CD «Andamiento», de Martín Muguerza

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Hoy quiero contarles un poco del CD «Andamiento», del baterista Martín Muguerza. Este disco vino conmigo del Festival Jazz a la Calle, en la ciudad de Mercedes, y esperó casi dos meses hasta que tuviera tiempo de escucharlo bien. Le puse play por primera vez una noche de verano. La luz tenue de la habitación era la que entraba por las ventanas abiertas. Ya estaba baja, grande y roja la Luna creciente. Nuestro satélite volvió dos veces al mismo lugar y yo sigo escuchándolo en estado de asombro y fascinación.

Es un disco con tal riqueza musical que pedirá muchísimas escuchas hasta que puedas decir que realmente lo conoces. Presenta capas y más capas de significados, climas, interacciones, intenciones y demás, que es imposible captar de inmediato. Te ocurrirá que lo que captes de primera se irá desplegando y transformando infinitas veces.

Ninguno de los temas está compuesto por el líder y productor del disco, el gran baterista Martín Muguerza, y en el transcurso de los tracks participan varios músicos diferentes. Sin embargo, el disco tiene un hilo conductor, resulta una unidad de timbres y principalmente de impronta intencional y energética.

Me fascina el hecho de que a pesar de que a esta altura lo he escuchado muchísimas veces completo, este objeto tan finito aún me deparará horas y horas de descubrimientos y disfrutes.

Creo que en este disco más que hablar de «temas» tenemos que hablar de «obras», pues cada uno de los tracks se vive como una obra musical completísima. Ocho de las obras son de autores uruguayos (Andrés Bedó, Sergio Fernández, Pedro Ferreira, Aïdita Martínez y Artigas Leal) y una es de un extranjero: Bob Mintzer.

Resumiendo algo que no es resumible, se trata de un disco que involucra una enorme madurez musical, profundo, hecho a conciencia, súper profesional. En cuanto a lo que dispara emocionalmente, tiene generadores de introspección que conviven con un espíritu positivo, tendiente al optimismo y por momentos a la alegría.

Cuando pensamos en un disco de un baterista siempre tememos –al menos yo– que se trate de un disco muy ruidoso o agresivo. Cuando el baterista líder de un disco tiene como prioridad la musicalidad, se da algo que me fascina: las elecciones musicales pueden responder a un sinfín de emociones e intereses personales pero el aspecto rítmico es tratado con impecabilidad. Que sea así marca una diferencia que me resulta muy disfrutable. Supongo que porque si lo rítmico es inmaculado, una puede dejarse llevar tranquilamente a sabiendas de que todo irá cuadrando en el lugar y momento indicados. Pero si además ese ritmo es amable, cuidadoso con la sensibilidad de quien escucha y profesa amor por la música y creatividad gozosa, entonces la experiencia pasa a ser aún más rica y valiosa. En este caso, además, Muguerza es un músico muy completo, quien tocó jazz desde su temprana juventud y luego se dedicó profesionalmente a tocar música clásica. “Andamiento” resulta ser, para mí, una obra de arte en el sentido más literal de la expresión, donde la música se despliega al máximo con todas sus posibilidades.

«El borderline» es el primer track, que fue compuesto por Andrés Bedó. Lo grabaron Bedó, Roberto De Bellis, Martín Muguerza, Javier Olivera y Artigas Leal. Es una obra que los primeros dos días me pidió escucharla vez tras vez una treintena de veces.

Lo primero que me impactó fue la impronta masculina, firme, sin pizca de duda, con una energía de certezas. Creo yo que esto está dado por el aspecto rítmico, que en este tema está llevado con igual prioridad por todos los instrumentos.

Es una obra inteligente y sensible a la vez, que contiene una cuota de virtuosismo en cada instrumento… pero porque así se requiere, no por ningún egotrip. Me parecen muy bellos los solos e igualmente hermosos el apoyo o diálogo de los otros instrumentos con el solista, generando así esa superposición de significados que decía al principio. Hay una conjunción permanente, donde toda frase presentada por un instrumento solista es apoyada y condimentada por los demás. La presencia de trompetas y trombones le da una fuerza y una amplitud genial como apertura del disco.

