NauMay: un disco colosal

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Hoy estoy admirada por la creatividad, los significados y las dimensiones que puede encerrar un objeto circular de 12 cms de diámetro y 3 mm de espesor. Cuando en el primer minuto del primer tema encontrás una realidad multidimensional que te atrapa, no queda otra chance que abandonar toda distracción y sumergirte a experimentar el embrujo hasta las últimas consecuencias. Te invito a acompañarme en la escucha de “NauMay”, de Juan Ibarra.

Juan es un excelente baterista. Quienes sentimos afinidad por el instrumento sabemos que un disco de baterista corre un riesgo claro: para empezar, que haya sonidos percutivos de más. Así que cuando le ponemos “play” por primera vez a un disco de batero, lo hacemos con ese temorcillo conocido. Lo genial sucede cuando el disco sí tiene una razón musical para existir y además es de un baterista. Esa para mí, y para varios seres que conozco, es la mejor combinación del mundo.

“NauMay” es un disco para escucharlo con dedicación, porque si se lo permites, te llevará por caminos emocionales múltiples y con varios niveles de profundidad.

Este viaje arranca con el tema “REM”. Es una aventura en sí misma observar las elecciones tomadas para el orden de los temas y que REM abra el disco es un indicador notable de qué tipo de experiencia te propone. Intentaré llevarte un poco por los caminos que yo anduve, a sabiendas de que solo podrás vivir algo parecido si lo haces sonar y resuelves escucharlo de verdad.

El primer contacto se establece a través de unos arpegios en el piano, a los que gradualmente se suman la batería y el saxo tenor. No sé qué te estarás imaginando, pero seguro que estás lejos de adivinar la magia de los primeros segundos. El sonido de estas primeras notas del piano te transmite una cierta inquietud, energía y decisión. Entra un plato expansivo que podría quizás invitarte a un ánimo exultado si no fuera porque enseguida ingresa el saxo, guiándote irremediablemente hacia un lugar íntimo y profundo. Entre los tres comienzan una danza cuidada pero vital, en la que Juan arpegia también y entra en el diálogo con las notas de sus toms, y se va generando un clima que contiene todas esos espacios: inquietud, curiosidad, vitalidad, intriga, profundidad y conversación. Entonces se van incorporando el contrabajo y la guitarra… y suenan los platos del hi-hat y es imposible no notar la belleza en ese sonido, al volumen perfecto. La aventura comienza, con sensibilidad y decisión. La técnica exquisita de Juan puesta al completo servicio de la música es algo que te impacta ya al primer minuto de disco, cuando apoya y estira unas frases de guitarra y saxo con unos “mini rulos” o rebotes en el redoblante. O sea, está claro que tiene en sus manos la posibilidad de extender tu éxtasis lo que a él se le antoje.

En este primer tema, a la altura de 1 minuto 20, comienza a darse algo que es bastante poco típico y me resultó atrapante: el bajo, el piano y los vientos pujan una base rítmica con insistencia y la batería es la que endulza y colorea, aportando capas y capas de significado con todo tipo de sutilezas musicales. Luego siguen una serie de solos, en los que se repite esta misma forma y cada vez con resultados emocionales diferentes: los instrumentos que no solean hacen una base muy rítmica y bastante enérgica y el solista si bien se destaca con soltura, siempre dialoga con creatividad con los demás instrumentos.

“REM” tiene un balance no tan común: por un lado, te coloca, ¡eureka!, en un lugar emocional de optimismo, por otro en un lugar intelectual nada frívolo, de interés y curiosidad. Su duración de 9 minutos no se sufre sino que se agradece.

