Entrevista a Ernesto Díaz

Ernesto Díaz, compositor artiguense, está presentando sus canciones el 23 de junio, en el Teatro Victoria. Interesados en su propuesta, le solicitamos esta entrevista para COOLTIVARTE.

 

Foto Ernesto Díaz

Foto: Martín Lalinde

Me gustaría empezar por saber un poco más del show que darás esta semana

El 23 de junio vamos a presentarnos en el Teatro Victoria, en la calle Río Negro y Mercedes, a las 21 h. De músicos invitados van a estar Fernando Ulivi y Diego Casas, y de la banda estable, Luis Gutiérrez en percusión, Pancho Rey en guitarra y Andrés Wels en bajo.

La idea era tocar canciones del disco, canciones que quedaron afuera del disco también y canciones más nuevas que integran la tanda que tengo para el segundo disco. Algunas ni siquiera las voy a grabar en el segundo disco, tampoco. Este segundo disco es un disco tardío, porque ya no pensaba grabar. Estoy trabajando con una banda estable, que son mis amigos de siempre. Por ejemplo, con Ney Peraza, que ahora no puede tocar esta vez pero yo siempre estoy en los proyectos de él y él está en los míos. Tenemos colaboraciones así desde hace años. Además, son todos hermanos míos.

¿Es cierto que la grabación del primer disco fue un poco a pesar de ti?

Sí, sí. El disco existe porque Fernando Ulivi lo quiso grabar. Me dijo: «Vas a grabar pero no tocás el material. Vos venís de funcionario». Y Guilherme De Alencar Pinto, que iba a producir un tema y terminó haciendo la producción de todo el disco con él, también estaba de acuerdo. Me dijeron: «Vos vení y sos sesionista de tu música». Por eso la producción es de ellos. Hay muchas cuestiones de producción que de repente hicimos entre los tres, pero se hacen concesiones. Hay anécdotas. Hay cosas que están grabadas que yo no quería incluir. A veces me citaban dos horas después porque iban a hacer una mezcla sin mí, porque sabían que yo iba a querer sacar una guitarra. Eso me lo hicieron. Esa me la deben [risas]. Yo había impugnado una guitarra por una razón compositiva y ellos la defendían. Entonces dijeron: «Este miércoles nos vamos a juntar más tarde» y cuando llegué ya habían mezclado el tema. Pero me conocen. Son amigos de hace mucho tiempo. Me ganaron esta, malandrearon conmigo, pero entre fantasmas…

¿Y el segundo disco cómo va a ser?

En el segundo quiero que me asistan pero quiero producirlo todo yo. También pasa que es imposible presentar el primer disco en vivo porque participaron veintidós músicos. En cada canción participó una banda distinta. No puedo llevarlo a escena tal cual. Disco es disco. A mí no me gusta ese compromiso de grabar un disco y después ser servil del disco para tocar. Para mí son cosas distintas.

Alguien puede grabar el disco y no tocar el disco. Eso lo hizo Alessandro Podestá, que es uno de los compositores jóvenes más interesantes e inteligentes. Él hizo un disco que me encanta, que se llama «Partido el ganado» y no sabe ni tocar los temas. Se los olvidó porque no iba a tocarlos, los hizo para el disco. Y no tiene por qué, también. También puede ser. Depende un poco del mercado, de las ganas que tenga el autor.

También está el caso de Edu Lobo, que una vez vi una entrevista con Jo Suarez, un entrevistador brasilero muy importante, que fue un gran humorista y después se puso a hacer entrevistas, medio de rebote, y terminó siendo el mayor entrevistador de Brasil. Edu Lobo, en los 90, compuso un disco, contactó a los músicos que grabaron. En la entrevista tuvieron el siguiente diálogo:

Jo Suarez leyendo el librillo, le comenta: «¡Pero vos no tocás nada! No estás en ningún tema!»
Edu Lobo: «¿Cómo no? Yo compuse todo».
Jo Suarez: «Ah, qué raro».
Edu Lobo: «Decime una cosa. A vos te gusta la música clásica. ¿Vos tenés discos de Beethoven?»
Jo Suarez: «Tengo».
Edu Lobo: «¿Y él toca?»

