
Foto: Jordan Rosenfeld
Son las 6:09 am. Me despierto seis minutos antes de que suene el despertador y retomo los pensamientos con los que me acosté, con una fugaz esperanza de cambio pero irrumpe la constatación de que mis asociaciones cerebrales siguen en la misma buena forma de siempre y fieles a las mismas manías. Sigo angustiada por lo mismo de ayer y esperanzada por lo mismo de mañana. Aunque podría ser el mismo, el día es otro. Lo primero que hago es prender mi computadora por una sola de sus funciones: sonar música. Prendo una vela y el hornito con el óleo 31, del que queda claro que soy adicta. Tengo entre quince y treinta minutos para meditar. La música suena, ayudándome a detener mis pensamientos.
Luego de la rutina temprana, salgo a caminar con Lenine cantándome en mi mp3. Miro el reloj… tengo una hora y media exacta para caminar, bañarme y volver a salir. Qué bueno ese MTV unplugged del 2006. Ay, no. Me encanta el tema Paciência pero no me conviene para caminar porque disminuyo mucho la velocidad. Ya lo escucharé en algún otro momento. Pensar todo lo que me gustaba Jacksoul Brasileiro y cómo me gozaba con el matiz de volumen entre las semicorcheas del HH… pero el tema pasó y esta vez no me di cuenta de eso. Y creo que ayer tampoco.
Estoy de nuevo en casa. ¡Pepe me colgó ese video que promete, de E.S.T.! No es lo ideal pero lo voy a escuchar mientras me ducho. Uy, si subo mucho el volumen mis parlantes saturan. Supieron ser buenos pero mi ansiedad por probar la bata pudo más que la razón. Cinco minutos después mis parlantes habían perdido los matices… igual que Jacksoul Brasileiro.
Qué placer enorme mi ducha después de transpirar. No hay caso, desde aquí es imposible escuchar y disfrutar a EST. Ya lo escucharé más tarde, al regreso del trabajo. Por las dudas me llevo a Pedro Aznar en el mp3… de aquí al trabajo me da para escuchar 2 temas como mucho, pero algo es algo. Voy caminando y no puedo creer que con auriculares y todo se oigan los ómnibus que pasan por al lado más fuerte que Amelia. La guitarra de 12 cuerdas de While my Guitar Gently Weeps casi no se distingue en medio del tránsito. Intento subirle el volumen y, zas: se queda sin batería. Cierto, anoche me olvidé de cargarlo.
Llego a mi trabajo y escucho muchas y muchas palabras… mías y ajenas. Yo hablo más en mi trabajo que en cualquier otro momento del día. Barullo. Cada tanto sucede algo especial: oigo un ruidito agudo y cortísimo que se repite y del otro lado de la ventana hay un picaflor, que se muestra no más de dos segundos antes de desaparecer. Regreso de mi trabajo bastante cansada. Tengo un par de obligaciones más que atender. De camino, paso por el supermercado. Otra vez me pregunto si realmente alguien se gana la vida transformando temas fantásticos en sonidos de cajas de música para que sean escuchados por los clientes mientras eligen los fideos o el yogurt. Uy, no, ¡no me pongas a Pat Metheny por favor! ¡No me lo arruines de esta manera cruel! Más minutos de los deseables después, se abre la puerta del super. Yo respiro aliviada y pienso que una vez más logré salir de ahí con vida.
Al llegar por fin a casa, está sonando el teléfono. Qué fuerte está ese timbre. Tengo que bajarlo o, mejor, apagarlo por unos días. Contesto y le explico y vuelvo a explicarle a la señora, que encima me habla fuerte y molesta, que aquí no es la peluquería.
¿Qué hora es? ¿Ya? Está por llegar mi pequeño del colegio. Ah, ahí viene. Y con él los cuentos del día, que son abundantes. Gracias a Dios que tenemos una buena comunicación.
Ahora sí tengo un rato para mí. ¿Leo? ¿Escucho música? ¿Qué música tengo ganas de escuchar? Estoy un poco cansada para The Black Keys. Tengo el último disco que me regaló Gustavo para escuchar, pero este no es el momento. Con este cansancio necesito algo tranqui. ¿Eva? No, me pone un poco triste. ¿Dino Saluzzi? Me pone introspectiva. ¿John McLaughlin y su The Heart of Things? No, demasiadas notas también. ¿Jarret? Mi cabeza no resiste tantos agudos. ¿El video de EST que me regaló Pepe? No… se merece mucha más atención de la que puedo darle ahora. Por fin me decido por la voz de Mateo Moreno. Es grave, tranquila… me pone un pelín triste, pero puedo llevarlo bien hoy. Mientras tanto leo mails, luego unos mensajes preciosos que me mandaron mis amigas queridas y evito responder otros mensajes que hoy no me interesan. Veo en Facebook un video tentador. Mateo: tendrás que esperar. Pongo “play” pero mucho antes de que termine, otro video en la lista de reproducción de la derecha me llama la atención. Cambio. Hermoso video. Qué suerte que lo encontré.
Miro el reloj… tengo que hacer la cena y no tengo ganas de cocinar. Tampoco tengo hambre… pero debería, porque hace horas que no como. Qué suerte que tengo que nutrir a mi pequeño, al menos me obliga a elaborar alguna cosa. Estaba rica la cena, ¿verdad? ¡Qué tarde que es! Tenemos que acostarnos de una vez o mañana nos costará un triunfo levantarnos. Apago mi computadora. Qué alivio. Ese ventilador molestaba aunque no me daba cuenta. Apago la luz. Se oye un perro a lo lejos y una televisión con gente gritando y riéndose histéricamente. Me dormí pensando en cuántos de esos programas habrá hoy en día.
Rebobino y corrijo.
Así puede ser un día de semana bastante típico para mí. Pero hoy, en verdad, hice dos acciones muy simples que sentí como revolucionarias.
La primera: me detuve un rato a sentir amor por mí misma. ¿Lo qué? Ja. No, no es peligroso en verdad. Y sí, es bastante sencillo. Se trata de cerrar los ojos para detener las distracciones y girar la dirección del sentimiento de amor ciento ochenta grados. Se siente un poco raro todavía, porque es una experiencia bastante nueva, pero sospecho que puedo llegar a volverme tan adicta a esto como al óleo 31.
Y un poco más tarde apagué la luz y me tiré en el sofá a escuchar música. Recordé que escuchar música es escuchar música mientras no se hace ninguna otra cosa. Que escuchar música realmente es dejarse atrapar, llevar, levantar, arrastrar por mundos variados mientras no se busca nada, ni se responde nada, ni se piensan soluciones para nada. Y encontré que el batero de Lenine sigue haciendo los matices en el HH de Jacksoul B., y que Pedro Aznar sigue operando corazones con la voz, y que Keith Jarret sigue tarareando detrás de Köln Concert como lo hacía antes, que Sonny Rollins se apodera de mí de una manera obscena, que Ella Fitzgerald sigue teniendo la voz más grandiosa que una mujer pueda llegar a tener, y que Louis Armstrong está cada vez más alegre y delicioso.
Hoy me dormiré pensando en que mañana rescataré otra acción: Me sentaré a leer uno de los cinco libros que tengo empezados. Pero esta vez para leer apagaré todo… excepto la luz.
—-
(Nota: Texto dedicado a Cláu y Vir. Ambas saben por qué. Gracias.)