Aunque cuesta soltar a “REM”, llega un momento en el que pasamos a “Angkor”. Este segundo tema empieza con una lógica muy similar: primero el piano, luego entra la batería… y una teme que la cosa se vuelva un poco aburrida. Sin embargo, a los 50 segundos sucede algo muy estimulante: una melodía muy llamativa, tocada por el saxo, que no cae en ningún lugar común, y que de base tiene una locura de batería, algo insólitamente mágico. Como una clase magistral de qué significa hacer música desde la bata. Y eso sigue sucediendo y multiplicándose durante el solo del saxo. Este solo es genial en todos los sentidos: un sonido espectacular, una intención llena de energía explosiva, pura certeza, que se siente fantástico. Y encima enmarcado de esa manera por la bata, el bajo, el piano… Es aquí que me detengo a observar la dupla bajo-batería. La comunicación entre ellos asombra, máxime a esa velocidad. “Qué demonios”, pienso, y justo cuando la emoción se sentía subir muchísimo, pasa un ángel y todo se detiene. Lo agradezco y pienso: “esta pausa fue un gesto muy amable, para poder saborear un poquito eso que acabo de escuchar”. Luego, tímidamente, se asoma la guitarra, muy dulce, muy cálida. Como si fuera un tren aumentando lentamente su velocidad, retoma un ritmo y un lugar vibratorio intenso, liderado por la guitarra y con toda una realidad mágica detrás, que va en aumento, incluyendo un saxo que dialoga con la guitarra y una batería, piano y bajo que entre sí generan un bosque encantado. Llega un solo de batería que combina a la perfección con el solo anterior de la guitarra: dulce, cálido y muy bello. Asombrada veo que dura 10 minutos y que no los noté. Sin duda eso quiere decir mucho.

La pista 3 se llama “Índigo”. La introducción se me hace un poco larga y con demasiadas notas pero luego entiendo que fue la mejor introducción para que yo disfrutara más de lo que sigue: un solo de contrabajo muy sentido, muy calmo, muy hermoso… que sin apremio te acaricia el corazón. Y termina el solo y vuelvo a escucharlo otra vez. Ahí noto el piano condimentando también con calma centrada y aportando unos agudos que hacen resaltar más los graves del bajo. Los platos de la batería aportan un brillo moderado sobre el final del solo. A lo que sigue lo asocio con la música de la película “Underground”, de Kusturica. No porque sea igual pero sí por el espíritu: una base muy ágil, con notas que evocan una alegría nada superficial, y una melodía que narra toda una historia de personajes y tiempos que se despliegan en mil capas. A ese momento eufórico sigue un solo de piano maduro, con el virtuosismo puesto al servicio del significado musical. Entonces el piano, desde su misión percutiva, hace una base enérgica y la batería vuela a gusto… y la oreja con ella. El tema termina calmo, amable, con una sencillez apacible.

La pista 4, que se llama “Océanos”, le aporta a lo que va del disco un matiz más introspectivo, con más espacios entre nota y nota. Me quedo pensando en el título del tema y siento que la composición es acerca de las profundidades de los océanos, donde llegan apenas unos pocos rayos de luz. Paradójicamente se me viene también la imagen de una chimenea encendida en una noche de invierno. Cada nota de este tema resuena con mi nostalgia y me envuelve de tal forma que en la primera escucha prefiero quedarme con la globalidad sonora, con la sensación de un abrazo envolvente.

Es al escucharlo por segunda vez que comienzo fascinándome con los matices de Juan con sus escobillas. El barrido es muy, muy dulce y los golpes son firmes y decididos. Esa capacidad para hacer convivir dos emociones diferentes y volcarlo a la música es, probablemente, uno de los generadores de las múltiples capas emocionales que se generan al escuchar NauMay. A la guitarra le agradezco con todo mi ser la elección de notas, pocas en cantidad y bellas en su cualidad, que luego empuja al saxo y al piano en la misma dirección. Me detengo en el contrabajo y me saco el sombrero de cómo Antonino Restuccia, con ese sonido tan fantástico, sostiene a lo largo de todo el disco esta máquina arrolladora. Con una sutileza que solo la música puede lograr, me encuentro en medio de un solo, impresionantemente hermoso, de Ignacio Labrada, con quien Juan Ibarra y la batería murmuran con delicadeza, apoyando y generando, otra vez, la multidimensionalidad. El sonido y las elecciones musicales de Juan en la batería son algo tan bello que por momentos dudo si resistiré una nota más. Hablo de esa fascinación extática que solo los grandes músicos logran en nosotros. Mencionar la hermosura de los platos en todo el disco, su sonido, cada colocación, cada aporte, es una obviedad que sería imperdonable no comentar.

