Mateo x 6, o por siete

Hay conciertos que despiertan toda la verborragia y hay otros que te dejan tartamudeando impresiones fuertes.

Mi primer resumen de lo vivido es así:

  • Respetuoso, cuidado, elegante, solemne.
  • Maduro y humilde.
  • Natural y orgánico.
  • Dulce, sentido, cómodo.

En la celebración de los 25 años de Mateo x 6, en el Auditorio Nacional del Sodre, el martes 29 de mayo de 2018, la esencia de Eduardo Mateo estuvo presente en el escenario, y de a ratos también sentado entre las butacas, seguramente agradecido, admirado y emocionado por la dedicación, los arreglos hermosos y la fidelidad, musical y humana.

Hay teorías que dicen que el tiempo no es lineal como creemos, sino circular. Que pasado, presente y futuro conviven simultáneamente y que solo es nuestra percepción la que es lineal. Buda, por su lado, dijo que lo que alguna vez existió no puede dejar de existir, sino que pasa a formar parte del todo. Que no lo podamos percibir es apenas un tema de limitaciones. En las dos horas del concierto, sin embargo, las capacidades humanas se expandieron y fue muy evidente la convivencia en tiempo-espacio de Mateo, estos seis músicos y el público.

Hace mucho tiempo que entro a los conciertos como a un templo pero no hace tanto que comprendí por qué. La conexión que les sucede a algunos músicos con su propio espíritu tiene un efecto bellísimo y poderoso sobre los que escuchamos. Se da esa comunicación entre lo terrenal y divino en el músico, entre todos ellos, y en nosotros que estamos resonando. En Mateo x 6 pasó todo eso y además estuvo presente esa conexión con este ser tan excepcional llamado Eduardo Mateo, que para este país significa nada más ni nada menos que una de nuestras identidades musicales.

Como sabemos, Mateo x 6 son:

Ney Peraza – guitarra y voz

Alberto “Mandrake” Wolf – guitarra y voz

Jorge Schellemberg – guitarra y voz

Popo Romano – bajo, guitarra y voz

Edú “Pitufo” Lombardo – percusión, guitarra y voz

Martín Ibarburu – batería

Todo el toque fue un placer, con un sinfín de detalles especiales. Compartiré algunos, pero sepan que hubo muchos más.

La noche abrió con “Canción para Renacer”. Me enamoró por completo la dulzura de la voz de Mandrake. Él suele usar una postura más rebeldona, que también tiene su atractivo, pero anoche lo sentí diferente, más cercano que nunca, esparciendo abundante amor y tocando desde un lugar de enorme respeto y cariño.

En esta primera canción, Pitufo generaba el sentimiento de anclaje a la Tierra y Martín aportaba el aire. Eso para mí fue llamativo, porque esos roles suelen estar al revés, y sentí cómo el efecto celular de esa combinación particular fue novedoso y muy agradable.

Las últimas notas de esta primera canción fueron del bajo. Pero no hay caso; el público no ha aprendido a darle el lugar al bajo. Ese final tan sentido se perdió entre un aplauso efusivo que yo hubiese querido “mutear” por unos segundos. Permítanme decirles que el mejor aplauso, siempre, siempre, es el que se ofrece esperando que se haya extinguido la última nota.

Las tres guitarras tocando juntas tienen un efecto muy expansivo, de plenitud en todo sentido. Asombran la cantidad de arreglos diferentes. La alternancia de acordes entre unos y otros, la rotación del protagonismo melódico, el manejo genial de los volúmenes y la habilidad increíble para que, entre tantas, no haya una sola nota redundante.

También me llamó muchísimo la atención, durante todo el toque, que cada uno de los seis se puso al hombro por igual la responsabilidad rítmica y melódica de la banda. El resultado fue algo exquisito, que desde la dulzura y cariños extremos, con volúmenes muy medidos y cuidadosos, resulta con un nivel de fuerza y poder de aplanadora. Fue muy bueno vivir en la piel esa aparente contradicción entre algo delicado y suave que a la vez te atraviesa y desarma.

Otro punto a destacar es cómo podían cantar hasta cuatro, y a veces cinco, voces a la vez con la mejor regulación de los volúmenes, la coordinación perfecta de tiempos, el fraseo, la intención, la proyección, absolutamente todo amalgamado. El rol del sonidista evidentemente también estuvo muy bien desempeñado por Daniel Canoura.

