Homenaje a Chris Cornell en Inmigrantes

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El clima gélido montevideano del miércoles 5 de julio de 2018 a las 22:00 horas era un espejismo para ocultar una velada acalorada y con un nivel alto de frecuencia celular.

Calculé a qué distancia me pararía para que el volumen no fuera demasiado e incluso evalué la posibilidad de una huida discreta. Sin embargo terminé, por elección, en primera fila, recibiendo todo con las tripas, y gozándome la vida durante las dos brevísimas horas que duró el homenaje a Chris Cornell de Llambo (Alejandro Llambías), Tote FernándezJuan Eiraldi y Fernando “El Rengo” López.

Un Inmigrantes completamente lleno (“up to the balls”, como bromearon) se mantuvo al firme con mucho respeto, atención plena y satisfacción justificada.

Qué privilegiados los que estuvimos ahí. Fue un concierto compacto en su excelencia, con un nivel de energía sostenido hasta el último segundo. Inclusive la participación de varios invitados sucedió cómoda y coherente con esa unidad.

Llambo se pasa de genio. Cantó las dos horas con esa calidad que lo caracteriza. Lo más obvio y lo primero que atrapa es su dominio técnico para llegar a notas súper agudas o a un registro mucho más grave sin disminuir para nada la textura del sonido ni la afinación. Pero lo que a mí me embriaga es la convivencia en una sola voz de una buena dosis de garra, de potencia, también de tristeza, y una enorme porción de dulzura, suavidad, cordialidad. Llambo está al mismo nivel de cantantes gigantes como Chris Cornell o Myles Kennedy pero tiene un ángel especial que lo identifica y diferencia de cualquier otro. Él despierta una constelación de emociones y nos permite poner a la vista aspectos contradictorios que conviven en nuestro interior. Escucharlo no es algo que convenga hacer a la ligera… hay que saber que uno se está entregando a una transformación potente. Después de la experiencia es como si la filigrana de la vida tuviera hilos de más colores y todo brillara más.

Juan Eiraldi en la guitarra sostuvo el mundo melódico y armónico de la noche de manera admirable, con un toque optimista y corpulento, sensato pero vivaracho, alegre e inquieto. Me llamó la atención su genial ubicación para despegar cuando así convenía y para generar una base adecuada cuando otros tenían el protagonismo. Su sonido es limpio, decidido y su impronta es calma, segura y gozada. Sin duda un gran guitarrista.

A la izquierda del escenario, regocijado, Fernando “El Rengo” López llevó, sabio e incansable, la batuta con el bajo. La máxima “menos es más” se resignificó aquí para mí. Si bien por momentos aparecían más, me sorprendió -para bien- su efectividad con pocas notas. De la mano con esto disfruté tanto de los sonidos no tocados pero implícitos que sí sonaban en mi cerebro como de las notas sostenidas y saboreables durante tiempos completos. La buenísima comunicación con la batería fue otro de los hitos.

Lo que me lleva a situar la mirada en Tote Fernández. Antes de que comenzaran le pregunté qué le atrapaba más de este proyecto. Me respondió algo así: “Son las canciones que escuché durante toda una época, esta música corre por mí, y lo que más me gusta es tratar de generar lo mismo que los bateros de las canciones originales, que tienen sus diferencias”. [Matt Cameron, Brad Wilk y otros]. Durante el show fue fascinante presenciar ese cambio de energía entre los temas, con los diferentes vocabularios y enfoques, y sin embargo, detrás, en el fondo de esas variaciones, encontrar el sonido tan personal de Tote, que tiene una solidez extrema pero cómoda, una contundencia bestial y creativa, un gusto de chef francés al elegir sus fills y también sus silencios. Admiración total me generó su habilidad para disfrutar a tope, permitirse emocionar y excitar notoriamente por la energía de la música y a la vez mantener el tiempo y el temple con maestría. Si lo han visto, saben que es bastante alto. Para que se hagan una idea del volumen que hubo por momentos, déjenme contarles que subía los palos hasta encima de su cabeza para tomar impulso. “¿A vos no se te rompieron los oídos?”, me preguntó Llambo. Y no, porque me pasé el toque entero poniéndome y sacándome los protectores. Cada vez que él decía “vamos a tocar una baladita”, yo volaba a protegerme estos órganos de los que dependo para ser feliz. Y, nobleza obliga, hubo lapsos más calmos en los que fue muy placentero estar desprotegida.

Hubo varios invitados: Sebastian Casafúa (Voz), Leo Varga (Batería), Emiliano Pérez Saavedra (Batería), Gonzalo de Lizarza (Guitarra), Claudio Pintos (Guitarra), Diego Bustamante (Voz), Marcelo Leoni (Bajo) y Rosendo Saralegui (Bajo). Todos aportaron su color personal que combinaron a la perfección con la paleta de la noche.

En este encuentro de tributo sonaron, con todo el respeto del mundo, temas de Soundgarden, Temple of the Dog y Audioslave. Es doloroso detenerse a ver que un ser tan creativo y genial como Chris Cornell llegó a no encontrar motivación para continuar viviendo teniendo aún unos cuántos años por delante. También es emotivo que su obra continúe renovándose con músicos que le rinden homenaje de esta manera tan profesional.

 

Si te interesó esta reseña, puede interesarte leer también nuestra entrevista a Llambo.

Foto de portada: facilitada por la Producción.