Bedó se pasa. Desde la claridad cristalina de sus notas a gran velocidad, el manejo rítmico espectacular, la capacidad para transmitir una sensibilidad exquisita en un tema que lo lleva rápido y, lo más llamativo: que suena nuevo, que suena original, que dice algo que no parece haber sido dicho antes, con lo difícil que sabemos que es eso.

Roberto De Bellis en el contrabajo se luce todo el tiempo. Cuando acompaña a otro solista, interactúa con ternura y pasión respetuosa. En su solo de tempo impecable me llamó la atención la articulación de las notas, lo cual permite una claridad de escucha que no es tan común con su instrumento, a la vez que es pura expresividad, en este tema con una buena cuota de alegría.

El solo de M. Muguerza aquí es genial pues siendo un solo del productor del disco, lo que se oye en él es el tema en sí: la melodía, intención musical, etc. Un solo profesional de verdad. Por otra parte, un detalle pero que para mí es llamativo: el trabajo de Muguerza con el Hi-Hat en todo el tema y especialmente durante el solo de bajo es fascinante: cómo sostiene la intención, el volumen, el sonido durante todo el acompañamiento. Y sé que no es un truco del estudio pues los vi tocar así mismo en vivo. Otra belleza es el acompañamiento que le hace al piano, tocando patrones insólitamente melódicos y originales.

Todos los sonidos de los instrumentos están impecables y el balance de volúmenes está genialmente logrado. Cuando un instrumento solea, los volúmenes de los demás instrumentos están algo más bajos y cuando están co-construyendo una parte, están perfectamente balanceados. El disco fue grabado en Berequetum Estudio y las tomas, mezcla y masterización son de Luis Ravizza, quien está claro que hizo un excelente trabajo.

El segundo track, «Cuidador de Sombras» es una composición de Sergio Fernández, de más de 6 minutos de duración, frente a la cual hay que sacarse el sombrero. Felizmente no es posible encasillarla en ninguna categoría. Bien podría tratarse de la banda de sonido de una película. A lo largo de su evolución va contando una historia que se siente avanzar por distintos paisajes. La música te va llevando a lugares móviles, como si estuvieras observando realidades a través de la ventana de un tren, o más aún, como si entraras y salieras de diferentes habitaciones donde pasan cosas diferentes. Ocurren virajes inquietantes que te detienen en lugares oscuros. Entre experiencia y experiencia se pasa por una escena circense, que extrañamente tiene aires candomberos y aroma a flamenco, y que tiene la peculiaridad de ser introducción y estribillo a la vez, que distiende tensiones, aunque te ofrece un sinfín de estímulos que te sostienen alerta. Los climas que se generan en los diferentes momentos de este track son perfectos para una película, o por qué no al revés: así como hay sonidos que se componen para acompañar las imágenes de una película en este caso creo que haría falta unas imágenes para acompañar a este track. Se me ocurre que este track necesita una “banda de imagen” al estilo de «The Straight Story» de David Lynch. Aquí también los sonidos se disponen en millones de estratos interrelacionados, entrecruzados, con una cantidad tal de información que una vez que termina, tenés que escucharlo de nuevo. El sonido de la guitarra tocada por S. Fernández es exquisito. Te infunde emoción intravenosa. Muguerza toca la batería y el vibráfono y es brutal cómo la presencia del vibráfono le inyecta a la música un matiz aún más mágico, con significados más intrincados. Aquí además hay capas generadas por varios saxos (Gustavo Villalba, Ricardo Figueira, Gonzalo Levin y Alejandra Genta), aunque de un modo muy discreto, subterráneo. El contrabajo, que aquí también está en las manos de Roberto De Bellis, proyecta pura sensibilidad, a la vez que demuestra un dominio técnico y un profesionalismo musical que por un lado es admirable y por otro hacen el viaje de escucha algo realmente cómodo y apasionante. La firmeza, la convicción, la limpieza de cada nota y el buen gusto son para prestarles real atención. Otra vez, al igual que en el track 1, los diálogos entre los instrumentos son maravillosos.

