Una metáfora percutiva: Bandecuerpo. Con la invitada especial Hilde Kappes.

Bandecuerpo y Hilde Kappes ofrecieron una obra totalmente original en la sala Hugo Balzo del Auditorio del Sodre.

La cantante alemana Hilde Kappes, o sea la invitada, fue quien comenzó el show. Eso de por sí ya es original, claro, pero además su arte es llamativamente diferente. Déjenme intentar llevarlos a ese momento.

Comienza la función. Se enciende una luz en el centro del escenario y surge esta mujer con una gran presencia, con un vestido largo, de gasa, en tonos de violeta y un gran escote adornado por un collar de cuentas grandes y claras. Una voz dulce, fresca, muy trabajada. Uno empieza a mirar el escenario: a la derecha, una mesa con varias botellas: de todos los tamaños, de plástico, de vidrio. A la izquierda el piano de cola de la sala. Cuesta amalgamar esa voz con las botellas. Mmm. A medida que se van desdoblando los minutos ella va desplegando algo que para muchos de nosotros es completamente nuevo: una combinación perfectamente balanceada de arte con su voz, de percusión y de humor. Tema tras tema nos sorprende con momentos de virtuosismo vocal y una versatilidad insólita que le permite combinar en una sola canción varios estilos de canto y de expresión con la voz. Al mismo tiempo se acompaña con percusión muy bien hecha con botellas y con su propio cuerpo que va grabando con un loop y manejando a su antojo para desarrollar algo que es completamente personal, lo cual ya genera admiración, y está muy bien logrado.

El impacto sobre la audiencia es fantástico; algo así como un tour a través de un museo de emociones, llevados de las narices por los antojos de Hilde: dulzura, tristeza, alegría, jolgorio, impacto, incredulidad, ternura, etcétera. ¡Sus expresiones faciales son un capítulo aparte! Un detalle muy importante: no habla español y sus canciones pasaron por varios idiomas existentes (de un instante al otro) y por idiomas inexistentes para el resto de los mortales. Estuvimos escuchando durante un buen rato una serie de canciones de las cuales no podíamos identificar casi ninguna oración con sentido hablando del idioma pero donde todo tenía un sentido holístico clarísimo, dado por la música y por su rostro tan expresivo. Esto generó momentos divertidos por demás.

En el público había varios niños de edades variadas y fue hermoso ver cómo lo de Hilde era universal también en el sentido de las edades. Mi vecino de butaca–que tendría unos seis años–y yo nos reíamos por igual y en los mismos momentos. Por ejemplo, nos reímos muchísimo cuando acompañándose del piano cantó una historia de una pareja japonesa (en idioma japonés inventado), haciendo las voces y las expresiones de la mujer y del hombre.

Nos paseó alrededor del mundo por una variedad enorme de culturas musicales: desde el blues hasta la música árabe, haciendo escala en Francia. En esa multietnia y en esa ausencia de lenguaje reconocible Hilde nos hizo vivir la experiencia de ser libres de sentirnos parte de la especie humana, reconociéndonos en todos los matices y aceptándonos con humor.

Luego de dos o tres bises llegaron al escenario, percutiendo y percutiéndose, los integrantes de Bandecuerpo: diez jóvenes coloridos y con una energía maravillosa.

Es brutal la sinergia existente entre estos cinco hombres y cinco mujeres que usan su cuerpo para expresarse, tanto acústicamente como corporalmente. La puesta en escena tiene un trabajo impresionante y la composición de los temas también.

En cuanto a la puesta en escena, el show resulta tremendamente bello e involucra varios sentidos: el auditivo, obviamente, pero también el de la vista, el del tacto y ese otro sentido que desarrollamos los amantes de la música, que suelo describir como la conexión entre la tierra y el cielo.

El flujo de sonidos: palmas, pechos, piernas, bocas, chasquidos y frotamientos de manos viajaba por el espacio en ese gran instrumento conformado por estas diez almas alegres. Nuestros ojos y oídos iban de la punta izquierda del escenario hasta la punta derecha en un movimiento a la vez interno y externo bastante complicado de explicar con palabras, esas que justamente anoche no fueron protagonistas. Presenciamos y vivimos historias contadas con elementos diferentes que obviamente se perciben también con elementos diferentes. Una nueva experiencia de vida.