“Pepper Blade” es la pista 5. Al empezar a escucharla me cae la ficha de que este es un disco con composiciones desafiantes: intimistas, elaboradas y maduras, con una paleta emocional maravillosa. Los temas no tienen nada de predecibles y a la vez da satisfacción ir acompañándolos. Los varios cambios de dirección, tanto en los temas como a lo largo del disco, tienen alguna cosa que no los hace violentos. Una va aquí y allá cómodamente, con alegría, algunos toques de intriga y pizcas de sorpresa. La conclusión a la que llego a esta altura del disco es que es una obra increíblemente elaborada, con un gusto musical majestuoso. Este disco no se merece quedar archivado en los cajones uruguayos, ¿eh? Porque si se queda acá, lo escuchamos ¿cuántos?… un puñado. Sí o sí hay que hacerlo llegar a lugares más poblados. “Pepper Blade” es hermosísimo y de nuevo me abre la imagen de múltiples capas de conocimiento, de emociones, de profundidad y diversión, alegría, introspección, etcétera. No dejes que yo te cuente este tema… escúchalo sin más, que me lo vas a agradecer. Hay una melodía por ahí que bien podría haber sido creada por un Herbie Hancock, de la que otro compositor podría haberse colgado y no soltar pero que Juan, dando cátedra de estabilidad emocional, la deja ser, meterse en uno por unos momentos breves, y sigue hacia caminos mucho más intrincados. Pero esa melodía no te suelta y sentís la imperiosa necesidad de volver. Este tema, con saxo y trompeta, es un estallido de belleza, digno también de ser tocado en formato big band. ¡Por momentos suena a big band en este formato!

Luego llega el primero de los únicos dos temas del disco que no fueron compuestos por Juan Ibarra: “Te abracé en la noche” (como sabemos, de Fernando Cabrera). Hacía un tiempo que no se me caían lágrimas escuchando un disco… me pasa más seguido en vivo. Me pudo la ternura y hondura de esta versión y encontré sublime la elaboración que conjuga una sencillez aparente, que es característica necesaria de esta canción, con toda una construcción sofisticada encima de la estructura. Al comienzo, la guitarra expresa con todo el arte del mundo la contradicción inherente a esta obra maestra, que nos desgarra y nos enamora al mismo tiempo. Después el saxo toma el lugar central pero con una gozadera de interacción con la batería, el bajo, el piano y la guitarra. El viaje continúa con una infinidad de elementos sutiles en los que el pecho se expande y contrae, dándole un sentido mayor a la experiencia de gozar gracias a los oídos.

“Nair” es una composición de Martín Ibarra. Escuchándola recordé las palabras de uno de mis dioses de la batería en una clínica que dio hace tiempo, en la que mencionó a Juan Ibarra como alguien que estaba llevando el candombe a otro nivel. Vaya que sí. Este tema me impresionó como una amalgama perfecta entre el jazz y el candombe y como una de esas composiciones que pasan a ser parte de la historia de la música. Lo que toca Juan en este tema es algo insólito, algo verdaderamente virtuoso y con un gusto exquisito, finísimo, extraordinario.

El último tema del disco se llama “Pataskala”. Lo escucho y re-escucho pensando que la próxima vez que vuelva a poner el disco voy a empezar por este tema, para poder dedicarle una atención más plena. Aquí me atrapan tanto la guitarra como el saxo y todo el interjuego del bajo, batería y piano pasando detrás de ellos. El final es impredecible, generando en una las ganas de volver a ponerle play, quizás al tema, quizás al disco todo.