El tercer track es el candombe «Biricunyamba» (de Pedro Ferreira). Lo grabaron Ricardo Nolé (piano y arreglo), Miguel Pose (contrabajo) y Martín Muguerza (batería). Es una composición mucho menos densa de información que las dos anteriores. Genera ese efecto de uruguayez en notas que disfrutamos tanto. Vuelvo a admirarme de la regulación de los volúmenes de grabación que permiten escuchar cada uno de los sonidos a la perfección y encontrar, por ejemplo, que platillos y piano se amalgaman por momentos en sus timbres, y que parece que las cuerdas del contrabajo resonaran ante algunos martillos del piano. La impronta de las notas tocadas por Nolé es siempre de vitalidad, de actitud positiva y de confianza. Y su manejo del ritmo es genial, porque sabe ser decisivo sin imponer ningún componente violento. El timbre del contrabajo de Pose es un poco más agudo que el de de Bellis y ese cambio en el transcurrir de la escucha del disco está interesante, porque nos corre un poco dentro del espectro sonoro y nos hace renovar la atención. Es buenísima la dupla de Muguerza y Pose en este candombe. Todo se siente infinitamente cómodo y gozado. De alguna forma el bajo con su cadencia y fluir evoca una parte sutil de los tambores del candombe. El trabajo de platillos de Martín es hermoso en todo el disco y en este tema también. La llevada de candombe de los tres juntos es genial. Da la impresión de que hubieran horas de ensayo atrás, pero conociendo un poco a los músicos uruguayos eso es muy poco probable, con lo cual es aún más llamativo.

El track 4 se llama «Una brisa». Es otra obra de arte de Andrés Bedó. Tiene una intro y un final tocada a piano (¡por Martín Muguerza!), contrabajo (De Bellis) y batería (Muguerza) y en medio un festejo de sonidos del piano, tremendamente sentidos y generadores de emociones, que por momentos se afirman y son amplificados con los platillos de la batería. En la intro y el final, en la que hay más distancia entre los sonidos, se puede sentir claramente cómo el piano se apoya en la firmeza sólida de los sonidos del contrabajo. En la sección central del tema, a solo piano, se genera algo muy bello. Yo encuentro que con esa parte central vuelo e imagino muchísimas realidades alternativas y todo con amabilidad y belleza. Una hermosura muy especial, que agradezco tener la suerte de conocer e incluir en mi vida de ahora en más como un lugar al que acercarme de vez en cuando.

El track 5, «Imágenes ocultas», es composición de Sergio Fernández. Este track tiene también unos toques de aire que se me ha dado por llamar circense, como el track 2 (también suyo), y comparte de alguna manera la forma general del track 4 de Bedó. En esto último me refiero a lo siguiente: la introducción y el final son más activos, con una impronta más polifónica (con excelentes momentos de unísonos de instrumentos, incluyendo cortes), y la parte central del tema es, en este caso, casi solo guitarra. En realidad es solo guitarra y únicamente aparecen los platillos en esa función que les otorga Muguerza de ensalzar el clímax de las cuerdas. Me resulta original que sea así. Me parece que estamos más acostumbrados a que un tema vaya creciendo en estímulos y esta forma que es quizás opuesta me resulta una novedad. Se siente especial cómo la composición pasa abruptamente de un lugar de mirada más externa, si se quiere con distracciones, a un lugar totalmente introspectivo y archisensible y me admira el sonido, el fraseo, la intención, el cuidado y la libertad que llegan con esas notas de la guitarra.

El track 6, «Lo que ya no es», es una composición de Aïdita Martínez. En este track los músicos son: A. Martínez en voz, Ignacio Labrada en piano, Gerardo Alonso en contrabajo y Martín Muguerza en batería. Te invita a un viaje introspectivo, dulce y algo triste, con un ritmo lento y firme. Al foco de mi atención se lo robaron los juegos melódicos de un instrumento y otro. La voz de Aïdita se siente muy dulce y profunda y una se queda con ganas de que el track tenga el doble de duración para conocer más de esa historia que llega en ese formato sonoro y que genera curiosidad. Vaya, un tema sin letra compuesto por una cantante… que elije en su composición participar con su voz como un instrumento musical más. Otra vez estamos delante de un hecho musical propiamente dicho, donde el mensaje nos atraviesa y nos transforma. Dudo que alguien pueda escuchar este tema y ser el mismo antes y después de hacerlo, porque abre posibilidades, invita a mirar en lugares nuevos de uno mismo y del otro.

