De Espinas y Flores – Carmen Pi y Gustavo Reyna

Aquí es sábado de noche, de una semana tremendamente exigente en todo sentido, y tuve la bendita buena idea de ponerle «play» al video en Youtube que se titula como esta entrada. ¿Escucharon esta belleza sideral?

¡Hacía tanto que venía esperando tener el tiempo para esto! Y como no llegaba más, y gracias a mi querida intuición, hoy, con un gran agotamiento encima, puse «play».

Hace rato que perdí la objetividad con esta mujer divina, porque además de amar su música, la quiero mucho a ella. Así que desde un lugar archisubjetivo, escribo estas palabras, seguramente torpes, para compartir y decirles, de corazón: disfruten este masaje al alma.

No les quiero estropear la sorpresa a quienes aún no lo hayan escuchado. Para mí fue hermosa la experiencia de que fueran apareciendo las joyitas sonoras, sorprendiéndome en cada track, así que si quieren, paren de leer, pongan «play», cierren los ojos… y permítanse viajar. Permítanse mimar… permítanse soñar y volar a un espacio sin tiempo, o a un espacio multitemporal y multiespacial.

La voz de Carmen a mí me hace de trapo. Su registro me encanta… se ve que tengo una cantidad de células a las que les gusta vibrar en esa misma frecuencia.

En este disco, además, todos los sonidos y no solo la voz tienen una textura especial.

Los hechiceros que hacen la magia con ella (¡y cómo!) son otros músicos enormes, genios increíbles: Gustavo Reyna en el archilaúd, Gastón Gerónimo en violín moderno y barroco (tracks 03, 04, 11, 12), Nicolás Ibarburu en guitarra y voz (tracks 07, 11 y 12), Diego Carbonell en laúd y guitarra (tracks 09, 10, 11 y 12) e Isabel Barrios en voz (tracks 10, 11, 12).

Es muy sorprendente que fue grabado en vivo (en la Sala Hugo Balzo, en 2018). Suena tan impecable que si no te cuentan que es en vivo, no podrías adivinarlo. La sabiduría de Gastón Ackermann y su estudio Mastodonte seguramente hayan influido en este producto impecable.

Las canciones forman un tapiz hecho de composiciones uruguayas de los últimos 40 años y obras compuestas en los años 1700 y 1800. Algo que dicho así parece raro y difícil se despliega con total naturalidad y belleza. Cosas que solo músicos muy genios pueden lograr.

En Carmen se combinan muchas características que permiten una obra como esta, a saber: su formación musical clásica, su experiencia con la música popular uruguaya, su habilidad para versionar, su buen gusto compositivo y esa voz bellísima, con la que hace lo que quiere.

Quienes la acompañan lo hacen con exactamente la misma intención, el mismo detenimiento, cuidado y amor que su voz.

Me llamaré a silencio porque no quiero que usen ni un minuto más de su tiempo de vida para leer este palabrerío. Es momento de usar los oídos y dejar que el corazón sea feliz con esta hermosura.

Abrazos, y un brindis por la música: la de Carmen, la de Cabrera, la de Eduardo Mateo, la de Nico Ibarburu… y la de quienes vivieron hace 300 años. De otra forma este planeta sería inhabitable.

Patricia

PS: El 21/9/19 se presentan en El Solís!!! (Sala Zavala Muniz)

La música no es para entenderla, es para sentirla. Entrevista a Nicolás Ibarburu.

entrevista-a-Nicolás-Ibarburu-por-Patricia-Schiavone.jpg

 

En el Teatro Solís, el 9 de febrero, a las 20:00 horas, en el marco de «MVD de las Artes, del Programa Fortalecimiento de las Artes del Departamento de Cultura», en coordinación con la Asociación Uruguaya de Músicos (AUDEM) y el Sindicato de Músicos y Afines (Agremyarte), se presentará el show: Nicolás Ibarburu & Rossana Taddei. La curiosidad sobre este espectáculo fue el disparador de esta conversación, con uno de los músicos más maravillosos que tiene este bendito país: el gran Nicolás Ibarburu.

 

¿Qué te resulta interesante de este show que van a hacer en El Solís el 9 de febrero?

Por un lado, la instancia de compartir con Rossana, que es una amiga querida de hace muchos años. De hecho tenemos un par de temas que hicimos juntos. Y por otro, seguir haciendo lo que vengo haciendo, que por suerte le vengo agarrando cada vez más el gusto.

En esta oportunidad va a ser un formato más reducido: un cuarteto. En realidad me siento más cómodo. Porque al principio uno trata de cubrir sus inseguridades con más amigos y obviamente que la banda grande es un swing, porque dos guitarras, flauta, dos teclas y percu te abre un montón el abanico sonoro. Al no tener tremenda potencia vocal, uno cree que está más resguardado llenándose de músicos… pero no es tan así. Ahora estoy explorando algo diferente, un poco más de aire.

¿Ese aire qué te da a vos?

Me gusta tener más aire para lo que pueda tocar en la guitarra y me gusta la sonoridad un poco más minimalista, digamos.

¿Esta vez quiénes tocan contigo?

Martín Ibarburu en la batería, Fernando «Pomo» Vera en el bajo y Manuel Contrera en las teclas. Vamos a hacer las canciones de «Casa Rodante», algunas de «Anfibio» y también algunas músicas nuevas que venimos cocinando para un próximo disco.

También es la excusa para encontrarnos, porque es la banda pero también son hermanos de la vida y siempre es un festejo juntarnos.

¿Cómo es que te surgen las ganas de cantar en un primer momento?

Bueno, uno siempre canta en situaciones, como los asados y eso. El canto es de todos los seres humanos. Eso es algo que tuve que reaprender. Porque hubo un momento en que yo mismo me censuré para cantar. Creo que mi peor enemigo fui yo mismo, como nos pasa mucho a los seres humanos. Pero siempre sentí el disfrute de la sensación física de cantar. A la vez, siempre mi mayor autocrítica fue con el canto. Que a la vez es algo que nos ocurre a todos. ¿Viste que la primera vez que te sentís la voz grabada es terrible? Como hablaba con un amigo que es foniatra, cuando uno cambia la voz, en la adolescencia, uno trata de seguir dando la voz aguda que tenés cuando sos niño, pero las cuerdas vocales se engrosaron. Y a mí me pasó eso con el canto.

Aunque al principio no cantaba en público, siempre compuse canciones cantadas. En un momento me di cuenta de que las hacía re agudas y me quedaban re tirantes. Claro, quería mantener esa voz de los 12 o 13 años. Cuando encontré el guitarrón fue alucinante porque con él naturalmente bajás todas las tonalidades.

Tengo muchos recuerdos relativos al canto, por ejemplo, con la banda de Jaime Roos. Antes de salir a tocar, siempre cantábamos dos o tres murgas viejas en el camarín, como de camaradería. Y me acuerdo de estar cantando y sentir esa emoción, esa mística increíble que se da al cantar. También mi viejo salió en una murga de joven y conectaba mucho con todo eso y yo lo disfrutaba. Siempre sentí el disfrute y la profundidad de expresar con el canto… pero con demasiada autocrítica. Ahora, de a poquito, vengo bajando esa autocrítica y aceptándome más.

Cuando componías con letras, ¿no las cantabas? ¿Las cantaban otros?

Claro, o se las cantaba solo a mis amigos. De hecho en el segundo disco de Pepe González («Febrero»), que yo tenía veinte años, canto en dos o tres temas. O sea que ya me estaba mandando algún paso en este sentido, aunque como estaba muy mal con mi aceptación, canté en los temas a medias con algún amigo. Con los años, cantar se me fue volviendo una necesidad. Se trata de no renunciar a ciertos sueños de uno. No se trataba de que fuera un éxito. También por dar lo mejor de uno e ir mejorando. Aceptarse no es solo cuestión de ampliar tu aceptación sino también de estudiar y mejorar tu performance.

En la Balzo, cuando cantaste en el show con Chapital, lloré de principio a fin de tu canción. Fue increíble el salto que diste con el canto en unos meses. ¿Qué pasó ahí?

Fui encontrándole el disfrute. También fui aprendiendo algunas cosas, como por ejemplo a manejar el micrófono. Además pasó que toqué tanto fondo que en un momento me dije: «Vo, si quiero tocar mis canciones, es ahora». Te juro, hubo un momento en que pensé en no cantar más.

¿Cuál fue ese fondo?

Tristeza. Este año pasado fue muy fuerte para mí: separación, mudanza, se murió mi abuela que era muy querida, y los cuarenta. Ahora voy a cumplir 44.

[Risas] Yo tengo 49… impresionan pero en verdad adentro no se sienten.