Me detengo a notar que en todo el disco Juan no se salió ni en una sola nota de la zona de musicalidad plena. No hay una sola nota suya que no sea demandada por ese ente, de algún modo misterioso, llamado Música.

“Pataskala” ejemplifica en sí mismo una característica llamativa de “NauMay”: la convivencia perfecta de melodías bonitas y elaboradas y el ritmo atrapante y gozado.

Para terminar quiero compartir mi entusiasmo de que este disco tenga la particularidad de tener un ánimo festivo y a la vez hondo, intenso, penetrante.

Para terminar quiero avisarte que este disco es esencial y que no será de los que escuches una vez, ni dos, ni tres.

Para terminar quiero aseverar, convencida y exaltada, que este será un disco escuchado por muchas generaciones.

Para terminar quiero expresar que este disco me hechizó como pocos.

Comparto para que puedas escuchar y comprar:

https://www.juanibarramusic.com

http://juanibarra.bandcamp.com/album/naumay

 

Juan Ibarra Quinteto está formado por:

Antonino Restuccia – Contrabajo

Ignacio Labrada – Piano

Martín Ibarra – Guitarra

Gonzalo Levin – Saxos tenor, soprano y alto

Juan Ibarra – Batería

 

Invitados:

Benjamín Barreiro – Saxo tenor en temas 1 y 5

Federico Lazzarini – Trompeta en 1 y 5

 

Grabado por Gastón Ackermann en Mastodonte, los días 2 y 3 de diciembre de 2017.

Mezclado por G. Ackermann y J. Ibarra.

Masterizado por Dave Darlington en Bass Hit Studios, New York.

El tema Angkor obtuvo el primer puesto en los Premios Nacionales de Música, convocatoria 2017, séptima edición, categoría jazz.

Foto y diseño del disco: Marcos Mezzottoni.

Producido por Juan Ibarra.

Mimos para el alma: Carmen Pi

Foto: Fati Velazco

Foto: Fati Velazco

 

Hay músicas montevideanas que funcionan como cables al cielo. Son esenciales para mantenerse conectado al universo, para no caer en la trampa de creernos que lo que vemos es lo que es, o que los días tienen sentido por cualquiera de las tareas —en definitiva nimias— que nos tocan hacer. Cerebro y corazón a veces se despistan uno de otro y lo mejor del mundo para alinearlos es un toque musical que a uno le colme de felicidad. La alineación es inmediata y el efecto dura por horas y horas.

Tengo un listadito de “píldoras musicales montevideanas para el alma” y Carmen Pi está entre mis “top 4”. Cuatro músicos uruguayos a los que no podría rankear entre sí. Están allá arriba en el ranking de mi alma. Bendigo su existencia.

Carmen Pi suele presentar sus canciones en diferentes formatos. La he visto a dúo, a trío, con una banda enorme y un coro fantástico. Anoche me tocó verla y escucharla por primera vez en formato cuarteto, con un grupo de músicos hermosos: Nacho Imbellone en guitarra, Gerardo Alonso en bajo y Juan Ibarra en batería. Eso sucedió en El Tartamudo, un lugar que está teniendo una gran oferta musical, que además de ser amplia, es buenísima para mi gusto.

Carmen hizo un recorrido por los temas de sus dos discos: Puntos Cardinales y  Jardín Carmín y también nos regaló algunos temas inéditos.

Hasta acá venimos bien, digamos. Una descripción razonable… “periodísticamente” hablando. Les aviso que lo que viene ahora no es tan razonable. Siempre pueden parar de leer aquí mismo. Pero aquí es donde yo empiezo a revivir y divertirme, así que.

La última vez que había visto a Carmen había sido desde la primera mesa, justito en frente a ella. Me fui de aquel toque sintiendo que ella me había cantado solo a mí. Anoche me tocó sentarme en el punto más lejano al escenario, desde donde tenía una perspectiva perfecta del local lleno de gente y toda la banda. Me fui pensando que habría que poder ver todos los toques desde ambas perspectivas.