“Quartet #2 in three movements” (de Bob Mintzer) nos llega de parte de Gustavo Villalba (saxo soprano), Ricardo Figueira (saxo alto), Gonzalo Levin (saxo tenor), Alejandra Genta (saxo barítono) y Martín Muguerza (batería). Es maravilloso escuchar el arreglo del tema y el entrecruzamiento sonoro que se da entre todos estos metales, con sus diferentes texturas, y la batería. El sonido de cada uno de ellos está profundamente trabajado y aquí se confirma lo que se viene escuchando en todo el disco: el profesionalismo, la firmeza, la confianza, la destreza de los músicos y ese trabajo conjunto para un fin común. También el balance perfecto de los volúmenes que nos permite identificar con claridad cada nota.

“Seba” (de Artigas Leal) es el track 10. Los músicos que tocan este tema son: Martín Acosta (piano eléctrico), Gerardo Alonso (bajo eléctrico), Martín Muguerza (batería), Miguel Leal (trompeta), Artigas Leal (bombardino y trombón) y Natalia Castellini (flauta). Se trata de un tema que genera alegría y ternura y que, en la misma línea del resto del disco, está impecablemente presentado, con fraseos certeros, con melodías inteligentes y un entretejido sonoro que te genera ganas de volver a escucharlo. Es un tema bien jazzero, con solos de casi todos los instrumentos. Me encantó, obviamente, como suele suceder, el solo co-creado por el bajo y la bata con escobillas… es muy hermoso el resultado de esa combinación. El sonido general de este tema es de esos que te hace sentir el sol de la primavera, que te hace recordar momentos felices, aunque te encuentres en medio de una cuarentena por pandemia internacional.

Martín Muguerza es de los bateristas uruguayos que emocionan. Tiene una técnica asombrosa que encima solo usa con fines musicales y que le permite hacer con su instrumento básicamente lo que quiera. Ese es uno de los objetivos mayores de cualquier músico pero Martín ha logrado además algo que ni siquiera todos los músicos son conscientes de buscar: ser uno solo con su instrumento. Al verlo presentar este disco en vivo (en la ciudad de Mercedes) pude notar que él y su instrumento son una unidad, los palos son extensiones de sus brazos y cada sonido que emite con la batería es un reflejo exterior de un sonido interno que habita en él y que, por suerte para nosotros, se ve que pide ser expresado hacia el exterior. Bienvenido sea.

El último track, llamado “El mundo sin mal” es el tercer tema de Sergio Fernández en el disco pero sin guitarra, tocado a fiscorno (Javier Olivera), piano y platos (Martín Muguerza). Tiene una dinámica circular. Me resultó algo contradictorio su sonido y su título. Es complicado de explicar pero siento que el sonido incluye “el mal”. Hay algo en la armonía que no me evoca un mundo despojado de maldad sino más bien un mundo… como el que tenemos, con todos los colores. Me genera algo de incomodidad celular… me lleva a un lugar un poco diferente al recorrido de los diez tracks anteriores. La combinación sonora está muy buena y el tema es suficientemente inquietante como para pararse a pensar en qué mundo vivimos, en qué mundo queremos vivir y qué podremos hacer al respecto.

No son demasiados los discos que me han generado la necesidad de parar y retroceder, para volver a escuchar pasaje tras pasaje, o que una vez terminado un tema necesite volver a escucharlo entero varias veces antes de seguir con el siguiente. Sinceramente creo que este disco es una genialidad como pocos. Un aplauso de pie para Martín Muguerza y todos los músicos que participaron en él. Una masterpiece. ¡Gracias por regalarnos esta gozadera a quienes escuchamos!

NauMay: un disco colosal

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Hoy estoy admirada por la creatividad, los significados y las dimensiones que puede encerrar un objeto circular de 12 cms de diámetro y 3 mm de espesor. Cuando en el primer minuto del primer tema encontrás una realidad multidimensional que te atrapa, no queda otra chance que abandonar toda distracción y sumergirte a experimentar el embrujo hasta las últimas consecuencias. Te invito a acompañarme en la escucha de “NauMay”, de Juan Ibarra.

Juan es un excelente baterista. Quienes sentimos afinidad por el instrumento sabemos que un disco de baterista corre un riesgo claro: para empezar, que haya sonidos percutivos de más. Así que cuando le ponemos “play” por primera vez a un disco de batero, lo hacemos con ese temorcillo conocido. Lo genial sucede cuando el disco sí tiene una razón musical para existir y además es de un baterista. Esa para mí, y para varios seres que conozco, es la mejor combinación del mundo.