Claro, para nada. Y creo que es ahora, estamos en la flor de la edad [más risas] pero a veces caen fichas como «no tengo todo el tiempo que quiero para hacer algunas cosas».

También durante muchos años tuve una contradicción muy extraña: me daba cuenta de que necesitaba cantar mis canciones pero no sabía si iba a poder disfrutarlo.

Pero cuando cantás solo en tu casa lo re disfrutás, porque si no, ni se te ocurriría.

Sí, claro. Es eso.

¿Y cuando estás en el escenario qué pasa?

Pah, pasan muchas cosas. Me hiciste acordar a la película «Roma Amor», de Woody Allen, en la que el loco canta bien en la ducha pero no en el escenario y le llevan una ducha al escenario. [Risas] Por ahí necesitaría eso, ¡una ducha! Hay que intentar hacerlo adentro, como una ducha interna.

También se aprende mucho de grandes maestros. Por ejemplo, tipos como Mandrake, que no son perfectos cantando pero a mí me encanta como canta. Tiene una soltura y a nivel de expresión es buenísimo. Lo prefiero a algunos cantantes súper técnicos que no te mueven nada.

¿Podrías tomar algo de tu relación con la guitarra y pasarlo a tu relación con el canto?

Tremenda pregunta. ¿Sabés? Me di cuenta de algo que me sirvió para desbloquear. Vi un tributo a Buscaglia que hicimos en la televisión, donde toqué dos temas de él. Con la guitarra muy seguido agarro la melodía y cambio la métrica, la hago a mi aire. Si vos la hacés tuya, muchas limitaciones se desvanecen. Y eso es lo que estoy tratando de hacer. Tratar de hacer en la voz esa adaptación que hago en la guitarra.

Cuando te veo con la guitarra, no parece que sean dos entidades. Son una sola. ¿Vos lo vivís así?

Sí, por momentos lo vivo así. La guitarra para mí es como parte de mí. Por ejemplo, cuando me siento algo desbalanceado, o enojado o triste, o re eufórico, agarro la viola. Con un amigo bromeábamos con el concepto de «guitairbag». Cuando te vas a dar contra algo, agarrás la guitarra. Y sí… sin duda esa naturalidad que me pasa con la guitarra es completamente diferente con la voz. ¿Viste que para dormir hay gente que cuenta ovejas? Yo sigo tocando la viola.

Cuando logro eso mismo, esa conexión, con la voz me hace mucho bien. Es terapéutico, sanador.

Con la viola me pasa que me voy. Con la voz me voy dando cuenta de pequeñas cosas. En realidad lo importante termina siendo no estorbar. Es confiar y sin querer que te salga perfecto.

Hay una película alucinante, llamada «Contacto». Una novela de Carl Sagan que la hicieron película. A los tipos les llega un plano para hacer una nave espacial y como ven que no tiene asientos, le ponen a la mina, que es Jodie Foster, una silla con un cinturón. Bueno, el cinto casi la mata. Es eso, a veces querer aferrarse, estar más seguro, es lo que más te obstaculiza.

Vos hablaste de tener éxito. ¿Qué más éxito se puede pedir que el que ya tenés vos con la música?

Estoy muy agradecido. Si a mí me hubieran dicho hace diez años que yo iba a tener dos discos míos e iba a poder tocar ahora en El Solís con Rossana como dos propuestas de cancioneros, a la par, más allá de que Rossana es una genia, que me lleva años luz en un montón de cosas… Para mí es alucinante.

Porque está el falso éxito, que nos tratan de encajar en la cabeza: que ser exitoso es hacer guita con la música, o la cantidad de personas que te van a ver, que seas masivo. A mí me importa el respeto de mis amigos, de mis colegas y las devoluciones que he tenido de la gente. Estar logrando cosas de a poquito, cantando, me llena de felicidad. En ese sentido sin duda me siento exitoso.  Y nunca transé ni transaré con hacer música que no me gusta, porque me haría muy infeliz. Imaginate que lo peor que puede pasarte es meter un hit con algo que no te gusta. Ahí te arruinás la vida, porque después tenés que volver a hacer esa fórmula.

Esta canción que termina y uno la tiene que volver a poner: «Mapa Tesoro». ¿De qué habla?

En realidad está hecha para mi hijo y con mi hijo. Él me tiró un par de frases y todo. La hice desde un lugar de mucha tristeza, que atravesaba en aquel momento. Y a la vez habla también de la amistad, de parejas, pero primordialmente de mi hijo. Cuando dice «el mapa que encontré se volvió tesoro, se fundió en el oro de los ojos que te vieron crecer» es para mi hijo. Y también es para uno mismo. Cuando te ves crecer. El premio de poder usar lo malo para crecer.

¿Y el viento?

Bueno, la búsqueda de las canciones como para poder transitar las tormentas. Dice «aprendí a escuchar la canción del viento, por necesidad, como respirar, y eso que escuché se volvió velero»… o sea, para poder surfar el tsunami. En un momento entendí que venía por ahí, que yo inconscientemente tocaba para eso. Escuché canciones que había hecho antes y noté eso. Como una canción que le hice a una casa queridísima en Atlántida, otras que le hice a amores. Y cuando lo ves así, claro, pasa a ser una forma de vida.

Es muy fácil cuando pasa como nos pasó a nosotros cuando empezamos a tocar con Jaime, que haya veinte lucas de gente, te arman la viola, los pedales… en parte empezamos así. Y después de haber vivido todo eso, vas a hacer lo tuyo y con suerte hay dos mesas. Entonces te planteás por qué tocás. Y a la vez, la satisfacción es muy grande a medida que vas logrando que a alguien le guste un tema tuyo o que se acerque más gente a tus toques.

¿Y qué hay de tocar en el exterior?

Bueno, ahora estamos moviéndonos un poco en ese sentido. Incluso aprovechar que la imagen internacional de Uruguay ha cambiado mucho, en forma positiva (algo para reconocerles a los gobiernos del Frente, inclusive también al Maestro Tabárez). Pero también generar cosas desde acá.

En la época de Fito también era muy tentador quedarme allá. Sin embargo, me gusta vivir acá.

¿Cómo fue que Fito Páez te llamó para tocar con él? Vos eras un chiquilín.

Surreal. Fue en el 99 y 2000. Tenía 24, 25 años. Claro, ahí yo me había ido a la casa de Martín, que vivía en Holanda. Me llamó el manager de Fito a la casa de Martín. Creí que era joda. En un momento me pasó con Fito, que me tiró terrible onda. Para mí era como un sueño; no podía entender.

En aquel momento Fito era zarpado. Justo después de «Euforia». Él había sacado «El Amor después del Amor», «Circo Beat» y «Euforia», que son los dos discos más zarpados de Fito. Y el tercero, que fue una recopilación en vivo de todo. Yo toqué en las presentaciones en vivo de los dos discos siguientes: «Abre» y «Rey Sol». En estudio grabé en 9 temas del disco «Mi vida con ellas». Fueron dos años increíbles.

¿Y Martín?

Martín hizo los últimos 15 shows, en el 2000. Ahí fue cuando Fito se abrió de la música unos meses y nos volvimos a tocar acá, con Jaime y demás. Pero fue increíble todo. Conocer a Guillermo Vadalá, Claudio Cardone (que tocaba también con Spinetta) y trabajar así, como en primera, en Argentina. Tremenda experiencia.

¿Cuánto público había en los shows?

El más zarpado que recuerdo fueron 120.000 personas. Además Fito de locatario, en Rosario. Era todo como muy delirante.

Hoy me siento muy identificado con la cosa más artesanal, de autogestión. Porque esas giras son muy impersonales. Inclusive toqué en muchas ciudades que no pude conocer. Ahora, en las giras de autogestión, vas y compartís. Siempre hacés talleres, te quedás en la casa de la gente, cocinás con ellos, te reciben con otro cariño, y eso ¡sabés cómo te alimenta! Obviamente tratando de cobrar lo que uno merece pero para mí ahora eso tiene más sentido que los contratos.

[Se hace el primer breve silencio en una hora de conversación… y Nico retoma una idea sobre el show del Solís]

Con respecto a este show, que vamos a hacer en El Solís, me gustaría aclararte que es un show de la banda de Rossana y de mi banda. Algún tema vamos a hacer juntos también pero la idea es que toquen las dos bandas.

[La banda de Rossana Taddei en esta oportunidad estará integrada por Gustavo Etchenique, Santiago Montoro, Alejandro Moya y Gastón Ackermann, y presentarán el trabajo «Cuerpo Eléctrico«]

¿Tocarán una banda primero y luego la otra o un poco y un poco?

