Hoy estoy admirada por la creatividad, los significados y las dimensiones que puede encerrar un objeto circular de 12 cms de diámetro y 3 mm de espesor. Cuando en el primer minuto del primer tema encontrás una realidad multidimensional que te atrapa, no queda otra chance que abandonar toda distracción y sumergirte a experimentar el embrujo hasta las últimas consecuencias. Te invito a acompañarme en la escucha de “NauMay”, de Juan Ibarra.
Juan es un excelente baterista. Quienes sentimos afinidad por el instrumento sabemos que un disco de baterista corre un riesgo claro: para empezar, que haya sonidos percutivos de más. Así que cuando le ponemos “play” por primera vez a un disco de batero, lo hacemos con ese temorcillo conocido. Lo genial sucede cuando el disco sí tiene una razón musical para existir y además es de un baterista. Esa para mí, y para varios seres que conozco, es la mejor combinación del mundo.
“NauMay” es un disco para escucharlo con dedicación, porque si se lo permites, te llevará por caminos emocionales múltiples y con varios niveles de profundidad.
Este viaje arranca con el tema “REM”. Es una aventura en sí misma observar las elecciones tomadas para el orden de los temas y que REM abra el disco es un indicador notable de qué tipo de experiencia te propone. Intentaré llevarte un poco por los caminos que yo anduve, a sabiendas de que solo podrás vivir algo parecido si lo haces sonar y resuelves escucharlo de verdad.
El primer contacto se establece a través de unos arpegios en el piano, a los que gradualmente se suman la batería y el saxo tenor. No sé qué te estarás imaginando, pero seguro que estás lejos de adivinar la magia de los primeros segundos. El sonido de estas primeras notas del piano te transmite una cierta inquietud, energía y decisión. Entra un plato expansivo que podría quizás invitarte a un ánimo exultado si no fuera porque enseguida ingresa el saxo, guiándote irremediablemente hacia un lugar íntimo y profundo. Entre los tres comienzan una danza cuidada pero vital, en la que Juan arpegia también y entra en el diálogo con las notas de sus toms, y se va generando un clima que contiene todas esos espacios: inquietud, curiosidad, vitalidad, intriga, profundidad y conversación. Entonces se van incorporando el contrabajo y la guitarra… y suenan los platos del hi-hat y es imposible no notar la belleza en ese sonido, al volumen perfecto. La aventura comienza, con sensibilidad y decisión. La técnica exquisita de Juan puesta al completo servicio de la música es algo que te impacta ya al primer minuto de disco, cuando apoya y estira unas frases de guitarra y saxo con unos “mini rulos” o rebotes en el redoblante. O sea, está claro que tiene en sus manos la posibilidad de extender tu éxtasis lo que a él se le antoje.
En este primer tema, a la altura de 1 minuto 20, comienza a darse algo que es bastante poco típico y me resultó atrapante: el bajo, el piano y los vientos pujan una base rítmica con insistencia y la batería es la que endulza y colorea, aportando capas y capas de significado con todo tipo de sutilezas musicales. Luego siguen una serie de solos, en los que se repite esta misma forma y cada vez con resultados emocionales diferentes: los instrumentos que no solean hacen una base muy rítmica y bastante enérgica y el solista si bien se destaca con soltura, siempre dialoga con creatividad con los demás instrumentos.
“REM” tiene un balance no tan común: por un lado, te coloca, ¡eureka!, en un lugar emocional de optimismo, por otro en un lugar intelectual nada frívolo, de interés y curiosidad. Su duración de 9 minutos no se sufre sino que se agradece.
Aunque cuesta soltar a “REM”, llega un momento en el que pasamos a “Angkor”. Este segundo tema empieza con una lógica muy similar: primero el piano, luego entra la batería… y una teme que la cosa se vuelva un poco aburrida. Sin embargo, a los 50 segundos sucede algo muy estimulante: una melodía muy llamativa, tocada por el saxo, que no cae en ningún lugar común, y que de base tiene una locura de batería, algo insólitamente mágico. Como una clase magistral de qué significa hacer música desde la bata. Y eso sigue sucediendo y multiplicándose durante el solo del saxo. Este solo es genial en todos los sentidos: un sonido espectacular, una intención llena de energía explosiva, pura certeza, que se siente fantástico. Y encima enmarcado de esa manera por la bata, el bajo, el piano… Es aquí que me detengo a observar la dupla bajo-batería. La comunicación entre ellos asombra, máxime a esa velocidad. “Qué demonios”, pienso, y justo cuando la emoción se sentía subir muchísimo, pasa un ángel y todo se detiene. Lo agradezco y pienso: “esta pausa fue un gesto muy amable, para poder saborear un poquito eso que acabo de escuchar”. Luego, tímidamente, se asoma la guitarra, muy dulce, muy cálida. Como si fuera un tren aumentando lentamente su velocidad, retoma un ritmo y un lugar vibratorio intenso, liderado por la guitarra y con toda una realidad mágica detrás, que va en aumento, incluyendo un saxo que dialoga con la guitarra y una batería, piano y bajo que entre sí generan un bosque encantado. Llega un solo de batería que combina a la perfección con el solo anterior de la guitarra: dulce, cálido y muy bello. Asombrada veo que dura 10 minutos y que no los noté. Sin duda eso quiere decir mucho.