Comenzó con “Blue Cadillac”: solo Carmen con Juan. Este es uno de los inéditos y es impresionantemente bello. Carmen tiene una versatilidad estilística impresionante y con Blue Cadillac muestra una de sus tantas aristas mágicas. Ahí nos colocó donde nos quería tener y a partir de ahí nos configuró y desconfiguró a su antojo. Fueron pasando las canciones y tuvimos que parar de respirar, amar con locura, lagrimear (¡tengo que recordar no maquillarme la próxima vez!), creernos coristas por un ratito y reírnos con ganas.

Me detengo un instante en Juan en la batería. El mismísimo Juan Ibarra. Juan no es un baterista más de la ciudad. Yo imagino que todos ya lo saben, pero por si hay cualquier ser humano por ahí que todavía no lo tiene claro: si ven que toca Juan, no se lo pierdan. Tiene una musicalidad encima que emociona, rotundamente. Y le mete a todo el toque un ingrediente… que yo llamaría “amor optimista”. Los bateristas hacen música dando golpes, pero los golpes que da él son golpes amorosos. Lo juro. Es como si cada vez que desciende uno de sus palos, escobillas, hot rods y demás sobre un plato o sobre un parche, fuera más un mimo que un golpe. Aunque sea a volumen alto, ¿eh? Igual es con amor. Y eso para acompañar a Carmen, que es “música y amor” personificada, es algo que clarísimamente está arreglado desde el cielo.

El segundo tema fue “Canción Madre”, que es una canción en la que ella se pasea por notas que van desde los bastante graves a los grandes agudos con una comodidad insólita y todo se siente naturalísimo.

Cuando empiezan las notas de “Buen Día” a mí se me ajusta la existencia.  La dulzura hecha canción y la canción hecha dulzura. Y morí especialmente con la dulzura de Juan acompañando esta belleza. Aquí es cuando no tengo más remedio que parar y decirles GRACIAS. La vida es más fácil con músicos como ustedes.

El hit “Dance” no podía faltar y nos distrajo un poquito de la introspección. Pero no era más que una artimaña estratégica. Je.

“A Don Prudencio Navarro” es la canción por la que no puedo maquillarme más. Cuando la oigo es tan brutal la conexión que siento con la tristeza de las despedidas. Para mejor Carmen la canta con un grado de ternura, amor, ¡hasta toques de alegría! y acompañándose tan divinamente con esa guitarra que suena como los dioses… A mí me descalabra, y de manera muy extraña me conecta con ese hombre al que no conocí pero de quien escuché muchos cuentos a través de seres que quise mucho y que hoy ya no están cerca de mí.

Carmen se pasa toda la noche de la guitarra al piano, del piano a la guitarra, y así. Y, pffff, es hermoso ver cómo se acompaña con ambos instrumentos. “Esta vidalita” fue en el piano y es otra canción que si te agarra medio floja, te tambalea el corazón.

Nos pasamos la vida haciendo de cuenta que las emociones son controlables. Pero entonces vas al Tartamudo, te sentás a ver a Carmen, y ta, sin escape, te conectás con todas y cada una de tus alegrías, tristezas, pasiones, miedos, amores, etc. Ni te cuento con “Si supiera” de Galemire. Es algo muy enorme ese tema en sí y la versión de Carmen, con guitarra y batería. Lamentablemente este todavía tampoco está grabado y es imperioso que lo esté, porque dan muchas ganas de escucharlo en loop. Ojalá lo grabe pronto, junto con Blue Cadillac.

Luego cantó un tema de Jaime Roos, que se llama “Una vez más”. Yo particularmente no le había encontrado hasta el momento el punto a esta canción. Es como que no me llega. Y no me alegra que no me llegue, porque es probable que si no me llega es porque yo no estoy suficientemente conectada con la emoción concreta que esta canción transmite… y eso no está bueno de mi parte. Anoche le puse más empeño que nunca a recibir sus notas y con lo único que pude quedarme, pero que no fue poco, fue la belleza infinita que transmitieron las notas tocadas al unísono por Gerardo en el bajo y Nacho en la guitarra. Ya me llegará esta canción por otro lado algún día, pero anoche esos unísonos me hicieron vibrar de manera muy especial.