Bueno… en realidad tuvimos una pelea porque los dos queríamos tocar primero [risas]. Al revés de siempre, ¿no? Es que para mí Rossana es alucinante. Tiene una conecta tremenda con la gente. ¡Cómo la hace cantar! Y con el Cheche, que es una hermosura verlos juntos. Un superpoder, porque es el amor y la música en su máximo esplendor. Cheche, que es uno de los mejores bateristas de la historia…

Bueno, vos también tenés a uno de los mejores bateristas de la historia.

¡Que fue alumno de Cheche! Yo no me puedo quejar [se ríe]. Ando flojito de batero.

¿Puedo hacerte otra pregunta con respecto a la guitarra?

Sí, claro.

Cuando estás tocando uno de esos solos que desarman el alma. Ahí algo tenés que pensar, ¿no? Pero… ¿estás pensando o no estás pensando?

Buena pregunta. Son como momentos. Yo puedo, por un tema de oficio y de muchos años de tocar, tocar un solo que esté más o menos bueno sin estar re colocado. Pero hay veces que logro otra cosa, que es como un viaje astral. Y ahora me doy cuenta de las cosas que me llevan ahí. Por ejemplo, hacer una especie de diálogo conmigo mismo. Tocar una frase y contestar esa frase yo mismo.

O cuando estoy en ese coloque, que no es siempre, a veces veo imágenes. Por suerte cada vez sé mejor cómo llegar. Es con el sentido melódico. Lo que me lleva ahí es escuchar a los demás instrumentos, estar conectado en esa sintonía, y viajar.

¿Qué tipo de imágenes ves?

A veces veo como los dibujos de la viola [hace gestos como que está tocando] pero como proyectados en colores, o en otras cosas.

¿En serio? [asombro de mi parte]

[Se ríe]. Bueno, debo reconocer que fumo bastante también [se ríe más].

¿Fumar para vos es necesario?

No, no es imprescindible. Es como un aliado en algunas situaciones. Por ejemplo, fuimos a tocar a La Cúpula de La Tahona, que es una cúpula de barro. Ahí tenés que entrar descalzo, se toca acústico, no hay amplificación, y veníamos de un día en que habíamos hecho meditación y para mí fue un viaje increíble, sin haber fumado nada. Pero cuando estás tocando en un boliche en el que prenden la licuadora… son sistemas para amortiguar.

¿Los músicos se conectan con un sentido diferente a los cinco?

Sí, yo creo que la música es una de las pruebas de que existe la telepatía. Obviamente en Occidente, con todo el escepticismo hemos retrocedido en ese tipo de potencialidades que hay en el ser humano. Cuando podemos cortar un poco el ego, el ¿qué piensan de mí?, ¿qué pienso de lo que piensan de mí?, si te podés alinear, afloran cosas que uno ni se imagina.

Y ahí el que te está escuchando se muere, porque si vos te conectás, podés ayudar al que escucha a conectarse también.

Fa, sí, lo que pasa con la música en ese sentido es muy fuerte. La música no es para entenderla, es para sentirla.

 

Entrevista por Patricia Schiavone
Fecha: 31 de enero de 2019

Publicada también en COOLTIVARTE.com.

Visita al planeta Sara Sabah, en el Ciclo Cuerdas

Sara_Sabah_Ciclo_Cuerdas_Hugo_Balzo_FOTO_BRUNO_PESCE

 

Apenas sentarse, llamaba la atención la cantidad de lugares musicales dispuestos y la cantidad de micrófonos. A vuelo de pájaro, conté 9 lugares y 14 mics. Ese dato a secas no implica algo necesariamente, pero como sabíamos un poco de la trastienda de este concierto, ver eso desató un frotarme de manos ilusionado. Entonces, empecé a percibir que había algo diferente en estos minutos pre-show. Sentí que aquello vibraba a expectativa feliz generalizada, a algarabía. Más tarde, durante el toque, me fascinaría la atención sin distracciones, que no volara una mosca cuando no tenía que volar, que a nadie se le ocurriera hablar o comentar mientras sonaba la música. En resumen, el mejor público que un artista puede llegar a tener para una propuesta como esta.

Esto fue un viaje de principio a fin, con un código de belleza original: hubo dulzura que no empalagaba; fue impredecible y, sin embargo, se sintió cercano. El repertorio incluyó –pero no se limitó a– las canciones sefaradíes contenidas en el disco “Arvolera” (que actualmente puede escucharse en la página web http://www.sarasabah.com ).

Me asombró cómo desde el segundo uno la afinación de Sara Sabah fue perfecta y su centramiento musical, total, y a pesar del esfuerzo que seguramente eso le demandará, lo que transmitió desde el primer instante fue comodidad, sensibilidad, muchísimo sentimiento y alegría, diversión, disfrute del momento que se estaba generando y viviendo. Para mejor, la primera canción, “Tres ermanikas” ¡es una canción con una expansión vocal astronómica!

Ya desde aquí, desde el primer tema, la concentración de todos fue perfecta. El lugar desde el que arrancaron generando la vivencia colectiva fue de respeto, profesionalismo y esa mezcla justa de entregar y entregarse que logran quienes son músicos de corazón y tienen la suficiente maestría para confiar.

Y en cuanto a este corazón sentado en la butaca, alternó estos primeros minutos entre la alegría de un festejo y una tristeza que quizás sea ancestral, quién sabe. La combinación de una y otra, cambiando de instante a instante, durante buena parte del toque, fue una experiencia, y sacudida, nueva para mí.

El segundo tema, “Arvolera”, le infundió a ese recinto una fuerza abrumadora. El despliegue instrumental fue tan enorme que sentí la dificultad de poder prestarle la atención deseada a cada instrumento. Cuando mi atención se quería detener en el clarinete de Andrés Rubinstein, Nicolás Parrillo y Vittorio Bacchetta estaban haciendo una magia percutiva delirante, y Matías Craciun estaba descosiéndola en el violín, y Fede Righi marcando el carácter en forma magistral en el bajo, y las guitarras de Martín Ibarra y Gonzalo Durán entretejiéndose sabiamente… a veces complementándose, otras sonando juntas… y así todo el tiempo con todos los instrumentos. Tanto que fueron varias las veces que cerré los ojos para ver mejor.

Permítanme el atrevimiento de comentar que me cautivó la actitud profesional de Sara como música. Me refiero aquí al lugar desde el que hace su música en relación con los demás músicos: el relacionamiento en el escenario durante las canciones, los volúmenes al cantar, el cuidado con los sonidos que emanaban de todos los rincones…, en definitiva, la actitud de co-creación sinérgica, donde si bien hay un par de líderes (Sara y Fede), la performance es con el mismo espíritu, digamos, de una big band: nadie es más que nadie. Y todo con felicidad.

La contribución de todos los músicos fue increíble. ¡Los climas creados por todos! Matías Craciun con el violín transportó la sala entera a otra dimensión en muchísimas oportunidades. Lo mismo Andrés Rubinstein con el clarinete, y otros detalles. Fueron especiales los momentos en que tocaron juntos violín y clarinete, en esos registros de dulzura y profundidad. Gonzalo Durán y Martín Ibarra también fueron construyendo un universo de ondas, alternando entre ellos la tierra y el aire algunas veces o generando juntos corrientes impactantes. Del mismo modo los dos percusionistas aportaron un arte muy balanceado, no sobrecargando jamás, no tocando ni una sola nota superflua, y generando capas y subcapas rítmicas, afectivas. Debajo de todo y todos, el bajo alegre, profundo, decidido, groovy y cool de Righi. Y, evidentemente, detrás de toda esa magia, los arreglos hechos con amor y calidad, por Sara y Fede.

Íbamos unos 15 minutos de show, que habían sido exultantes, cuando Sara invitó a Juan Pablo Chapital a tocar con ella, a dúo, “Ríos furientes”. Él con su guitarra calada, con sus notas dulces y nostálgicas, realmente tocadas y sentidas, y ella con el sentimiento del mundo volcado en su voz magistral, haciendo unos malabares vocales maravillosos, nos conectaron, ahí mismo, con galaxias distantes.

En ese estado de éxtasis en el que nos tenían para ese entonces, llegó la siguiente invitada, con su voz privilegiada: Carmen Pi. Lo que hicieron estas dos mujeres fue una genialidad. Divinamente ajustadas entre sí, luciéndose a más no poder, desplegando todo el arte y toda la magia que se pueda desear escuchar.

El tema siguiente, que creo que se llamaba “Altísimo” (aunque para mí será “toma y bebe”) era como un rompecabezas musical, un desafío rítmico desde donde lo miraras, y sin embargo, no solo lo hicieron fluir cómodamente sino que además fue uno de los temas en que hicieron cantar al público.