“NauMay” es un disco para escucharlo con dedicación, porque si se lo permites, te llevará por caminos emocionales múltiples y con varios niveles de profundidad.

Este viaje arranca con el tema “REM”. Es una aventura en sí misma observar las elecciones tomadas para el orden de los temas y que REM abra el disco es un indicador notable de qué tipo de experiencia te propone. Intentaré llevarte un poco por los caminos que yo anduve, a sabiendas de que solo podrás vivir algo parecido si lo haces sonar y resuelves escucharlo de verdad.

El primer contacto se establece a través de unos arpegios en el piano, a los que gradualmente se suman la batería y el saxo tenor. No sé qué te estarás imaginando, pero seguro que estás lejos de adivinar la magia de los primeros segundos. El sonido de estas primeras notas del piano te transmite una cierta inquietud, energía y decisión. Entra un plato expansivo que podría quizás invitarte a un ánimo exultado si no fuera porque enseguida ingresa el saxo, guiándote irremediablemente hacia un lugar íntimo y profundo. Entre los tres comienzan una danza cuidada pero vital, en la que Juan arpegia también y entra en el diálogo con las notas de sus toms, y se va generando un clima que contiene todas esos espacios: inquietud, curiosidad, vitalidad, intriga, profundidad y conversación. Entonces se van incorporando el contrabajo y la guitarra… y suenan los platos del hi-hat y es imposible no notar la belleza en ese sonido, al volumen perfecto. La aventura comienza, con sensibilidad y decisión. La técnica exquisita de Juan puesta al completo servicio de la música es algo que te impacta ya al primer minuto de disco, cuando apoya y estira unas frases de guitarra y saxo con unos “mini rulos” o rebotes en el redoblante. O sea, está claro que tiene en sus manos la posibilidad de extender tu éxtasis lo que a él se le antoje.

En este primer tema, a la altura de 1 minuto 20, comienza a darse algo que es bastante poco típico y me resultó atrapante: el bajo, el piano y los vientos pujan una base rítmica con insistencia y la batería es la que endulza y colorea, aportando capas y capas de significado con todo tipo de sutilezas musicales. Luego siguen una serie de solos, en los que se repite esta misma forma y cada vez con resultados emocionales diferentes: los instrumentos que no solean hacen una base muy rítmica y bastante enérgica y el solista si bien se destaca con soltura, siempre dialoga con creatividad con los demás instrumentos.

“REM” tiene un balance no tan común: por un lado, te coloca, ¡eureka!, en un lugar emocional de optimismo, por otro en un lugar intelectual nada frívolo, de interés y curiosidad. Su duración de 9 minutos no se sufre sino que se agradece.

Aunque cuesta soltar a “REM”, llega un momento en el que pasamos a “Angkor”. Este segundo tema empieza con una lógica muy similar: primero el piano, luego entra la batería… y una teme que la cosa se vuelva un poco aburrida. Sin embargo, a los 50 segundos sucede algo muy estimulante: una melodía muy llamativa, tocada por el saxo, que no cae en ningún lugar común, y que de base tiene una locura de batería, algo insólitamente mágico. Como una clase magistral de qué significa hacer música desde la bata. Y eso sigue sucediendo y multiplicándose durante el solo del saxo. Este solo es genial en todos los sentidos: un sonido espectacular, una intención llena de energía explosiva, pura certeza, que se siente fantástico. Y encima enmarcado de esa manera por la bata, el bajo, el piano… Es aquí que me detengo a observar la dupla bajo-batería. La comunicación entre ellos asombra, máxime a esa velocidad. “Qué demonios”, pienso, y justo cuando la emoción se sentía subir muchísimo, pasa un ángel y todo se detiene. Lo agradezco y pienso: “esta pausa fue un gesto muy amable, para poder saborear un poquito eso que acabo de escuchar”. Luego, tímidamente, se asoma la guitarra, muy dulce, muy cálida. Como si fuera un tren aumentando lentamente su velocidad, retoma un ritmo y un lugar vibratorio intenso, liderado por la guitarra y con toda una realidad mágica detrás, que va en aumento, incluyendo un saxo que dialoga con la guitarra y una batería, piano y bajo que entre sí generan un bosque encantado. Llega un solo de batería que combina a la perfección con el solo anterior de la guitarra: dulce, cálido y muy bello. Asombrada veo que dura 10 minutos y que no los noté. Sin duda eso quiere decir mucho.

