Luis Salinas (en La Trastienda)

Reseña escrita para COOLTIVARTE.COM

Anoche, 24 de setiembre de 2015, se presentó Luis Salinas en La Trastienda de Montevideo, junto a cuatro grandes músicos uruguayos y su hijo, Juan Salinas.
En teclados: José Reinoso. En bajo: Francisco Fattoruso. En la batería y percusión, alternadamente: César Durañona y Martín Ibarburu.

Abrió la noche Luis Salinas a solas con su guitarra, tocando una versión muy suya, jazzeada a más no poder, del tango “Volver”. Este fue mi primer contacto con la música de Salinas en vivo. Ese primer momento me impactó por la combinación de dulzura y decisión, de emocionalidad y temperamento. En los últimos compases se acompañó por la voz. La verdad es que no me convenció escucharlo cantar en ninguna de las oportunidades que lo hizo. Entiendo que como músico le nazcan las ganas de cantar pero me parece que no le aporta a su música.

Para el tema siguiente invitó a Martín Ibarburu, diciendo: “Tengo la dicha de tocar con gente que quiero y admiro mucho, como Martín Ibarburu. Fuerte el aplauso”.
Ahí comenzaron los problemas de sonido que se mantuvieron casi toda la noche: acoples varios y volúmenes bastante mal manejados. La guitarra en este tema estaba por allá arriba y la bata no suficientemente clara. La sensación en el cuerpo que yo tuve al ver este primer tema fue de algo improvisado. Esto es entendible, ya que están juntándose músicos de diferentes orillas del río, pero no estamos muy acostumbrados a ver a Martín Ibarburu tocando con poca decisión y mirando a ver qué es lo que va a pasar el segundo siguiente. Por ahí me equivoco, y siéntanse completamente libres de comentar abajo en ese caso, pero así lo percibí. Evidentemente fue una improvisación genial, con momentos muy lúcidos y muy sensibles por parte de ambos, pero la sensación de inseguridad me resultó un poco incómoda.

Luego Martín salió y Salinas invitó al escenario a José Reinoso. El sonido del teclado de José y de la guitarra de Salinas hacen una combinación muy fantástica. Además del sonido, también hay una sintonía notoria de intención musical en ambos. De todos modos también en este primer tema con José la sensación era de estar en una jam. Las jams tienen lo suyo, claro. Fue en esta canción donde me cayó la ficha de que la guitarra de Salinas es una extensión de su cuerpo. Músico e instrumento, en este caso, no se ven como dos entidades sino como una..

Entraron Francisco Fattoruso (bajo) y César Durañona (batería). Para mi gusto el volumen del bajo estaba demasiado alto (se acomodó recién en la bossa nova), el del teclado demasiado bajo, y la batería tendiendo a baja también y continuaba mi sensación extraña de estar viendo a músicos que siempre vemos confiados y decididos, en una actitud de “¿qué va a pasar ahora?”. El sonido de Francisco es maravilloso y su toque también. Lo mismo con César… es un espectáculo lo que toca y cómo lo toca. Pero, independientemente de la ejecución en sí, para mí faltaron dos ensayos para que pudieran soltarse y transmitir un poco más.

En cuanto a César en la batería, cada vez que lo veo me sorprende con los saltos cuánticos que va dando. Anoche tocó algunos pasajes a una velocidad rapidísima y a un volumen bajito, bajito, que es algo muy difícil de hacer, y lo tocaba con una comodidad asombrosa y envidiable. Tremendo buen gusto mostró en una cantidad de pasajes y me impactó, una vez más, la solidez de su sonido. Esa combinación de sutileza, dulzura, firmeza y velocidad es algo de otro planeta. Qué genio. La descosió.