Luego, Sara presentó a los músicos:

Matías Craciun (violín), Gonzalo Durán (guitarra), Martín Ibarra (guitarra), Nicolás Parrillo (percusión), Vittorio Bacchetta (percusión), Andrés Rubinstein (clarinete) y Federico Righi (bajo eléctrico).

A “Morenika” la conocía bien. La había escuchado muchas veces en los días anteriores al show y otra vez confirmé: un toque en vivo es una vivencia mucho más completa que una grabación, aunque sea una excelente, o aunque sea un video visualmente rico. Creo yo, puedo equivocarme, que cuando estamos en la misma sala que los instrumentos sonando, nos llegan al cuerpo las ondas vibratorias mucho más completamente que en un disco. No tengo prueba de esto… pero bueno, en resumen, las guitarras de Morenika me enamoraron completamente y quedé extasiada tratando de acomodar todo lo que sentía… pero no me darían mucho tiempo a acomodar nada porque poquito después entraba el siguiente invitado.

Pinocho Routin y Sara cantaron, con muchísimo amor, “Brisas” (compuesta por Hugo Fattoruso) acompañados divinamente por percusiones varias y las homenajeadas cuerdas, todo con una delicadeza superior.

Al momento siguiente, todos los músicos, incluido Pinocho Routin, cantaron sin micrófonos una canción de bodas, llamada “La Novia”, muy alegre y divertida.

El vaivén emocional continuaría con una canción de cuna, compuesta por Sara y Fede, y tocada por ellos y el enorme Nicolás Ibarburu. Me sigue impactando el poder emotivo que tienen las notas de una guitarra tocada así, como toca Nicolás. ¡No esperen que les explique lo inexplicable! Es algo que solo puede experimentarse, gozarse y quedarse admirado de cómo hace este ser para tener esa personalidad musical arrolladora.

A “Todas las palabras” también lo tenía muy escuchado pero, de nuevo, tomó una dimensión mucho más enorme en vivo. Martín Ibarra en la guitarra, Fede en bajo y Sara en voz lograron un entretejido de las tres sonoridades que no dejó ni un rincón del cuerpo inalterado.

Retornaron todos al escenario para tocar “La mal kazada del pastor”, que fue un festín en todo sentido: rítmico y melódico, para empezar, y el banquete de sonidos: el violín y el clarinete, cada uno por separado y al unísono, la percusión increíble de Parrillo y Bacchetta, más tantos detalles, como ser el triángulo, tocado aquí por Rubinstein… y todo sostenido por el bajo y las guitarras.

Como si a la noche le faltara pluralidad musical, ¡apareció un berimbau entre los chiches de Parrillo! ¡Fantástico! Así arrancó una nueva canción de bodas, a tres guitarras, para la que invitaron nuevamente a Nicolás Ibarburu. Gonzalo Durán sostuvo con una solidez impresionante esta canción en la que Martín Ibarra y Nicolás Ibarburu hicieron una especie de duelo maravilloso. La verdad que este tema le hizo mucho honor al nombre del Ciclo Cuerdas: tres guitarras, violín, bajo y berimbau. Simple: no queríamos que el tema terminara nunca.

El último tema, onda klezmer, fue otro festejo más, de la voz, de la música, de la vida, en el que Sara se lució a pleno.

Una mención aparte merece el equipo a cargo de Pablo Avellino. La paleta era enorme y sutil a la vez y se oyó absolutamente cada detalle con claridad y perfección. Los volúmenes entre instrumentos y cantantes suelen ser un desafío para los sonidistas uruguayos y Sara, para mejor, manejó una cantidad enorme de matices de volumen. Pues, lo cierto es que todo sonó como si fuera una grabación en el mejor estudio del mundo y mil veces masterizada.

Hubo bis, claro, y fue esa bonita canción que hemos venido escuchando en las redes: “La mar está en fortuna”. La generosidad sonora del planeta Sara Sabah se mantuvo hasta el último segundo y también la emocionalidad a tope, la delicadeza, la exquisitez, el cuidado, el amor hecho música.

Nada se repite jamás, por más que suceda dos veces. Lo que queda es agradecimiento real por la experiencia, admiración rotunda por cada uno de esos seres que pueden transmitir en forma de sonidos verdades humanas eternas, para algunas de las cuales ni siquiera tenemos palabras, pero sin duda laten en nosotros y hace muchísimo bien poder observarlas de esta manera.

Esta reseña fue escrita originalmente para COOLTIVARTE.

Foto: cortesía de Bruno Pesce.

 

No te lo querés perder: «Amanecer en Tandil» de Ibarburu y Chapital

Una de las maravillas de vivir en Uruguay es tener la oportunidad de ver en vivo conciertos como este que tendremos en pocos días.

Nicolás Ibarburu y Juan Pablo Chapital presentarán su disco “Amanecer en Tandil” en la Sala Hugo Balzo, siendo la suya la primera presentación del Ciclo de Cuerdas organizado por el Auditorio Nacional del Sodre. Esto sucederá el próximo miércoles 13 de junio a las 20:30h.

Siento una gran responsabilidad sobre mis hombros: por un lado, necesito contarles un poco acerca de este disco, para que por nada del mundo se pierdan esta presentación que sin duda será única, y por otro lado deseo que se sorprendan y deleiten como yo al escucharlo por primera vez. La única manera que se me ocurre de lograr eso es contarles apenas un poco de mi experiencia personal al escucharlo, y permitirles que descubran el resto directamente. Espero sin embargo poder transmitirles mi entusiasmo, como para que ni uno de quienes disfrutan de este tipo de delicatessen musical se lo vaya a pasar por alto por falta de información.

Mis amigos y yo lo diríamos así: si estos dos guitarristas fueran europeos y a este disco lo escuchara el sello ECM, inmediatamente los incluiría en el catálogo de sus artistas. Entre paréntesis aclaro que el 90% de los discos que edita ECM me fascinan. En este caso quien notó el potencial sonoro de esta dupla genial fue Gastón Gauna, dueño de un estudio de grabación en Tandil, Argentina, a quien aquí le agradezco que tengamos esta joya musical. Con orgullo y felicidad incluiremos “Amanecer en Tandil” en nuestras discotecas personales.

El disco tiene la misma cantidad de composiciones de Chapital que de Ibarburu y una versión de una canción de Eduardo Mateo.

No hay bajo, no hay batería. Los sonidos son principalmente de guitarras, seleccionadas con un gusto excelente, y con notoria cuota de dedicación y de amor. Es un disco que te arropa, que te mima el corazón, que te hace respirar más lento y profundo. Es un disco que siento que me hacía falta. Es un disco que sí o sí tenía que existir.

La primera canción del disco, que se llama “Quiero”, es una composición de Chapital con una letra hermosa también cantada por Juan Pablo. Es su primera incursión en cantar uno de sus temas. El efecto de su canto es como una caricia al alma. Es cercano, con una voz muy cálida y muy sincera, que resulta inocente y madura a la vez y me generó comodidad y un sentimiento de naturalidad y transparencia. Esta canción cuenta con la bellísima participación en el acordeón del gran Hugo Fattoruso, que entrelaza sus sonidos a los de Nicolás y Juan Pablo con la calidad que ya conocemos y con una cuota redoblada de dulzura y cariño.

Juan Pablo toca la guitarra de acero y Nicolás la de nylon en todo el disco. Lo que me impacta mucho es cómo conviven las dos personalidades clarísimas de ambos en su instrumento, sin mimetizarse una con la otra, y cómo la combinación de ambas genera además una tercera realidad sonora, y por lo tanto también emocional, que es paradisíaca.

Me parecería extraño pero supongo que alguno de ustedes puede no haber escuchado todavía a alguno de los dos. Así que intentaré contarles lo incontable. Los dos tienen un sonido increíblemente personal en la guitarra. El alma del sonido de Nicolás Ibarburu tiene una garra especial, una tensión que, aunque esté tocando algo dulce o muy melódico, te hace mantenerte atento sí o sí, cala hondo, metiéndose derecho en tu cuerpo energético, sin pedir permiso ninguno y generándote el deseo de que dure para siempre. El sonido de Nicolás te impulsa a arriesgarte a vivir, es poderoso, es impulsor de realidades nuevas. En cuanto a Juan Pablo Chapital, lo que me llega a mí cuando toca él es una combinación 50/50 de amor y poder. La imagen que se me viene en este momento es un cielo de Cabo Polonio con fuertes rayos intermitentes anunciando tormenta y debajo un mar sereno llenísimo de noctilucas. Cada nota suya existe para desarmarte, para que hagas un camino hacia tus confines interiores y, si lográs sobrevivir a la emoción, el goce es grandioso.