La pista 3 se llama “Índigo”. La introducción se me hace un poco larga y con demasiadas notas pero luego entiendo que fue la mejor introducción para que yo disfrutara más de lo que sigue: un solo de contrabajo muy sentido, muy calmo, muy hermoso… que sin apremio te acaricia el corazón. Y termina el solo y vuelvo a escucharlo otra vez. Ahí noto el piano condimentando también con calma centrada y aportando unos agudos que hacen resaltar más los graves del bajo. Los platos de la batería aportan un brillo moderado sobre el final del solo. A lo que sigue lo asocio con la música de la película “Underground”, de Kusturica. No porque sea igual pero sí por el espíritu: una base muy ágil, con notas que evocan una alegría nada superficial, y una melodía que narra toda una historia de personajes y tiempos que se despliegan en mil capas. A ese momento eufórico sigue un solo de piano maduro, con el virtuosismo puesto al servicio del significado musical. Entonces el piano, desde su misión percutiva, hace una base enérgica y la batería vuela a gusto… y la oreja con ella. El tema termina calmo, amable, con una sencillez apacible.

La pista 4, que se llama “Océanos”, le aporta a lo que va del disco un matiz más introspectivo, con más espacios entre nota y nota. Me quedo pensando en el título del tema y siento que la composición es acerca de las profundidades de los océanos, donde llegan apenas unos pocos rayos de luz. Paradójicamente se me viene también la imagen de una chimenea encendida en una noche de invierno. Cada nota de este tema resuena con mi nostalgia y me envuelve de tal forma que en la primera escucha prefiero quedarme con la globalidad sonora, con la sensación de un abrazo envolvente.

Es al escucharlo por segunda vez que comienzo fascinándome con los matices de Juan con sus escobillas. El barrido es muy, muy dulce y los golpes son firmes y decididos. Esa capacidad para hacer convivir dos emociones diferentes y volcarlo a la música es, probablemente, uno de los generadores de las múltiples capas emocionales que se generan al escuchar NauMay. A la guitarra le agradezco con todo mi ser la elección de notas, pocas en cantidad y bellas en su cualidad, que luego empuja al saxo y al piano en la misma dirección. Me detengo en el contrabajo y me saco el sombrero de cómo Antonino Restuccia, con ese sonido tan fantástico, sostiene a lo largo de todo el disco esta máquina arrolladora. Con una sutileza que solo la música puede lograr, me encuentro en medio de un solo, impresionantemente hermoso, de Ignacio Labrada, con quien Juan Ibarra y la batería murmuran con delicadeza, apoyando y generando, otra vez, la multidimensionalidad. El sonido y las elecciones musicales de Juan en la batería son algo tan bello que por momentos dudo si resistiré una nota más. Hablo de esa fascinación extática que solo los grandes músicos logran en nosotros. Mencionar la hermosura de los platos en todo el disco, su sonido, cada colocación, cada aporte, es una obviedad que sería imperdonable no comentar.

“Pepper Blade” es la pista 5. Al empezar a escucharla me cae la ficha de que este es un disco con composiciones desafiantes: intimistas, elaboradas y maduras, con una paleta emocional maravillosa. Los temas no tienen nada de predecibles y a la vez da satisfacción ir acompañándolos. Los varios cambios de dirección, tanto en los temas como a lo largo del disco, tienen alguna cosa que no los hace violentos. Una va aquí y allá cómodamente, con alegría, algunos toques de intriga y pizcas de sorpresa. La conclusión a la que llego a esta altura del disco es que es una obra increíblemente elaborada, con un gusto musical majestuoso. Este disco no se merece quedar archivado en los cajones uruguayos, ¿eh? Porque si se queda acá, lo escuchamos ¿cuántos?… un puñado. Sí o sí hay que hacerlo llegar a lugares más poblados. “Pepper Blade” es hermosísimo y de nuevo me abre la imagen de múltiples capas de conocimiento, de emociones, de profundidad y diversión, alegría, introspección, etcétera. No dejes que yo te cuente este tema… escúchalo sin más, que me lo vas a agradecer. Hay una melodía por ahí que bien podría haber sido creada por un Herbie Hancock, de la que otro compositor podría haberse colgado y no soltar pero que Juan, dando cátedra de estabilidad emocional, la deja ser, meterse en uno por unos momentos breves, y sigue hacia caminos mucho más intrincados. Pero esa melodía no te suelta y sentís la imperiosa necesidad de volver. Este tema, con saxo y trompeta, es un estallido de belleza, digno también de ser tocado en formato big band. ¡Por momentos suena a big band en este formato!