 

Respeto y veneración musical: Ibarburu-Chapital en Ciclo de Cuerdas

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Se apagaron las luces y se sostuvieron apagadas un poco más de lo acostumbrado. La calidad de ese lapso de silencio, visual y auditivo, nos hizo saber que por esa noche el público estaba a la altura de los músicos. Atención plena, evidente expectativa y mucho respeto. Alguien aventuró un silbido y un aplauso apretado les dio la bienvenida a Nicolás Ibarburu y Juan Pablo Chapital. Desde el suelo, dos focos blancos y tímidos iluminaban justo lo suficiente, generando un efecto íntimo, que invitaba a agudizar el oído y toda la kinestesia.

A partir de la primera nota de la primera canción que ofrecieron hasta que se volvió inaudible el último sonido de la noche, vivimos un maridaje de profesionalismo, enorme cuidado, profundo amor y total veneración a la música.

Tanto de la grabación “Amanecer en Tandil” como de este show de presentación en la Sala Hugo Balzo del Auditorio del Sodre me impresionó que siendo la mitad de temas de uno y la mitad de temas compuesto por el otro el disco tiene una unidad y personalidad indiscutible. No es para nada un rejunte de canciones sino que se siente como si hubiese sido una obra creada como una unidad. Si a eso le agregamos que estamos hablando de dos guitarristas profesionales que ya tienen sus carreras individuales muy desarrolladas, resulta muy destacable que se hayan conjugado de tal forma como para que resulte esta obra tan uniforme y por cierto muy hermosa, que se asienta en nuestro interior como pocos discos instrumentales de estos lares.

De alguna manera me trajo a la memoria el “Friday Night in San Francisco” (de John McLaughlin, Paco de Lucía y Al Di Meola). No porque sean discos similares, que no lo son, sino por esa cualidad de guitarras amalgamadas de tal manera que uno siente un efecto celular que no es “ni Ibarburense ni Chapitalteco”, sino otro, nuevo, e increíblemente hermoso.

El concierto entero fue una delicadeza amorosa, una reverencia a la creatividad sensitiva. Me encantaría, aunque sé que es difícil, que entre líneas pudieran oír las notas sostenidas, apoyadas con garra y misticismo; el recogimiento de los silencios… y el homenaje implícito a la sensibilidad humana.

Juan Pablo iba presentando los temas y él y Nicolás nos hicieron reír muchas veces con sus comentarios. Con ambos sucede que siendo esos gigantes musicales que son para algunos de nosotros, al oírlos hablar en el mismo tono que podríamos oír en un amigo o vecino, nos resulta sorprendente y divertido. A mí me genera admiración que sean así de cercanos siendo que a la vez están a años luz de nosotros los terrícolas.

En medio de la noche invitaron a Pablo Pinocho Routin a cantar un tema de Atahualpa Yupanqui. La presencia de Routin aportó un color diferente a la noche y creo que fue muy acertado, dándonos la oportunidad de un pequeño cambio de frecuencia que nos permitiría retomar la segunda parte con curiosidad renovada. Pinocho también se presentará en este ciclo, cerrándolo, el día 7 de noviembre.

En el público se encontraban Carmen Pi (que se presentará en este ciclo el día 8 de agosto) y Sara Sabah (que se presentará el 10 de octubre). Por su parte Nico Ibarburu el 5 de setiembre participará nuevamente con su banda.

Al llegar a los agradecimientos, que incluyeron a todos los involucrados en el CD y en el show, me conmovió especialmente la mención a Evaristo Martínez y Gastón Gauna, quienes fueron instrumento para la magia. Las palabras del Chapa fueron más o menos así: “Queremos agradecer especialmente a un amigo que está en la sala, que fue un poco el que se dio manija para que hiciéramos el disco, que se vino a mitad de semana de la ciudad de Azul: Evaristo Martínez. Todo surgió así. En un show que hicimos con Nico en la Sala Zitarrosa hace un par de años, donde los dos presentábamos el proyecto de cada uno y en un momento del show presentábamos algo a dos guitarras. Cuando Evaristo se enteró de eso dijo: ‘Yo los voy a traer acá y vamos a grabar el disco’. Y nos armó una gira que terminaba en la ciudad de Tandil, donde conocimos a otro loco de la guerra, amigo, que se llama Gastón Gauna, que es el dueño de Nido Records, que es su estudio, todo hecho a mano por él. Todo lo que ves fue puesto por él, todo de madera, increíble. Y el día del show Gastón vino a presentarse y nos dijo que teníamos las puertas abiertas para grabar. Y ahí estuvimos dos días amaneciendo en Tandil. Así que bueno, Gastón Gauna fue también fundamental en este proyecto“.

Por suerte nos regalaron algunos temas más. Uno de ellos fue “Quiero” de Chapital, que es la primera canción cantada por él que ha grabado hasta ahora. Es una canción súper bonita, muy sensible y muy introspectiva, con una melodía que queda sonando y resonando por días.

Después Nico cantó su canción “Mapa Tesoro”, que ha recibido una avalancha de crítica positiva de parte de los músicos. Su canto me conmovió de principio a fin y me fascinó ver su evolución en su actitud al cantar en apenas unos meses. Lo que empezó con una cuota de timidez está desarrollándose en un sentido muy generoso. Está pasando eso que era esperable que sucediera: que su voz nos sacudiera las células parecido a sus notas en la guitarra. El contenido de dulzura y amor que trajeron esas notas me desarmó por completo y logró eso que considero lo máximo al escuchar música: me detuvo todo pensamiento. Sonreí feliz, de principio a fin de la canción, y solo sentía el corazón transformándose bajo un embrujo nuevo.

Una belleza de concierto. Un par de guitarristas y compositores que tanto individualmente como en conjunto son un deleite absoluto.

Ahora tenemos “Amanecer en Tandil” que nos acompañará toda la vida. De corazón espero que no sea el último disco de esta yunta genial.

Reseña escrita para COOLTIVARTE, donde pueden encontrar las fotos del show tomadas por Ricardo Gómez.