Más o menos así es la experiencia de escuchar el segundo tema, el temún “Huella Digital” de Ibarburu. No les cuento más para que puedan experimentarlo de primera mano y sin expectativas concretas. Aunque, pensándolo bien, es imperioso contarles que una guitarra y otra se van entrelazando mágicamente y el efecto de las vibraciones en el cuerpo abarca todos los doce chakras, sin saltarse ni uno solo. Es un pasaje directo a un amanecer de esperanza, de confianza, de existencia.

Podría seguir contándoles sobre los demás temas del disco pero no sería un buen gesto de mi parte. Es de corazón que les recomiendo que vayan a escuchar esta maravilla en vivo. Yo esperaré pacientemente hasta después de esta presentación para quizás comentarles más. Lo que sí, insisto: es un disco que querrás tener, que te hará bien tener, que escucharás muchísimas veces, porque te resultará una compañía fantástica y sanadora.

En el EPK, que puedes ver aquí, Hugo Fattoruso comenta: “Hay mucha alma ahí, mucho sentimiento, mucha verdad, así… de amor”. Suscribo completamente. Es un disco lleno de todo eso, un discazo precioso.

Magia Ibarburense en formato de CD: Ultramarino

Trío-Ibarburu-Ultramarino-Hugo-Balzo-29-julio-2016-foto-Florencia-Veres

Foto: Florencia Veres

El Trío Ibarburu: Andrés en el bajo, Nicolás en la guitarra, Martín en la batería, junto con Juan Pablo Di Leone en armónica y flauta se mandaron tremenda presentación del disco “Ultramarino” en la Sala Hugo Balzo, el día 29 de julio. Tocaron todos los temas de este último disco y también algunos de “Huella Digital”.

El aplauso del público al terminar el primer tema, y el segundo, y el tercero, duró lo que normalmente dura un aplauso al final de un concierto. Su música es algo descomunalmente bella a lo que se le agrega un cariño enorme por parte del público. Son queribles por su calidez y por esa sencillez y humildad que no deja de asombrar.

Entre el 29 de julio y hoy, 25 de agosto, una sucesión de hechos me fue impidiendo escribir esta reseña. Hoy finalmente encontré el momento perfecto. Sin embargo constaté, con gran desilusión, que la grabación ayuda-memoria en la que confiaba para este relato trasnochado decidió no existir.

Ante esta circunstancia, me quedan dos opciones: una, dejar la página en blanco; la otra, hacer una reseña del disco en sí. Con cierto atrevimiento, opto por la segunda, con la esperanza de animarlos a buscarlo y escucharlo, porque es, de veras, un disco esencial y demasiado hermoso como para pasar por esta vida sin conocerlo.

El universo “Ultramarino” está constituido por 9 galaxias, que se llaman: Membrana, Komora, Otro mar, Neurology, Mandala, El zorro, Nuevas cuerdas, Snorkel y Para rumbear mi camino. En los nueve temas se oye algo nuevo, que complementa perfecto lo que ya conocíamos de ellos: un saboreo más pausado de los sonidos y una maestría muy particular en cuanto a cómo los sonidos comparten y conviven en ese espacio multidimensional. Hay menos urgencia y hay en general menos cantidad de sonidos que antes y un arte aumentado en cuanto a la creación musical en su totalidad.

Membrana es una composición de Nicolás que tiene una magia increíble. Lo más sano para hacer con la música es sentirla y no describirla, pero haré mi intento de explicar lo que en esta canción me hizo sentir especialmente feliz. Este tema podría tomarse como ícono de lo que constituye a estos músicos y sus influencias. La canción tiene en igual medida carácter de candombe, de folclore y de jazz, y es en cinco tiempos. Además, tiene un ritmo marcado y simultáneamente una melodía dulcísima que comparten entre la guitarra y la armónica. En la entrevista que pudimos hacer antes del toque, contaron que no fue una búsqueda consciente la de conjugar todos esos elementos; la aventura de Membrana sí estuvo guiada por los cinco tiempos pero el resto emergió simplemente porque es su esencia, y ya sabemos que solo puede surgir a la superficie aquello que se posee en el interior. En este tema Nicolás toca guitarra eléctrica, también con ebow, y acústica. Los sonidos que logra él con sus guitarras y la combinación de ellos con la armónica de Juan Pablo son un deleite melódico, que cala tan profundo que emociona muchísimo. A su vez, la conjunción de Nicolás con Martín en especial pero también con Andrés en cuanto a la intención de cada apoyo, de cada corte y de cada arreglo es perfecta. El si se quiere “contraste” entre el agudo de la armónica y las guitarras y la profundidad de los toms de la batería es algo bellísimo. Eso y que ninguna nota topa a ninguna nota. No hay ni por un instante una insistencia ni petulancia por parte de ninguno de los instrumentos. Cada nota está en su sitio, compartiendo el espacio ese, multidimensional, y juntas, en perfecta armonía de presencias, crean esta belleza extraordinaria. Me parece especialmente llamativo que las frases musicales están verdaderamente co-construidas por todos los instrumentos. Algunas son rematadas por el redoblante o algún tom de la batería, otras por el bajo. Por supuesto que la guitarra y la armónica también, pero eso es más esperable. Lo de que frases que comienzan dichas por la guitarra o la armónica terminen de decirse por el bajo o la batería es algo que me resultó maravilloso. Hay una musicalidad aquí que supera cualquier cosa que yo haya escuchado en mi vida.

Komora es una composición de Andrés, extraordinaria. Arranca con el charleston de la bata y la guitarra y por esos instantes una siente, auténticamente, que no hace falta nada más. Suena hermosa esa dupla hasta con algo tan minimalista. Luego se transforma en la antesala perfecta para que cuando entra el bajo, una casi se quede sin respiración. Cuán bello suena ese bajo. ¿Y cómo puede a la misma vez ser el ritmo y ser la melodía, haciendo tan hermosas ambas funciones? Otra cosa que se disfruta desde el primer instante es el balance de la batería en los dos canales. Está muy bien grabado y no sé si es solo por mi chifladura natural pero que la batería se administre de esa manera entre el canal derecho y el izquierdo a mí me dio la sensación de algo cuatridimensional (las 3D que conocemos tan bien y una dimensión extra que incluye esa otra cosa que se genera en este disco). El diálogo entre la bata y el bajo en este tema es impactante al comienzo. Después entra con más garra la guitarra de Nicolás y una ya no sabe cómo hacer para poder absorber todo eso y no perderse detalle. Nicolás solea y el mundo se detiene. A eso hay que agregarle que el bajo y la bata siguen haciendo una magia impresionante y auténticamente dan ganas de pasar el tema en cámara lenta. Entonces los demás achican un poco y Andrés se manda un solo hermosísimo. Y cuando ya se siente que aquello es demasiado, Martín nos regala un solo de su instrumento mágico y el mundo no puede ser más perfecto. El charleston en este tema me deleitó. En esta pista Agustín Ibarburu toca “monotron”, que lamentablemente yo no pude diferenciar. Me recuerda a la época en que, decenas de años atrás, no era capaz de diferenciar el sonido del bajo. El observador crea su mundo según los recursos que tiene. En lo personal por ahora me faltan recursos para poder identificar al monotron.

Otro mar es súper alegre, súper para arriba. El candombe sigue diciendo presente y fusionándose con el jazz. En la tapa dice: “Cuando nos juntamos en Praga por primera vez, Nico completó este tema una noche en el jardín”. Seguramente estaban muy felices por el rencuentro porque lo que se siente al escucharlo es una alegría emocionada. Martín toca batería, tambor piano y chicos. ¡Cómo suena! Es como si hubiesen diecisiete músicos y no uno. Candombe que podríamos bautizar como “Candomartín” o “Martímbe”: fresco, alegre, bailable, contundente, con su ingrediente pop y jazz a la vez y con una profundidad esencial que lo identificará siempre. ¡Belleza de la vida musical uruguaya! Nicolás produce perfección sonora, que auténticamente acomoda células y almas a su paso. Las notas que surgen de su guitarra tienen una convicción total y un cuidado muy bonito. Siento como si una mano firme me agarrara, con delicadeza, y me llevara a conocer mundos nuevos. Y Andrés la descose con ese bajo que es también firme, creativo, melódico, increíblemente poderoso, siendo a la vez dulce y sensible. Qué sé yo… por momentos es demasiado el éxtasis que genera este disco.