¿Viste cuando admirás de acá a la luna a alguien? ¿Viste cuando estás extasiado mirando un show? Imaginate que en ese momento el objeto de tu admiración dice algo así como: “Este tema se lo quiero dedicar a una amiga…” y ahí suena tu nombre. Ahh. El tema que me dedicó este ser de luz es una versión de “Can’t Buy Me Love” que me da taquicardia de tanta admiración. Versionar a The Beatles ya no es sencillo, pero ¿hacerlo en clave de jazz? ¿A vos te parece que eso es de seres terrenales? Mmm, en Uruguay no tenemos “crop circles” hechos por platillos voladores pero tenemos a Carmen Pi versionando este tema como lo hace. Todo me emociona de esta versión. El piano de Carmen! El solo bestial de bajo de Gerardo!! Seguido de un solo pre-cio-so de Nacho en la guitarra!!! ¡El sonido de la guitarra en este tema fue algo brutal! Me encantó todo. Magia. Magia pura. Ídolos.

Como si nuestros corazones fueran invencibles, lo que siguió fue algo que al menos a mí me desborda de alegría: la unión de dos mundos que amo por completo, con ingredientes especiales. “Bring on the Night”, de Sting, en versión candombe. Sting en la voz de Carmen es algo muy, muy bello. Juan candombeando en la batería con sus hot rods, con el volumen exacto para no interferir con la voz pero lo suficientemente alto para que a una le dieran muchas ganas de pararse y bailar, y Gerardo y Nacho tocando bellísimo, bellísimo. La reflexión es: tenemos que traer a Sting a Uruguay. Lo que le falta a ese muchachito es conocer el candombe y componer en este ritmo por un rato. Hay que decírselo lo más pronto posible.

Haciendo gala de su comodidad musical, luego Carmen cantó “Angel Eyes”. Anoche ella venía saliendo de un resfrío y fue bien interesante escuchar su voz un poco transformadita.

Las letras de las composiciones de esta mujer son hermosas. Fluyen tan cómodas como sus agudos increíbles y cuentan historias con un contenido, con el que es fácil identificarse. Flor en 6/8 anoche me convenció tanto que aunque hice un esfuerzo no pude acordarme de Flor en 4/4 (que antes me gustaba más). Lo que sigue sonando hasta ahora, quince horas después, y dirán que estoy loca, es el HH abierto de Juan en esta canción. Una belleza absoluta ese sonido. Gracias, Juan.

“No tiene nada que ver conmigo”, dijo Carmen al presentar “Carmín”. Y ahí se cantó con la misma belleza y dulzura con la que canta Buen Día. Me viene el recuerdo de un ejemplo que ponía Wayne Dyer en sus conferencias: Si exprimes una naranja, ¿qué sale? Jugo de naranja. Y ¿por qué no sale jugo de zanahoria o de cualquier otra cosa? Porque lo que tiene adentro es jugo de naranja. O sea, no puede salir de uno lo que uno no es. Esta mujer obviamente es ternura y belleza. Y nosotros tenemos la suerte de tenerla tan cerca.

“Doctor” es un tema con inspiración brasileña, fresco, bonito, que se siente bien. Se nota que Gerardo Alonso lo disfruta a pata suelta y ese goce de él es contagioso. Sonó especialmente bello el bajo en este tema a ritmo de samba. Y Juan Ibarra se mandó un acompañamiento divinísimo con la mano izquierda (sin palo). El sonido de la guitarra de Nacho tiene una cuestión archi interesante, que lamento no tener mejores palabras para describir… es que hay cosas que no se explican, hay que escucharlas y dejarlas que se manden para adentro sin filtros.