La pista 3 se llama “Índigo”. La introducción se me hace un poco larga y con demasiadas notas pero luego entiendo que fue la mejor introducción para que yo disfrutara más de lo que sigue: un solo de contrabajo muy sentido, muy calmo, muy hermoso… que sin apremio te acaricia el corazón. Y termina el solo y vuelvo a escucharlo otra vez. Ahí noto el piano condimentando también con calma centrada y aportando unos agudos que hacen resaltar más los graves del bajo. Los platos de la batería aportan un brillo moderado sobre el final del solo. A lo que sigue lo asocio con la música de la película “Underground”, de Kusturica. No porque sea igual pero sí por el espíritu: una base muy ágil, con notas que evocan una alegría nada superficial, y una melodía que narra toda una historia de personajes y tiempos que se despliegan en mil capas. A ese momento eufórico sigue un solo de piano maduro, con el virtuosismo puesto al servicio del significado musical. Entonces el piano, desde su misión percutiva, hace una base enérgica y la batería vuela a gusto… y la oreja con ella. El tema termina calmo, amable, con una sencillez apacible.
La pista 4, que se llama “Océanos”, le aporta a lo que va del disco un matiz más introspectivo, con más espacios entre nota y nota. Me quedo pensando en el título del tema y siento que la composición es acerca de las profundidades de los océanos, donde llegan apenas unos pocos rayos de luz. Paradójicamente se me viene también la imagen de una chimenea encendida en una noche de invierno. Cada nota de este tema resuena con mi nostalgia y me envuelve de tal forma que en la primera escucha prefiero quedarme con la globalidad sonora, con la sensación de un abrazo envolvente.
Es al escucharlo por segunda vez que comienzo fascinándome con los matices de Juan con sus escobillas. El barrido es muy, muy dulce y los golpes son firmes y decididos. Esa capacidad para hacer convivir dos emociones diferentes y volcarlo a la música es, probablemente, uno de los generadores de las múltiples capas emocionales que se generan al escuchar NauMay. A la guitarra le agradezco con todo mi ser la elección de notas, pocas en cantidad y bellas en su cualidad, que luego empuja al saxo y al piano en la misma dirección. Me detengo en el contrabajo y me saco el sombrero de cómo Antonino Restuccia, con ese sonido tan fantástico, sostiene a lo largo de todo el disco esta máquina arrolladora. Con una sutileza que solo la música puede lograr, me encuentro en medio de un solo, impresionantemente hermoso, de Ignacio Labrada, con quien Juan Ibarra y la batería murmuran con delicadeza, apoyando y generando, otra vez, la multidimensionalidad. El sonido y las elecciones musicales de Juan en la batería son algo tan bello que por momentos dudo si resistiré una nota más. Hablo de esa fascinación extática que solo los grandes músicos logran en nosotros. Mencionar la hermosura de los platos en todo el disco, su sonido, cada colocación, cada aporte, es una obviedad que sería imperdonable no comentar.
“Pepper Blade” es la pista 5. Al empezar a escucharla me cae la ficha de que este es un disco con composiciones desafiantes: intimistas, elaboradas y maduras, con una paleta emocional maravillosa. Los temas no tienen nada de predecibles y a la vez da satisfacción ir acompañándolos. Los varios cambios de dirección, tanto en los temas como a lo largo del disco, tienen alguna cosa que no los hace violentos. Una va aquí y allá cómodamente, con alegría, algunos toques de intriga y pizcas de sorpresa. La conclusión a la que llego a esta altura del disco es que es una obra increíblemente elaborada, con un gusto musical majestuoso. Este disco no se merece quedar archivado en los cajones uruguayos, ¿eh? Porque si se queda acá, lo escuchamos ¿cuántos?… un puñado. Sí o sí hay que hacerlo llegar a lugares más poblados. “Pepper Blade” es hermosísimo y de nuevo me abre la imagen de múltiples capas de conocimiento, de emociones, de profundidad y diversión, alegría, introspección, etcétera. No dejes que yo te cuente este tema… escúchalo sin más, que me lo vas a agradecer. Hay una melodía por ahí que bien podría haber sido creada por un Herbie Hancock, de la que otro compositor podría haberse colgado y no soltar pero que Juan, dando cátedra de estabilidad emocional, la deja ser, meterse en uno por unos momentos breves, y sigue hacia caminos mucho más intrincados. Pero esa melodía no te suelta y sentís la imperiosa necesidad de volver. Este tema, con saxo y trompeta, es un estallido de belleza, digno también de ser tocado en formato big band. ¡Por momentos suena a big band en este formato!