Neurology es un tema con gran densidad de notas. Lo loco del asunto es que a pesar de tener muchísimas notas a una velocidad importante, el aplomo del que hablaba al principio sigue presente. Encontrar aplomo en un candombe tan rápido debe ser cualquier cosa menos fácil, pero no da la sensación de que les resulte un esfuerzo ni nada parecido. Creo que se puede decir sin riesgo a equivocarse que estamos siendo testigos de algo muy especial que hacen estos tres seres de luz. Una amiga muy querida, a quien le agradezco con el corazón exaltado y agradecido que me haya regalado esta joya de disco, me dijo el día de la presentación: “En un futuro los van a estudiar como un fenómeno musical”. Es muy probable que tenga razón. Yo agrego: el fenómeno está sucediendo ahora. Si recién los estudian en el futuro es por ese empecinado gesto de idiotez que los seres humanos desarrollan frente a los artistas especiales. Pero volviendo a Neurology, me resulta algo insólito cómo pueden tocar tantas notas a esa velocidad y que ninguno pise a ninguno, que cada nota tenga su razón de ser y su lugar específico, y que cada uno de los tres pueda contribuir como lo hace a la creación de una pieza tan pero tan hermosa. Creo que el mejor resumen es que es un tema para pirar, para gritar, para saltar de la alegría.

El quinto tema del disco es Mandala. Aquí, Nicolás toca guitarra acústica, Andrés un bajo fretless y Martín el cajón. Este es un tema más manso que Neurology, como para que no nos estalle el corazón (gesto que se agradece), pero el detalle es que igual, a medida que van pasando los segundos, el corazón empieza a desbordarse, a pesar de la inicial aparente inocencia de Mandala: el sonido del cajón es demasiado bonito como para no sentir alteración, y la guitarra y el bajo tocan unos unísonos de esos que te desgarran el alma a fuerza de belleza. Por momentos vuelven a hacer esto impresionante de que la guitarra arranca una frase y el bajo la termina o viceversa y ¡pffff! No hay palabras ni que se acerquen a explicar la sensación física que se vive escuchándolo. Alineación circular y vibración total, quizás. Con Mandala me permití observar en qué centros energéticos sentía más cada instrumento y si bien hay momentos en que la guitarra resuena solo en los chakras superiores (al principio, sobre todo) y momentos en que el cajón resuena claramente en el tercero, tengo la impresión de que es el bajo el que los junta a todos en un efecto mágico que a partir de unos poquitos segundos de haber empezado el tema hace que los siete centros se sensibilicen de un modo supremo e increíblemente disfrutable.

El zorro tiene un fraseo archioriginal y genial y es el tema en el que escuchando el disco, me pongo a llorar cada vez. Me encantaría saber si fue el mismo en el que pianté el lagrimón (que después no podía detener) en el concierto. Todo es perfecto: las melodías tocadas por el bajo son impresionantes, el sonido y la penetración en las células de la guitarra es de morirse y la batería tiene indudable influencia divina. ¿Cómo puede Martín oír todo eso en su alma? Y después, ¿cómo lo plasma así?… es demasiado. Esta galaxia tiene un groove tan gozado que da gusto estar vivo un ratito extra solo para poder escucharlo una vez más.

En la tapa dice que Nuevas cuerdas fue un experimento sonoro grabado de a partes, un poco acá y otro poco allá. La verdad que no hay manera de darse cuenta de que fue grabado así. Podrían estar los tres en la misma sala. Lo que más me sorprendió es que tiene un dejo de tristeza y es extraño que un experimento grabado por partes pueda transmitir esa emoción de esa manera, con una unidad muy potente. Pero bueno, aceptemos que no todo en la vida tiene explicación.

La galaxia 8 se llama Snorkel y es un tema de Nicolás Ibarburu y Nicolás Varela. Está grabado con Martín en cajón, Andrés en bajo fretless y Nicolás en guitarra acústica. Con este tema en particular me pasa que al escucharlo, lo veo a Martín tocando el cajón en el concierto. Es una demencia lo bien que toca, cómo genera matices asombrosos con esa caja de madera, y el sonido tan increíblemente dulce que produce. Y como me sucede a veces, la realidad es que en este tema se me nublan los sentidos para los otros instrumentos. Por instantes noto la belleza del conjunto pero en primerísimo plano tengo al cajón y tan empecinadamente que finalmente opto por dejarla por esa y admitir que ese sonido de mano y madera me pudo tanto que por más que puedo sentir una guitarra hermosa y un bajo bastante juguetón, me voy con el ritmo y sus matices perfectos, que dicen tanto.

Y así llega, sin anestesia, el final de un disco que una no querría que terminara nunca. El último tema se llama Para rumbear mi camino. Martín en la batería, Andrés en bajo y cellos, Nicolás en guitarra acústica, R. Jochmann en piano y Juan Pablo Di Leone en armónica. Es un tema lleno de sensibilidad. Tiene una mezcla de optimismo y nostalgia. Tiene una melodía hermosísima extrapolada con la dulzura del cello y la armónica, y una delicadeza zarpada del piano y de la guitarra. Yo no creo que sea a propósito que se oyen los dedos de la guitarra desplazarse sobre algunas cuerdas en algún momento, pero ¡qué efecto bello tiene eso en mí! En cuanto al cello, amo tanto su sonido en esta creación mágica que va desde acá un pedido especial a incluir más a este instrumento en futuras creaciones del trío. Del minuto 2:20 en adelante hay una creación conjunta entre el piano y la batería que eriza el alma y me hace encargarle al Universo que por favor me permita ser música en la próxima vida. Dudo que haya sido pensado pero bien podría haberlo sido: el final de este tema es de esos que te obligan a ponerle play de nuevo al disco. Es un final que queda suspendido, como diciéndote: “no tenés otra que volver a escucharme”. Y supongo que es por ese final que este disco no se ha movido de mi reproductor en un mes.

A esta joya la podría haber grabado el sello ECM perfectamente. Que estos seres estén tocando en Montevideo es un capricho del destino que bien haríamos en agradecer a conciencia y aprovechar a ultranza. Desde este rinconcito yo les digo un tímido “gracias por existir, Ibarburus… y por las múltiples dimensiones que nos regalaron con Ultramarino. Es enorme la admiración y el agradecimiento”.

Foto: Patricia

Foto: Patricia

Foto de portada: Florencia Veres.

Hablemos de música ultramarina: Entrevista a Trío Ibarburu

Trio-Ibarburu-Hugo-Balzo-29-de-julio-2016-foto-VANETINA-ROMANO.jpg

El 29 de julio, en la Sala Hugo Balzo del Sodre, a las 21 horas, el Trío Ibarburu estará presentando su nuevo disco, titulado “Ultramarino”. Sepan desde ya que no se lo pueden perder por nada, nada del mundo.

Al saber que las puertas cósmicas se habían abierto para que pudiera entrevistar al Trío Ibarburu, pensé que era prudente escuchar algunos de los temas del disco nuevo. Claro, puede ser que haya sido una decisión atinada desde el punto de vista de la responsabilidad de ir a hablar de algo conocido, pero fue completamente imprudente en lo que respecta a mantener mi centro emocional. Para cuando llegué a hacer la nota mi contacto con la tierra era efímero y me llevaban en andas la fascinación, la incredulidad, el asombro y especialmente la admiración, que si bien son todas emociones muy positivas y disfrutables, a la hora de entrevistar no son la compañía más conveniente. Entonces, la invitación es a leer una entrevista que tiene como trasfondo vibratorio un estado alterado.

Si bien —como sabemos— el trío está formado por Nicolás Ibarburu (guitarra), Andrés Ibarburu (bajo y cello) y Martín Ibarburu (batería y percusión), en esta entrevista no pudo estar presente Martín. Es así que lo que leerán a continuación es una conversación con Nicolás y Andrés. Sin embargo, con una pregunta en particular sentí que hacía falta incorporar la voz de Martín, así que lo contacté después y pude agregar una respuesta de parte suya.

Patricia Schiavone: ¿Cómo son las composiciones del disco?

Nicolás: Son de Andrés y mías, mitad y mitad.

Andrés: Pero también cada uno desarrolla mucho su parte. Por ejemplo, en los temas que son míos hay cosas que son de él o hay cosas que son de Martín. Ninguno compuso una partitura, nota por nota. Es como una idea original y un concepto.

Nicolás: Y después cada uno desde su instrumento, juntos, construimos el sonido del trío.

PS: ¿Pero en algún momento se escriben los temas?

Nicolás: Bueno, sí, los temas están escritos.

Andrés: Claro, a mí me gusta más escribir, porque como estudio música clásica estoy como más acostumbrado y me siento como más cómodo. Nico labura más de memoria… y también escribe algunas cosas. Que tampoco es todo, ¿no? Son como algunas referencias de algunas partes. Porque es un concepto. En general dicen que eso es del jazz pero la música folclórica en general tiene eso, ¿no? Por ejemplo, cuando un guitarrista te dice: “Yo sé un tango”, lo que él tiene es como una especie de esqueleto, de guía. Después cuando va a tocar, sobre eso él va a elaborar algo. Un buen músico de tango se espera que sea así. En el jazz es como muy típico tener un cifrado, los acordes y la melodía pero en esto no es tan así. Hay cosas que están muy arregladas y muy armadas y hay cosas que son mucho más libres.