Bueno, también es eso, ¿no? Ahí Alessandro fue intérprete de su música para el disco y no lo motivó llevar eso a música en vivo. Tanto es así que tiene una canción –hermosa–  que se llama «Reto Sano» y yo la quiero tocar. Así que fui a la casa, pero no se acordaba cómo era. Empezó a sacarla. Le dije: «No, dejá que la saco yo y le hago un arreglo». Quería hacerla para este show y no me dio el tiempo.

Es muy recomendable eso también y es de mucho coraje porque en el mercado parece que vos tenés que grabar y poder tocar eso. E ir a tocar tal cual el disco. Hay gente que trabaja así. Y hay gente de la vieja cepa que trabaja así y es muy admirable eso también.

Por ejemplo, otro caso es Chito de Melo, un amigo mío de Rivera. Él graba lo que puede tocar. Él tiene un compromiso con lo que grabó porque así la gente escucha y después va a comprar el disco y escucha lo mismo. También es una estética y una forma de trabajar.

Alan Gómez, un músico artiguense que ya falleció, que es un referente de la música popular, folclorística, decía que nunca se dejó acompañar por nadie. Era él y su guitarra. Ese era como un rasgo estético. Son maneras de trabajar.

¿No vas a hacer canciones del primer disco?

Sí, yo hago canciones de ahí, pero siempre son versiones, porque en casi ninguna tengo exactamente la banda y los timbres. Es un disco de laboratorio. Estuvimos cuatro años grabando. Y además quiero tocar otras cosas. A las canciones del primer disco no las elegí yo. Las eligieron mis amigos. Yo estuve tocando dos sesiones y ellos anotando y eligiendo las canciones. Hubo canciones que yo ni soñaba con grabarlas. Y hubo otras que yo pensé que de cabeza las iba a grabar y quedaron afuera del disco.

¿Te gusta tanto grabar como tocar en vivo?

No, no. Mirá, a mí no me gusta ninguna de las dos, por decir así. A mí me gusta componer y me gusta tocar con mis amigos. Pero después de que toco, me gusta. Yo digo que es un poco como cuando vas al arroyo y decís «pa, está linda el agua pero hace frío» y no te querés tirar, pero después de que entrás no querés salir.

¿En qué momento te engancha el show? ¿Enseguida o tiene que pasar un rato?

Es antes. Vienen como unos nervios, que se transforman un poco en fobia escénica, que no llega a ser pánico, es una cosa medio fóbica, pero después también el histrionismo. Y después empezás a sentir la compenetración de tus compañeros y ta… funciona como una nave. Y a veces sentís que despega y otras no.

Bueno, hay gente que apela a cábalas. Se pone a tocar antes con los compañeros y ya entra colocado. Hay gente que utiliza alguna toxina. Y sí… hay gente que reza, hay gente que se encierra y no habla con  nadie.

Yo hago las canciones y después no las adorno. Las canto como las hice. Las toco y las canto tal cual. No tengo un personaje trabajado que vaya y cante las canciones.

¿Cuando estás tocando frente al público sentís que hay algún viaje distinto que cuando estás tocando solo en tu cuarto?

Ah, sí, totalmente. Es totalmente distinto. Creo que tiene que ver con la concentración. Con alguna comunicación que hay ahí. Depende también dónde estés tocando. Si estás en un boliche que la gente está al lado del escenario y que no le importa ni si existís o no… y de repente tenés la mala suerte de que la gente que más hace bardo está sentada arriba del escenario, y que de repente empieza a reírse en medio de una canción, ahí es difícil concentrarse, aguantarse para no decir algo. Después tenés que pensar que bueno, que esa gente no te vino a ver, vino a tomar una cerveza. Y también pasa al revés, gente que no te conoce y se engancha. El boliche es especial por eso pero también sucede que cuando hay gancho en un boliche suceden cosas, de interacción, de tuco, de coloque, de calor, que en un teatro no pueden suceder. Y en teatro a veces puede pasar que no despegue porque vos no te colocaste. En música popular tiene mucho que ver el coloque. Porque en la música erudita, si el tipo ensayó y la orquesta interpreta tal cual, puede salir mejor o peor pero si está ensayado, la obra va a estar. Pero en música popular pasa que hay momentos que son más improvisados o más de coloque del momento. Y músicos que exploran más eso que otros.