Y en un momento llegó el candombe, que para mí fue lo mejor hasta ese momento. Fue cuando me engancharon. Martín Ibarburu en la batería y César Durañona en la percusión, Francisco Fattoruso en bajo, José Reinoso en teclado. Así quién puede perder, ¿no? El solo de bajo de Francisco en el candombe fue de alquilar balcones. Pfff, una belleza. Las melodías de Salinas fueron realmente hermosísimas, el solo de José genial y Martín (bata) y César (congas) hicieron algo realmente bello entre los dos. Martín bancó estoicamente un ritmo de candombe rapidísimo por no sé cuántos minutos de manera brutal. Y sobre el minuto 50 se mandó el primer momento mágico baterístico: un solo Ibarburu de los mejores. Tanto que amagó a terminarlo y Salinas le gritó que no, y lo siguió una vuelta más. Me gusta que Salinas valore a Martín como se merece.

El eclecticismo rítmico de la noche nos llevó a un bolero con la mejor sección rítmica de la historia. Los sonidos de Reinoso y Salinas resaltaron en esta canción como igualmente claros, dulces, calmos, muy agradables.

Luego pasó César a la batería y entró Juan Salinas al escenario. Este tema fue un disfrute importante. Todo sonó bien amalgamado y se sintió desde el público el disfrute de todos. Juan Salinas, que no debe tener más de 16 años, tocó fantástico, con mucha energía y muy buen gusto. En las teclas y en la bata José y César tocaron genialidades. Cuando empezó su solo Juan a todos se les dibujó una sonrisa. Fue una inyección de vida que los animó y nos animó a todos.

Y ahí, cuando estábamos diciendo “ah, qué bueno”, vino un descanso. Iba como una hora y cuarto de toque.

Ese último tema de la primera parte y la segunda parte para mí fueron otro toque diferente, y más gozado. No faltó algún acople y en algún momento necesité otro balance de volúmenes (¡la percu!!!) pero estuvo muy bueno.

La segunda parte comenzó con Martín en la bata y César en la percusión (estuvo buenísima esa variación toda la noche entre los dos músicos e instrumetnos), Francisco, José y Luis Salinas. Jazz a full. El lenguaje de jazz de Martín en este primer tema fue realmente exquisito. Algo comparable al castellano de Borges, por decir algo. Francisco le metió toda la alegría del mundo y Salinas se pasó con su guitarra. Melodías hermosas y virtuosas también. La dupla Martín y Francisco en este tema fue algo muy, muy genial. Ahora sí le dieron más volumen a la batería (¡se necesitó desde el comienzo!).

Para el segundo tema volvió Juan Salinas, quien participó en casi toda la segunda parte, y continuó despertando gestos de aprobación entre los músicos y generando un impacto en el público que modificó completamente su energía. Los temas de esta segunda parte también fueron diferentes, con otra fuerza, otro carácter. El sonido y la intención de Juan en la guitarra son bien diferentes a los de su padre. Más vivaz, con más energía y a mí me dijo más cosas. Por ahí los volúmenes, de nuevo, se desequilibraron: la guitarra era lo que se oía. La percu y el teclado como que no existían. La bata y el bajo se perdieron.

César y Martín hicieron enroque y fue la primera vez que vi a Martín tocando percusión. Hubo una seguidilla de solos que emocionaron corazones: Juan Salinas primero (revitalizante), Francisco Fattoruso después (slaps a full, fascinante, gozado), César (solidez total, impresionante creatividad… ¡esos compases mechados de murga fueron geniales!), José Reinoso (ahora con otra vitalidad, muy muy lindo).

Pasado ese pico de éxtasis, vino una balada muy hermosa, una especie de canción de cuna, con Martín en la bata (y su backbeat rompecorazones) y César en la percu. La guitarra de Luis Salinas con una dulzura extrema. Todos los instrumentos sonaban muy, muy dulces y llamaba alegremente la atención el marcado del tiempo firme de Martín. Combinación maravillosa. Francisco de nuevo se mandó un solo divinísimo. Y finalmente el público contribuyó con un coro afinado y todo.

Siguió todo el groove. Todos los músicos dejaron salir lo mejor de sí a esta altura, y la gente se levantó de las sillas ¡y bailó! Los que conocemos a los uruguayos sabemos cuán meritorio es eso para un músico.

Luego hubo bises y el toque terminó con un César divinamente poseído en la batería.

Fue como ir a dos toques diferentes, uno antes del corte y otro después; para mis preferencias personales el segundo estuvo mucho mejor.