Nicolás: Claro, hay partes que están arregladas y luego hay partes que se rellenan con improvisación. Eso es lo que hace también que cada toque sea diferente al otro. Este también es el objetivo de este encuentro: tocar con mucha libertad, improvisar mucho y dejar salir cosas del momento pero siempre con un laburo de arreglos y de composición, de experimentación para buscar el sonido y hacer rendir los temas, que ahí es donde ponemos todo de todos.

Andrés: Además, el disco está grabado con esa técnica. Está la composición, entonces hay como una parte que está armada, pero todo lo que está improvisado en la grabación del disco es así. No es como cuando se graba un disco pop, que se graban varios solos y después se elige uno. Acá es como grabar un disco de jazz: cada uno toca su solo y su improvisación y queda lo que queda. Hay una espontaneidad en lo que queda grabado. Creo que según la música se usan diferentes criterios.

PS: Pero entonces, Andrés, o tienen invitados, o vos tenés un clon que toca bajo y tocás cello a la vez.

Andrés: Eso sí. Hicimos lo que se llama “overdub”, que es que el mismo músico toca de nuevo otro instrumento. Hay temas que tienen dos guitarras o tres guitarras, en los que Nico toca varias veces. Eso sí lo hacemos. Hay temas en que Martín toca la batería y después toca los tambores o percusión.

Nicolás: Pero siempre sobre una toma en la que tocamos los tres juntos a la vez. Y después le ponemos algún adorno, alguna cosa. Te podés dar ese lujo porque es un disco de estudio. Si fuera un disco en vivo, no podés.

PS: Escuché “Para rumbear mi camino”.

Nicolás: Esa es una canción que hicimos con un amigo. Él le puso la letra, la música es mía, y nosotros hicimos una versión instrumental.

PS: ¿Y quién toca el piano?

Andrés: Un amigo que vive en República Checa pero en realidad es Eslovaco. Se llama Tomas Jochmann. Yo he hecho mucho con él allá. Es muy delicado. Es uno de esos pianistas que disfrutan mucho tocar el piano acústico.

PS: En el tema “Membrana”, ¿pusieron voluntad explícita en que ese tema fuera de jazz y a la vez de candombe, y a la vez de folclore y tuviera toques de pop/rock o surgió así porque ustedes llevan todo eso adentro?

Nicolás: Y… yo creo que es eso último que dijiste. Porque se va dando naturalmente y vas volcando cosas. Pero sí, ese tema en particular tiene una cosa medio folclórica, que también es un candombe, pero está en 5, o sea que no es un candombe tampoco… pero tiene aires así de candombe, de repente los fraseos… pero es un ejemplo de bastantes corrientes convergiendo ahí en un punto. Hay varios temas así en el disco.

Andrés: Es que también esas fusiones que decís en la música está bueno cuando suceden espontáneamente, ¿no? Cuando un grupo empieza a hacer algo y vos decís: “Ay, pero esto ¿qué es? Es esto… Entonces viene un crítico y dice “esto es una mezcla de tal y tal”. Pero cuando uno dice “voy a mezclar esto con lo otro…” como que no se puede hacer así. En realidad te sale naturalmente y a la hora de describirlo, ahí empezás a encontrar cosas. Pero la música no piensa ella en sí misma “soy un candombe”, por ejemplo.

Escuchar “Membrana

 

PS: ¿Me contarían cómo nació ese tema?

Nicolás: Sí, Membrana fue una música que yo armé en casa, que después obviamente cuando la tocamos juntos floreció y salieron un montón de cosas más y quedó mucho más lindo el tema, por el tratamiento que siempre les hacemos a las canciones con el trío. Pero fue así, una exploración en eso del 5, buscando un poco… de esas charlas que siempre tenemos con Andrés y con Martín. A veces nos quedamos explorando cosas así, de compases irregulares… mismo en algún almuerzo. Y fue un poco en ese espíritu, explorar por ahí, y salió Membrana.

PS: Qué pena que no está Martín, porque yo me pregunto en este tema “Membrana” cómo será que le habrá surgido tocar eso que toca. Vos lo escuchás y es un candombe, pero a la vez es jazz por la llevada en el plato, por el feeling general. Y sin embargo el tambor ¡es pop!

Nicolás: [risas] Claro. Ahí va.

Andrés: Creo que también está bueno que a nosotros nos pase eso porque es lo que es nuestra cultura. Como latinoamericanos somos una mezcla de muchas culturas, de muchos pedazos de muchas culturas: tenemos cosas de los indios, de los negros, de los españoles, de los italianos… entonces me parece que es lógico que pase eso que vos decís que salgan cosas de muchas vertientes.

PS: ¿En qué encuentran que este disco se diferencia del anterior?

Andrés: Son propuestas completamente diferentes. Para grabar el otro disco lo que hicimos fue encerrarnos en una casa preciosa que nos prestaron en Punta del Este, llevamos el estudio armado y nos quedamos solos con los instrumentos cinco días. Nos grabamos nosotros. Que por eso tiene ese nombre “Huella Digital”, porque es una cosa que tiene mucho que ver con nuestra identidad. Yo nunca había hecho eso de grabar sin técnico. No había nadie por fuera. Limpiábamos nosotros, comíamos la comida que teníamos adentro de una heladera. Sí nos fueron a visitar amigos e hicimos algún asado pero a la hora de laburar, estábamos solos. Sin ni siquiera un técnico. El coloque de ese disco es la concentración de nosotros tres solos. Lo hicimos también por una cuestión histórica, de que veníamos por mucho tiempo acompañando a otros músicos. Ellos nos dieron lugar para nuestra creatividad: Jaime, Rada, etc. pero claro, ellos tienen una personalidad tan grande, y además nosotros tocamos con ellos desde muy jóvenes, entonces como que decidimos arrancar de lo que éramos nosotros sin ninguna influencia externa.

Y este otro disco es una cuestión bien diferente. Porque este es un disco que hicimos mientras yo vivía allá y ellos acá. Por eso se llama “Ultramarino”. Es como a través del mar. Yo vine de visita y grabamos. Después fueron ellos de visita y grabamos allá. Después hicimos algunas cosas por internet.

PS: ¿Cómo la llevan que Andrés viva en Praga?

Nicolás: Bueno, con internet es más fácil, porque tenemos contacto permanente y fluido.

Andrés: Hoy nos acordábamos cuando Martín estuvo en Holanda, que había que llamar por teléfono, encontrar al otro, valía una fortuna. Y además, claro, la comunicación en ese contexto se vuelve una cosa súper concreta. Uno no podía ponerse a contar anécdotas, y ahora con Skype sí. Dejás la computadora en la mesa y es como si fuera una ventana.

PS: ¿Qué es notoriamente diferente cuando tocan entre ustedes tres y cuando tocan con otra persona?

Nicolás: Sin duda que tenemos muchas horas de vuelo y mucha experimentación, camino recorrido juntos, que eso suma muchísimo a la “conecta” pero creo que donde más la siento reflejada es más que nada en proyectos jazzeros de improvisación, donde vos tenés que soltarte para tirar una idea nueva o diferente y al mismo tiempo saber que podés volver con familiaridad, sin irte al carajo y caer en cualquier lado. En ese sentido tenemos mucha conexión y entonces cada uno de nosotros puede abrir diferentes momentos musicales o frases o cosas y siempre estamos enganchados igual. Me parece que eso se da más —por lo menos para mí— que en cualquier otro proyecto en que haya estado.

Andrés: Para mí también. Y agregaría una cosa más. Que hay cosas que siempre hay que estarlas hablando entre los músicos, o explicando, o escribiendo y entre nosotros pasa mucho que hay mucha cosa que directamente no se dice, que es mucho más claro si lo tocás que si lo decís. Incluso nos ha pasado también —pasó el otro día— de tener alguna discusión personal por una cosa extramusical y como que tocando resolvés de alguna manera el problema. Es medio misterioso.

Nicolás: Y sí, se mueven muchas cosas. Con la música se mueve todo, ¿no? La espiritualidad, los sentimientos. Eso es lo lindo también.

Andrés: Se acomodan cosas que por ahí hablando no se acomodan tan fácilmente. Tocando hacés algo que el otro lo entiende, o vos le entendés algo al otro y se crea una conexión y se disuelve ese conflicto. Pasa. Y creo que también pasa con el público. Cuando vas a ver un concierto, a veces se te resuelven cosas.

PS: Les traje algunas palabras y quisiera saber a cuál de ellas la asocian más con este disco: Libertad – Felicidad – Plenitud – Paz – Evolución – Amor

Andrés y Nicolás (a la vez): Evolución.