¿Vos trabajás eso?

Bueno, no tengo demasiadas herramientas. Pero uno aprende también de la gente con la que uno toca que tiene mucha carpeta. Te das cuenta cuando hay que apelar a levantar un show, por ejemplo.

A veces los organizadores cometen errores. Yo toco con Braulio López y vamos a festivales. Que dicho sea de paso no a muchos, porque yo hace 8 o 9 años que toco con él y hay festivales importantes de música criolla a los que no hemos ido porque no lo llaman a él. Otros tocan el repertorio de Los Olimareños pero a él no lo llaman. Pero hay otras veces que lo dejan para lo último y tocamos a las tres de la mañana cuando ya la mayoría de las familias se fueron porque hace frío, y queda alguna barra ahí medio de joda, y ya bastante entrada en alcohol, y entonces el espectáculo no se disfruta igual, y él preferiría tocar en un horario en que haya más gente. Por otro lado es gracioso que a veces esperamos para entrar y tres grupos anteriores tocaron La Sencillita, por ejemplo, que está en nuestro repertorio y es la voz de él. Y nos reímos. Y también está bueno que la canten porque es una canción importante en nuestro acervo cultural. Ha coincidido que justo hay tres números seguidos que la cantan y después vamos nosotros y arrancamos con esa. Esas cosas son graciosas.

Los Olimareños tienen una importancia tal. No digo esto porque lo conozca a Braulio. Tienen una importancia muy grande. Marcaron una manera y una poética nueva en la música popular uruguaya.

¿Qué hace que todos los días elijas seguir adelante con la música?

El otro día hablábamos con Andrés Wels, que es un músico que yo admiro muchísimo y con quien tenemos cosas en común. Él es un tipo muy inteligente y muy intuitivo, que tiene esa voracidad de aprender por el lado de la sensibilidad más que por el lado del estudio, y hablábamos de eso, que no podemos dejar de hacer música.

¿Es sacrificada la vida del músico en Uruguay?

Sí, claro, un día hacés un peso y dos días no hacés nada. Y hay una rosca muy importante por una galletita. Hay una galleta para doscientos y en esos doscientos hay diez que comen la mitad de la galleta, porque es como se van dando las cosas. Y muchas veces esos diez no tienen ni culpa. Hay tipos que son rosqueros en todos lados, pero también hay tipos que la rosca los agarra. Yo no estoy cuestionando el talento ni el mérito que tengan. Digo que la rosca a veces es injusta. Como en todo, ¿no? También pasa en el fútbol. Aquí en Uruguay los músicos siguen haciendo música de modo artesanal, sin ganar plata. Y se hace una música buena por eso. Porque uno dice «Bueno, igual yo no voy a ganar plata. Voy a hacer lo que me gusta y voy a tratar de hacerlo bien». Termina siendo por el amor a la camiseta y eso le da un condimento interesante al asunto. Hay muchos músicos muy valiosos en Uruguay.

También pasa a veces que tenés dos toques en una misma noche. En el último espectáculo fue divino porque Ney terminaba una actividad y se venía. Yo le dije: «Cuando vos vengas, entrás. Sin avisar». Y él llegó para el bis. Y se metió en la mitad de la canción del bis y agarró la guitarra.

