí un movimiento interno diferente a, por ejemplo, cuando escucho una jam. En ese caso, generalmente, la conversación es algo deshilvanada y difícilmente una se quede tarareando un tema. Con los temas de G.A.S. sí existe ese elemento unidad melódica, unidad rítmica, unidad de sentido, que está muy bueno de vivir.

Quiero creer que aunque la batería no fuera mi debilidad, Mateo igualmente me hubiese hechizado. Lo suyo es auténticamente descollante. Acá me van a perdonar pero voy a tener que detenerme y explicarles por qué me parece esto. Y les pido que me sigan con algo de paciencia. ¿Cuál es el camino más común al tocar la batería? Primero ir a clases, aprender diferentes patrones (ritmos), luego empezar a copiar a algún baterista que a uno le guste, ir cambiando de baterista favorito, ir buscando tener un set que suene medio parecido al de ese ídolo, seguir copiando, y de a poco ir soltándose a permitir que lo que hay adentro fluya y finalmente, un día, cuando ya se tiene buena experiencia, sucede que alguien escucha y dice que hay un estilo propio. Se gana confianza en ese estilo y un día se asume esa realidad. Bueno, Mateo Ottonello es un veinteañero que encontró su estilo propio muchísimo antes de haber comenzado a estudiar. Sin saberlo, me animo a decir que jamás se le cruzó por la cabeza copiar a ningún baterista. Y ahora, en este trío fantástico, está mostrando lo que para mí es su mejor versión musical hasta el momento. Pero claro, con la edad que tiene, su carrera musical apenas comienza y la imaginación me explota pensando a los lugares que puede llegar.

En la presentación de G.A.S. daba la impresión de que Mateo tiene una información musical sin límites y que la procesa de alguna manera tal que la vive con el cuerpo y el alma y se traduce con completa naturalidad en movimientos de manos y pies, que a su vez se transmiten al instrumento creando algo completamente original. Por una vez no voy a exagerar: lo de Mateo es demencial. Casi que no cabe en la cabeza. Y no estoy hablando de la técnica, no. La capacidad de ejecución es asombrosa pero ya sabemos que eso no hace a un músico. Mateo es un Músico, así, con mayúsculas. No hubo frase del teclado, de la guitarra, del tambor o del bajo en la que no estuviera completamente por dentro. Un diálogo permanente con todos los instrumentos pero sin esa verborragia imparable que a veces sufrimos por ahí. Todo lo “dicho” tenía lugar, y tenía un lugar de creación, de coconstrucción, de interpretación absolutamente inteligente y sensible. Si bien su volumen natural tiende a ser muy fuerte (si yo lo tuviera en una banda le pondría una de esas pantallas que achican un poco el volumen), con G.A.S. se lo aprecia capaz de matizar y tocar bien chiquito en algunos momentos, así como de componer con silencios inesperados.

Bueno, el adjetivo “inesperado” va con G.A.S. en más de un sentido. Primeramente, una no espera que estos tres músicos tan jóvenes manejen ese vocabulario musical y tengan esa soltura y libertad que tienen. Además, la música como unidad es inesperada. Como les decía más arriba, contiene dulzura y ternura. También es una música nada dubitativa, decidida, firme. Y, como ingrediente exótico, si se quiere, eso que les anticipé que mencionaría: un toque de fricción. Sonidos chirriantes, provenientes de cualquiera de los instrumentos. La sensación que experimenté fue como que me estaban hablando con dulzura en un oído y por el otro me estaban hablando con algo/bastante de agresividad. La combinación me generó un efecto tan diferente, nunca antes experimentado, que me hizo detener a observar de qué se trataba. Llegué a la conclusión de que esta música me invita a hacer resonar simultáneamente emociones que en la vida solemos sentir separadas, y eso se me antojó como una invitación generosa a beberse la vida completa, con todo lo dulce, lo amargo, lo cálido y lo congelante que tiene. Vivirlo desde la música está buenísimo.

Mateo no toca patrones. Mateo no toca ritmos prefabricados. Mateo hace música, de una forma impresionantemente creativa y original.

Queda mucho más por contar, pero lo más generoso que puedo hacer por ustedes es proponerles que por un lado, compren su disco y que, por otro lado, estén muy atentos a cuándo tocan otra vez y no pierdan la oportunidad de ir a verlos. Me atrevo a decir que G.A.S. me dio la misma sensación de por fin escuchar algo valioso y diferente, a base de jazz, que cuando escuché a Esbjörn Svensson Trio por primera vez. No es que sean comparables estas dos bandas. No, no digo eso. Lo que estoy diciendo es que G.A.S. está haciendo una propuesta jazzera de tal originalidad y valor que verdaderamente sorprende. Y es responsabilidad de nosotros, el público, que propuestas como esta sigan gozando de buena salud. O sea, tenemos que ir a verlos cuando toquen, por favor.

Al trío se le sumaron dos invitados fenomenales. Santiago Olariaga en guitarra y Jhonny Neves en percusión (tambor repique y cajón). Recibimos comentarios de que hay grandes posibilidades de que continúen su participación en la banda. Ambos se acoplaron perfecto a la propuesta del trío, con dos roles muy importantes en el crecimiento de la expansión sonora. No hubo una sola nota de Santiago que no fuera inesperada, en el mejor sentido del término. En esta presentación mostró cierta predilección por esos sonidos disonantes a la vez que sus frases conversaban genialmente con el resto de los sonidos.

Lo de Jhonny me dejó completamente extasiada, especialmente con el Repique. Y tuve la misma sensación que con Mateo: que la música iba directo de su cuerpo al tambor y que había una unidad orgánica entre instrumentista y sonido. Un capítulo aparte fue la interacción entre Jhonny y Mateo… pero bueno, es imposible contarles todo.

Ya saben: si no los van a ver, marcan bobera.

Y recuerden que el ciclo continúa. La próxima fecha es el 19 de julio con Marcos Caula Quinteto.

 

Foto: mía.

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