Tanto Hilde como Bandecuerpo, gracias al cielo, nos hicieron participar de la creación. Son tan impresionantes las ganas que dan de saltar de la butaca y acompañar a estos muchachos en su metáfora percutiva de la vida que si no nos daban algo de pie para participar, creo que íbamos a salir de la sala con un síndrome nuevo, hasta ayer no identificado: el síndrome de la necesidad de moverse y crear música con el cuerpo. Pero, como decía, sí nos participaron y entre todos construimos algunos momentos colectivos que se sintieron muy bonitos.

Sus temas tienen un trabajo compositivo muy interesante donde por una parte se orquestan los sonidos en las diferentes partes del cuerpo pero también hay una orquestación, llamémosla espacial, que implica a los integrantes y su distribución en el escenario. Pienso que el esfuerzo de memoria debe ser muy grande por parte de estos músicos corporales. Personalmente me quedé asombrada con dos “orquestaciones espaciales” que intentaré describir.

La primera fue una serie de diálogos de palmas que terminaron en una pirámide humana mostrando diálogos superpuestos. Esto resultó muy movilizante. Creo que con el correr de los días encontraré más significados de los que anoche pude diferenciar. Fue algo así como una instantánea de conversaciones superpuestas y negociaciones humanas plasmadas en sonidos de palmas.

La segunda, una ronda musical que giraba y aquellas tres personas que quedaban ubicadas frente al público, giraban a su vez sobre sí mismas, quedando frente a la gente. Al hacer esto, el volumen de lo que estas tres personas estaban ejecutando resaltaba sobre lo que ejecutaba el resto de la ronda, generando lo que podríamos comparar con la melodía en la música tradicional. Y era así que íbamos experimentando un éxtasis a la vez rítmico y melódico, pero también visual y auditivo, acompañado por un sentimiento de flujo existencial muy grandioso de vivir.

El candombe se hizo presente buena parte de la noche, pero también hubo funk, salsa, rap y otros ritmos. La voz estuvo presente también con algunos momentos destacables por su belleza.

Además del cuerpo existieron tres presencias instrumentales: un didgeridoo, un berimbau y un par de caños. Al berimbau se le ocurrió romper su cuerda y fue admirable la capacidad del músico para aprovechar la ocasión con una improvisación de berimbau cantado, que sostuvo sin doblegarse por toda la duración de la canción que era bastante extensa.

Anoche para mí hubo un momento “ajá”–como les llaman–de esos cuando se nos prende una lamparita. Representaron a tres personas saltando a la cuerda. Dos hacían girar la cuerda invisible y una (quizás me traiciona la memoria y eran dos) saltaba esa cuerda invisible, creando en esa dinámica una música muy bonita. Pocos instantes después de comenzar ese juego se me ocurrió algo por primera vez en mis cuarenta y cinco años de vida: cuánta música hay en cada acto humano que nos pasa desapercibida. La tapamos con palabras dichas o con palabras pensadas, pero si fuésemos capaces de escuchar un poco más a nuestros actos, seguramente viviríamos inmersos en un mundo musical que creo que puede valer la pena descubrir.

La noche entera para mí fue una metáfora sonora-percutiva de la vida.

Para terminar Hilde se unió a Bandecuerpo y juntos hicieron dos temas que habían compuesto durante un taller dado por ella. El final del show fue una idea magistral llevada a cabo también magistralmente. Hilde se transformó en una “Directora orquestal de risas” tomando el liderazgo de un tema compuesto por risas diferentes y percusión. El resultado: el final más alegre que se puedan imaginar, con absolutamente cada persona del público sonriendo de oreja a oreja… y varios soltando risotadas, porque era imposible no contagiarse de la risa y la alegría. ¿Puede haber una manera más genial de incorporar al público a la alegría y de despedirse?

Todos los seres humanos compartimos la búsqueda de seis valores fundamentales: felicidad, plenitud, libertad, paz, amor y evolución. Anoche Bandecuerpo, junto con Hilde Kappes, nos hizo experimentar los seis. ¿Se le puede pedir algo más a un show musical?

Chapeau.

VIDEO DE BANDECUERPO (tomado de Youtube)