Yo agradezco ser fronterizo, ser de un lugar que es un no lugar. Guilherme De Alencar Pinto dice que soy tan brasilero como uruguayo, pero políticamente hablando soy uruguayo y haber nacido de este lado a mí me propició conocer cosas que no hubiera conocido si hubiese nacido un kilómetro al norte. Porque allá no escuchan ni a Los Olimareños, ni a Viglietti, y mucho menos a Lazaroff, o a Maslíah o a Mateo, o a Rada. No saben que existe el candombe. Y en la frontera del lado uruguayo no llega mucho eso pero sabés que existe. Entonces a mí me interesó venir a Montevideo a escuchar música uruguaya que se tamizaba acá. Porque siempre se tamiza en los centros.

Sin embargo los uruguayos siempre somos de estar mirando para afuera, ¿no?

Menos mal. Tenés que conocer a tus amigos y a tus enemigos que están afuera.

¿Vos pensás que el brasileño no escucha música de afuera?

El brasileño se escucha a sí mismo o música importada de los centros del poder, más que nada. Lo pop, o lo que está canonizado. Es muy difícil que el brasilero promedio o que el músico promedio brasilero escuche música de otro lado pero que no venga importada. Y se escuchan a sí mismos. En Uruguay es distinto. Yo soy uruguayo, soy de la frontera, soy de otra uruguayez, pero soy uruguayo. No tengo nada que ver con un montevideano y tengo mucho que ver. Depende con qué nos compares.

¿Naciste allá?

Nací allá y me vine a estudiar acá. Me quedé casi 23 años y después me volví a Artigas pero estoy yendo y viniendo. Y ahí se dan cuestiones importantes. Yo siempre digo que veo que la influencia de la música brasilera en el sur de Uruguay es tan importante como en el norte. Solo que en el sur fue más intelectual la búsqueda. Cuando salieron los Demonios da Garoa, los músicos entraron a escuchar, a hacer algún cover. Después salió Joao Gilberto, Tom Jobim, Chico, la Tropicália, y los músicos acá interesados con eso, por una cuestión vanguardista. Pero en el norte no pasó eso. En el norte estaba más en el aire y era más samba canción, música nordestina, música tradicionalista del sur, rock brasilero que no tiene nada que ver con el argentino o el uruguayo, música negra brasilera, que sonaba en las radios, se veía en la tele y acá no. Era otra música brasilera que yo escuchaba. En la frontera no se curtía mucho la bossa nova. Se curtía más en Montevideo que en la frontera. Curtían más samba, samba más de morro y «marchinhas» de caranaval, que acá nunca sonó mucho.

¿Cómo llegaste a la música de Rada y Mateo?

A mí me interesó mucho el candombe, el candombe que hacía el Sabalero o Los Olimareños, lo que Rada llama «candombe rural».  Era una lectura del candombe hecho por la gente del interior, que después marcó el canto popu. Ese era el candombe que me había llegado. Que a veces tenía un bongó o unas congas. O Zitarrosa en «Doña Soledad» que golpeaba en la guitarra. Después mi padre consiguió el Brindis por Pierrot. Justo antes de que yo viniera a Montevideo. Mi padre se emocionaba mucho con ese disco. Vinimos a Montevideo y justo me quedé en la ciudad vieja, y era como que estaba adentro de ese disco. Y ahí mi padre me mencionó a Rada y conseguí el primer disco de Rada, que lo gasté. Y después, al poco tiempo, vino alguien de Montevideo que escuchaba todo el día «La cosa se pone negra», del año 83, de Rada. Y yo quedé paralizado escuchándolo. Traté de hacer algo como el chico pero lo acentuaba mal y él nos enseñó. Hasta el 92 tuve todo lo que había de Rada, hasta los simples.

¿Te acordás de la primera vez que viste una cuerda de tambores?

Eso fue increíble. Yo quedé extasiado. Estaba como en otro planeta. Me habían hablado y yo pensaba qué bueno la poesía de eso, pero no lo había sentido en el pecho. Fue como distraído un día que venía Sarabanda. Venía la mama vieja, el gramillero y los tambores. Me impactó de tal manera que les hice una canción, de homenaje a aquella foto que tuve. Pero nunca la canté.