Luego llega el primero de los únicos dos temas del disco que no fueron compuestos por Juan Ibarra: “Te abracé en la noche” (como sabemos, de Fernando Cabrera). Hacía un tiempo que no se me caían lágrimas escuchando un disco… me pasa más seguido en vivo. Me pudo la ternura y hondura de esta versión y encontré sublime la elaboración que conjuga una sencillez aparente, que es característica necesaria de esta canción, con toda una construcción sofisticada encima de la estructura. Al comienzo, la guitarra expresa con todo el arte del mundo la contradicción inherente a esta obra maestra, que nos desgarra y nos enamora al mismo tiempo. Después el saxo toma el lugar central pero con una gozadera de interacción con la batería, el bajo, el piano y la guitarra. El viaje continúa con una infinidad de elementos sutiles en los que el pecho se expande y contrae, dándole un sentido mayor a la experiencia de gozar gracias a los oídos.

“Nair” es una composición de Martín Ibarra. Escuchándola recordé las palabras de uno de mis dioses de la batería en una clínica que dio hace tiempo, en la que mencionó a Juan Ibarra como alguien que estaba llevando el candombe a otro nivel. Vaya que sí. Este tema me impresionó como una amalgama perfecta entre el jazz y el candombe y como una de esas composiciones que pasan a ser parte de la historia de la música. Lo que toca Juan en este tema es algo insólito, algo verdaderamente virtuoso y con un gusto exquisito, finísimo, extraordinario.

El último tema del disco se llama “Pataskala”. Lo escucho y re-escucho pensando que la próxima vez que vuelva a poner el disco voy a empezar por este tema, para poder dedicarle una atención más plena. Aquí me atrapan tanto la guitarra como el saxo y todo el interjuego del bajo, batería y piano pasando detrás de ellos. El final es impredecible, generando en una las ganas de volver a ponerle play, quizás al tema, quizás al disco todo.

Me detengo a notar que en todo el disco Juan no se salió ni en una sola nota de la zona de musicalidad plena. No hay una sola nota suya que no sea demandada por ese ente, de algún modo misterioso, llamado Música.

“Pataskala” ejemplifica en sí mismo una característica llamativa de “NauMay”: la convivencia perfecta de melodías bonitas y elaboradas y el ritmo atrapante y gozado.

Para terminar quiero compartir mi entusiasmo de que este disco tenga la particularidad de tener un ánimo festivo y a la vez hondo, intenso, penetrante.

Para terminar quiero avisarte que este disco es esencial y que no será de los que escuches una vez, ni dos, ni tres.

Para terminar quiero aseverar, convencida y exaltada, que este será un disco escuchado por muchas generaciones.

Para terminar quiero expresar que este disco me hechizó como pocos.

Comparto para que puedas escuchar y comprar:

https://www.juanibarramusic.com

http://juanibarra.bandcamp.com/album/naumay

 

Juan Ibarra Quinteto está formado por:

Antonino Restuccia – Contrabajo

Ignacio Labrada – Piano

Martín Ibarra – Guitarra

Gonzalo Levin – Saxos tenor, soprano y alto

Juan Ibarra – Batería

 

Invitados:

Benjamín Barreiro – Saxo tenor en temas 1 y 5

Federico Lazzarini – Trompeta en 1 y 5

 

Grabado por Gastón Ackermann en Mastodonte, los días 2 y 3 de diciembre de 2017.

Mezclado por G. Ackermann y J. Ibarra.

Masterizado por Dave Darlington en Bass Hit Studios, New York.

El tema Angkor obtuvo el primer puesto en los Premios Nacionales de Música, convocatoria 2017, séptima edición, categoría jazz.

Foto y diseño del disco: Marcos Mezzottoni.

Producido por Juan Ibarra.