Luego llega el primero de los únicos dos temas del disco que no fueron compuestos por Juan Ibarra: “Te abracé en la noche” (como sabemos, de Fernando Cabrera). Hacía un tiempo que no se me caían lágrimas escuchando un disco… me pasa más seguido en vivo. Me pudo la ternura y hondura de esta versión y encontré sublime la elaboración que conjuga una sencillez aparente, que es característica necesaria de esta canción, con toda una construcción sofisticada encima de la estructura. Al comienzo, la guitarra expresa con todo el arte del mundo la contradicción inherente a esta obra maestra, que nos desgarra y nos enamora al mismo tiempo. Después el saxo toma el lugar central pero con una gozadera de interacción con la batería, el bajo, el piano y la guitarra. El viaje continúa con una infinidad de elementos sutiles en los que el pecho se expande y contrae, dándole un sentido mayor a la experiencia de gozar gracias a los oídos.
“Nair” es una composición de Martín Ibarra. Escuchándola recordé las palabras de uno de mis dioses de la batería en una clínica que dio hace tiempo, en la que mencionó a Juan Ibarra como alguien que estaba llevando el candombe a otro nivel. Vaya que sí. Este tema me impresionó como una amalgama perfecta entre el jazz y el candombe y como una de esas composiciones que pasan a ser parte de la historia de la música. Lo que toca Juan en este tema es algo insólito, algo verdaderamente virtuoso y con un gusto exquisito, finísimo, extraordinario.
El último tema del disco se llama “Pataskala”. Lo escucho y re-escucho pensando que la próxima vez que vuelva a poner el disco voy a empezar por este tema, para poder dedicarle una atención más plena. Aquí me atrapan tanto la guitarra como el saxo y todo el interjuego del bajo, batería y piano pasando detrás de ellos. El final es impredecible, generando en una las ganas de volver a ponerle play, quizás al tema, quizás al disco todo.
Me detengo a notar que en todo el disco Juan no se salió ni en una sola nota de la zona de musicalidad plena. No hay una sola nota suya que no sea demandada por ese ente, de algún modo misterioso, llamado Música.
“Pataskala” ejemplifica en sí mismo una característica llamativa de “NauMay”: la convivencia perfecta de melodías bonitas y elaboradas y el ritmo atrapante y gozado.
Para terminar quiero compartir mi entusiasmo de que este disco tenga la particularidad de tener un ánimo festivo y a la vez hondo, intenso, penetrante.
Para terminar quiero avisarte que este disco es esencial y que no será de los que escuches una vez, ni dos, ni tres.
Para terminar quiero aseverar, convencida y exaltada, que este será un disco escuchado por muchas generaciones.
Para terminar quiero expresar que este disco me hechizó como pocos.
Comparto para que puedas escuchar y comprar:
https://www.juanibarramusic.com
http://juanibarra.bandcamp.com/album/naumay
Juan Ibarra Quinteto está formado por:
Antonino Restuccia – Contrabajo
Ignacio Labrada – Piano
Martín Ibarra – Guitarra
Gonzalo Levin – Saxos tenor, soprano y alto
Juan Ibarra – Batería
Invitados:
Benjamín Barreiro – Saxo tenor en temas 1 y 5
Federico Lazzarini – Trompeta en 1 y 5
Grabado por Gastón Ackermann en Mastodonte, los días 2 y 3 de diciembre de 2017.
Mezclado por G. Ackermann y J. Ibarra.
Masterizado por Dave Darlington en Bass Hit Studios, New York.
El tema Angkor obtuvo el primer puesto en los Premios Nacionales de Música, convocatoria 2017, séptima edición, categoría jazz.
Foto y diseño del disco: Marcos Mezzottoni.
Producido por Juan Ibarra.