Y después surgió Mateo. Salió la noticia de que había fallecido y me intrigó quién era. Yo tenía 15 o 16 años. Fui a Salto a comprarme dos discos. Me traje «i lique rock» de Leo Maslíah y «La Mosca» de Mateo. Y para mí Mateo era increíble pero todos dicen que ese es el disco más oscuro e impenetrable. Hice el viaje al revés con Mateo.

Esa manera de respirar la música fue la que me hizo venir para acá y no irme a Brasil a estudiar. Yo quería estar cerca de eso.

¿Te recibieron bien en Montevideo?

Sí, sí. Les debo todo a Montevideo y a mis amigos de Montevideo. Además me hicieron darme cuenta de que era de frontera y que hablaba distinto. Porque yo no tenía autoconciencia de mi lengua. Yo tenía conciencia pero no de que era tan diferente. Nosotros somos todos bilingües. En la escuela se habla español pero en casa hablamos ese portugués de la frontera. Después me di cuenta de que la lengua materna de cualquier ser del planeta es una de las cosas más ligadas a su espíritu libre y a su libertad. La lengua materna te elige. Vos nacés en una familia y la situación íntima y todo lo afectivo es la que te va agasajando con una lengua, que no es ni la de la tele ni la de los gobiernos. Es un mimo de la cultura. En la frontera hay quien la niega y no la usa, y yo los respeto. Pero en la frontera hablamos ese portugués por una razón histórica. En esa zona se hablaba portugués antes de que el Uruguay se delimitara. Eso evolucionó adentro del Uruguay. No es que entró de afuera sino que ya estaba. Por eso hay una comunidad entera que habla esa lengua.

Tus canciones tienen mucho de tu variedad lingüística. ¿Vos tomás la música como una reivindicación de identidad o está incluido porque vos sos así pero no tiene esa intención?

Bueno, a mí me gusta la música que es una lectura de eso.

Te voy a dar un ejemplo. A la salida de la dictadura, el canto popu tuvo como influencias principales a Viglietti, Zitarrosa, el Sabalero, Los Olimareños, Numa Moraes, que ya lo habían hecho antes. Pero esa gente era más suelta, tenía una búsqueda artística más suelta, incluso más bailable. Después la gente que tomó todo eso e hizo el movimiento canto popu en esa época se volvió muy rígida, porque había una reivindicación rígida que dejó una solemnidad y rigidez hasta en la forma de cantar. Entonces, por ejemplo, cuando Cabrera cantaba su repertorio, no se alineaba con una estética para reivindicar su identidad y su necesidad de libertad. Cabrera, Lazaroff, Leo Maslíah, Mateo. Y era gente a la que le costaba entrar a las radios, grabar un disco y que los escucharan. Sigue siendo igual. Ahora a Cabrera no le cuesta, porque ahora es un top, pero en esa época sí le costaba, como ahora a muchos les cuesta y para conocerlos tenés que irlos a escuchar a los bajos. Pienso que esas situaciones se van repitiendo.

¿De dónde salen las canciones?

Salen de diferentes lugares. A veces salen del dolor, de la euforia, de la necesidad de expresar algo que no sale de otra manera. A veces es como un vicio. No diría un hobby porque no es un entretenimiento. Es como una labor no remunerada que necesitás hacer.

Recordamos, entonces, que hay una buena oportunidad para escuchar a Ernesto Díaz en el Teatro Victoria (Río Negro 1477, entre Mercedes y Uruguay), el próximo 23 de junio a las 21 horas. Las entradas pueden adquirirse en la boletería del teatro.

 

Músicos invitados: Fernando Ulivi y Diego Casas

Banda estable: Luis Gutiérrez en percusión; Pancho Rey en guitarra; Andrés Wels en bajo.

Foto de portada: Martín Lalinde.

Entrevista: Patricia Schiavone