Nicolás: Todas las palabras están. Pero me parece que al ser un tercer disco tenés que priorizar el crecimiento, la evolución. Este es un disco más evolucionado a nivel de búsqueda, buscamos por otros lados, de intentar otros climas, otras instrumentaciones, que por ahí no están en los otros dos. Por eso me identifiqué con esa palabra. Evolucionar no quiere decir hacerlo más complejo o cargarlo de elementos. A veces es al revés. Evolucionar es vivir lo que estamos viviendo ahora, que es la música con un océano en el medio, como dice Andrés, y siguiendo en esas búsquedas que van a estar más allá de la distancia. Este proyecto es eso: cada vez que nos veamos, vamos a juntarnos a tocar y explorar.

PS: Yo encontré una madurez especial en esos temas que escuché. Un aplomo que me pareció nuevo y como si la fuente fuera más el corazón que la cabeza. “Neurology” tiene muchas más notas pero igual tiene una solidez especial. ¿Cómo surgió?

Nicolás: Ese tema es de Andrés.

Andrés: Ese tema yo lo hice porque quería que tocáramos un candombe rápido con el trío. En ese sentido fue como una cosa que busqué. Pero después también le encontré… A veces la composición es un proceso muy misterioso y es muy diferente para todo el mundo. Pero hay veces que es como te dijo Nico de Membrana, que es como que encontrás algo. Y otras veces tenés algo y construís arriba de eso, sin haber tenido un motivo inicial. Es como que vos lo proyectaste. En el caso de este tema fue más así, de ir a buscar un candombe rápido para tocar juntos. Después el nombre… el que ponía nombres así era Charlie Parker: Ornithology, Anthropology… que en realidad es para ponerle un nombre, usando una palabra que te gusta como suena. En mi caso también tiene el significado de que mi mujer es neuróloga y también tiene que ver con cosas que yo hablo con ella, que es interesante, de cómo funciona el cerebro, señales que se pasan de un lado para el otro, impulsos eléctricos que se van conectando, se hacen como redes.

PS: Supongo que es difícil verse como si no fueran hermanos. Pero les pregunto, ¿qué admiran más uno del otro como músico?

Nicolás: Yo admiro su curiosidad de siempre, de seguir estudiando y explorando mucha música. Nosotros, con Martín, como hermanos menores, toda la vida nos beneficiamos de esa curiosidad. También su originalidad. Me parece que es quien le da el mayor toque de originalidad al trío. Tiene la visión musical diferente a lo estándar.

Andrés: ¡Muchas gracias! Yo lo que más admiro de Nicolás es directamente la genialidad. Cuando algo es especial y es muy difícil entender por qué es especial, ¿viste? Hay cosas que vos ves y están buenas, otras mejores y peores, pero hay otras que son geniales. Ya no tienen medida, ya no se puede calificar o medir. No es analizable. Está como más allá de lo que se entiende o lo que se explica. Que eso también es otra cosa de la música, ¿no? Cuánto entra el lenguaje, cuánto entra la racionalidad y cuánto viene del corazón y cuánto viene del espíritu. Pero la genialidad tiene como algo más, como un sello especial que ta. Que uno lo reconoce pero no sabe explicarlo.

PS: ¿Y qué admiran de Martín?

Andrés: Es una persona que domina el sonido como si fuera… no sé, un barco, un avión, que tiene ochocientos cincuenta mil botoncitos y cosas y el tipo lo hace volar como si fuera una seda, todo, sin chocar contra nada, todo suave, todo perfecto.

Nicolás: Martín es el caso de esos tipos que te hacen sentir que tocás bien. Y en realidad es porque estás tocando con Martín. Aparte que tiene una musicalidad y una administración del fraseo y de las notas que es como muy refinado. Es como que te prende el Rolls Royce y te saca a pasear por la rambla. Te hace sentir como que estás en algo elevado. Es tremendo.

Andrés: Totalmente.

Nicolás: Y también creo que la búsqueda del proyecto, que siempre mencionamos, que tiene al candombe, es esencialmente por Martín, porque Martín es el que hace todas esas adaptaciones del candombe en la bata. Me parece que es el que lleva la parte más importante, más trascendente de esa búsqueda. Y creo que Martín —dicho mismo por Osvaldo, incluso por Hugo—, es como el continuador de esa búsqueda del candombe en la batería. Como muchos bateros, ¿no? Pero sin duda Martín es uno de los referentes en ese aspecto.

Andrés: Sí, en este trío es fundamental. Pasa mucho por ahí. ¡Realmente todo sale con una facilidad! No tranca nada. Al revés, impulsa todo. Y cualquier idea es como que se despliega, sin chocarse contra nada, ¿viste? Todo se vuelve fluido, limpio, cómodo, flexible.

PS: A mí me emocionó que en uno de los temas que escuché hay frases que las inician ustedes dos pero las termina Martín con la batería.

Nicolás: Sí, total.

Andrés: Sí, realmente es una cosa muy increíble. Como un lenguaje del ritmo que no es el típico lenguaje del ritmo que es simplemente acentuar. Hay momentos en que realmente habla con el ritmo. Eso también lo hace en el solo de Huella Digital. Todo el significado está ahí. No hace falta ningún acorde, ninguna melodía. El mensaje está todo en el ritmo. No hace falta colorear eso de ninguna manera; no hay que agregarle nada.

PS: Y vos, Andrés, hay momentos en que llevás la melodía y está buenísimo.

Andrés: Eso es algo que hacemos, que nos rotamos… que dos aguantan a uno. No hay puestos fijos.

PS: ¿Eso surge naturalmente? ¿No está planificado?

Andrés: Sí, son cosas que se dan. Es que ahora estamos como descubriendo todo eso porque nos ponemos a pensar pero en verdad son cosas que pasan solas. No hay necesidad de entender exactamente qué es. Ahora que vos lo preguntás, decís: “Claro, pasa esto”, pero en verdad simplemente pasa.

PS: Después de la entrevista, Martín Ibarburu respondió telefónicamente a mi consulta: ¿Qué admirás de Nicolás y Andrés como músicos?

Martín: Muchas cosas. Como guitarrista, para mí es el guitarrista. Yo aprendí a tocar con él. Mi idea de lo que es tocar la guitarra es lo que toca él. Y lo que me pasa es que conecto con mucha cosa de toda la vida. Cualquier composición de él o solo que haga, o hasta a veces escucharlo acompañar, me conecta con un montón de cosas que hemos vivido juntos. Lo escucho tocar y es como… como eso. Es como una mezcla de admiración con algo muy familiar que siento con él.

PS: ¿Como mellizo sentís que tenés alguna conexión distinta a la que podés sentir de repente con Andrés?

Martín: Es diferente, sí. Pero con Andrés igual me pasa algo parecido, porque aprendimos a tocar juntos. Cuando pienso en una manera de tocar el bajo, es Andrés. Yo toco con muchos bajistas y hay muchos que son excelentes pero siempre tengo que estar pendiente de ensamblar con ellos. Con Andrés no pienso en eso, es como algo muy visceral, de una conexión muy profunda que me parece que viene por el lado ese, de haber aprendido a tocar juntos.

Y los admiro profundamente a los dos como músicos, como compositores. Tienen eso, hacen parecer fácil cosas que no son tan fáciles. Yo me doy cuenta, tocando con otra gente, que no es tan fácil (él se ríe… y yo también, porque pienso en cómo Nico y él dijeron lo mismo uno del otro).

Andrés por ejemplo tiene una cuestión de su fraseo muy salada, muy profunda, como que la agarra por lugares que te sorprenden pero con una conciencia salada, con un piso muy grande en su improvisación. Tiene eso.

Y Nico tiene esa capacidad de tocar cosas difíciles. O aunque toque cosas muy sencillas, las hace sonar mejor. Tiene una capacidad para armar voicings, para elegir cómo armar acordes, cómo tocarlos. De repente puede ser una composición súper sencilla y el tipo siempre le encuentra la vuelta para ponerle algo, un chispazo. Eso de Nicolás me genera mucha admiración.

PRESENTACIÓN DEL CD ULTRAMARINO

La presentación del disco contará con un invitado especial: Juan Pablo Di Leone (en armónica y flauta). A continuación comparto los detalles de día, lugar, hora, entradas, para que nadie quede sin la oportunidad de ir a vivir esto:

Viernes 29 de julio a las 21 horas.

Sala Hugo Balzo (Auditorio del Sodre)

Mercedes y Andes.

Entradas: por Tickantel

Foto de portada: Valentina Romano

Entrevistadora: Patricia Schiavone

Entrevista publicada también en Cooltivarte