Ahí pasamos a viajar por la luna: “Aire lunar”. Me quedé con lo siguiente como hitos: la combinación de la voz de Carmen con las notas en la guitarra… unísonos hermosísimos. Los agudos que otra vez me impactaron. Y una última nota imaginaria, que nadie tocó ni cantó, pero que Carmen marcó con su dedo en el aire, y que fue la nota que más presencia tuvo de todo el tema. ¿Suena muy loco, esto? Y bueno, quienes estuvieron saben que no miento.

Y ahí llegó, así, como agazapadito, “Puntos Cardinales”. Es uno de mis temas favoritos en la vida. Si Carmen fuera norteamericana, este tema estaría entre los más escuchados, sin lugar a duda. Acá ni lo pasan en la radio seguramente [digo “seguramente” porque no escucho radio jamás, así que me encantaría equivocarme]. El bombo y el tambor de Juan: ahh. Su toque con el “pompón”: ahh. Su palo en el aro: ahh. El acompañamiento de este tema grandioso de Juan en la bata fue increíblemente creativo. Y lo insólito fue ver la cara de Juan al final del tema, como pensando: “mmm, no sé…”. Come on, Juan! La des-co-sis-te.

“Pasos semifusos” se anda peleando adentro mío con “Puntos Cardinales” en cuanto al favoritismo. La versión de anoche fue buenaza. En esta canción Gerardo hizo un coro con una segunda letra que fue impresionantemente bueno.  Nacho tocó algo divinísimo en la guitarra, con una fuerza rockera que impulsaba a saltar de la silla (pero ta… lamentablemente estamos todos muy domesticados). Morí con esa guitarra. Y el ritmo de la bata era en seis pero con una impronta absoluta de rock and roll. Algo mágico, algo muy polentoso, muy atrapante. ¡Quiero escucharlo de nuevo, por favor!

Y ahí, cuando el corazón estaba en jirones, aparece ese tema del cual estoy absolutamente enamorada: “Completely Wasted”. No falla, cada vez que escucho a Carmen tocándolo, pienso: “Se impone un disco todo de rock hecho por ella”. En esta canción pasa algo rarísimo y transportador a otra dimensión: existen notas fantasmas. Si uno anota las notas que se tocan, juro que son un cincuenta porciento de las que uno percibe en el cuerpo. No entiendo cómo es que sucede eso pero juro que pasa y pasa. ¡Me siento el pájaro de Lenine que escuchaba notas antes de que sonaran! Qué sé yo… es raro, pero hace un efecto que… pffff, mi dios… es algo muy fuerte y ¡muy adictivo! Este tema en particular me transporta a una reunión que sucedió hace flojo 25-30 años, en la que había gente muy conectada con la vida, y las charlas eran fascinantes… iban de filosofía a literatura, a dioses, a cuestiones místicas y terminamos meditando. Cuál será la conexión emocional entre esas notas que suenan pero no y aquella reunión es un enorme misterio para mí… por ahora. Un detallito de este tema que me puede es la voz cargada de desgarro en un momento y el pasaje inmediato a una dulzura increíble en el piano y en la voz. Entre su compositor (Dany López) y Carmen que la versionó han creado una maravilla musical.

Terminó el show con “Cafet et Chocolat”, dos elementos que me habrían venido muy bien para acompañar la escritura de esta crónica pero que, sin embargo, no tuve a mano.

Hubo dos bises: “Petit Nounours” (en el que me reí a carcajadas por cosas que no quiero contar pero que fueron un deleite) y “Por Ejemplo”.

Ya termino. Solo déjenme contarles un detalle más. Cuando empecé a escribir este relato me dije: “esta vez, breve, Patricia”. Ja. Creo que no me salió mucho la brevedad.

Gracias a los cuatro seres que generaron esta magia anoche. Me hicieron viajar y viajar y viajar. Hacia adentro, hacia el cielo, hacia el pasado y el futuro. Gracias.

 

Foto: Fati Velazco

 

Esta crónica también fue publicada en COOLTIVARTE.