Hubo temas como “Lalá” en el que la excelencia musical de todos se pudo apreciar multiplicada: la voz de Jorge, que me llega tan profundo, con esa mezcla de graves y agudos tan especial, que se siente como “estar en casa”. Hacía tiempo que no lo escuchaba y el rencuentro con su voz fue hermoso. Noté que la siento parte de mi historia. Me emocionó especialmente cuando cantó al unísono con la guitarra de Popo y en otros momentos con el bajo… en esas combinaciones sucedía gran magia. También siento que a través de Jorge el candombe es, sin vueltas, feliz.

El aporte de Popo fue de alquilar balcones. Principalmente tocó el bajo pero también la guitarra en varios momentos. Con ambos instrumentos aportó esa dulzura sensible que evidentemente era parte de Mateo también. Su base rítmica hecha principalmente de melodía me conmovió muchísimo. Y la combinación musical de esa melodía rítmica con las guitarras y la percusión para mí fue una obra maestra en sí misma.

Hablando de ritmo, el manejo rítmico de Ney Peraza en la guitarra es atrapante. El despliegue creativo de esa mano derecha… ¡no hay palabras que puedan describirlo! Y siempre por dentro de la música y en consonancia perfecta con los demás instrumentos, dialogando con guitarras, voces, bajo, percusión y batería. Las canciones cantadas por él también se sintieron muy especialmente emotivas. Me animo a aventurar que en esos momentos, como en “Voz de Diamantes” o en “El Tartamudo”, Mateo estaba parado a su lado, quizás pasándole un brazo por el hombro. Su canto llegó derecho al corazón, sorteando a la mente, al ego, y a todo lo que pudiera interponerse.

Mandrake, Pitufo y Martín le pusieron a buena parte del toque un ingrediente más liviano, que podríamos decir de diversión.

En “Espíritu Burlón” Mandrake nos regaló toda su genialidad expresiva e histrionismo fascinante. A Popo le agradecimos los slaps maravillosos. Martín tocó un patrón candombero de los suyos con perfecta consistencia y una homogeneidad insólita durante todo el tema. Aquí todo se multiplicó: el ritmo, las capas de voces, la intensidad… y las ganas de bailar.

Pitufo lleva la música puesta en su cuerpo y tanto con la guitarra como cantando, o con la percusión, es un manantial de ideas no predecibles y riquísimas, que a mí me llegan como una combinación de alegría de estar vivo y gran diversión por un lado y por otro, la inmensa seriedad y responsabilidad musical. O sea, la receta perfecta para un show profesional y creativo. Nos cautivó con su versión unipersonal y archiexpresiva de “Los Yuyitos”.

Uno de los hitos de la noche para mí fue “La Mama Vieja” a percusión y bajo únicamente. Por contar apenas un detalle, cualquier otro percusionista habría abusado del crash, ya que era el sonido más agudo de su set y el que más resaltaba junto al bajo. Pitufo lo administró a la perfección. Creo que lo tocó en cuatro momentos apenas. Fue una mama vieja tan candombera como rockera y maravillosa. Y déjenme contarles algo que sé que será difícil imaginar sin haberlo escuchado ahí: tanto uno como el otro dio cátedra de cómo manejar los silencios para lograr la emoción más profunda.

Martín es Martín… si él toca la batería, el show es excelente, conmovedor y con un nivel aumentado. Porque la música lo atraviesa como la estela de una varita mágica y él tiene siempre ese detalle sonoro que marca la diferencia. Que su llevada con la mano derecha en la chancha, o sus grooves “martinísticos”, candomberos, con un toque rockero por aquí, popero por allá, el detalle disco, y el otro folclórico. Y una auténtica maestría, aquí compartida con Pitufo, en la convivencia sonora, respetuosa y significativa, entre la bata y la percusión. Debe de ser el único baterista uruguayo, y quizás de un área mucho mayor del planeta, que no se equivoca y que jamás se emociona metiendo un palo de más… ni de menos. Mi eterna reverencia ante su maestría musical que a mi gusto en este toque llegó a su cúspide con ese tema que tocaron chiquito, chiquito… terminando casi en susurro y que solo un master de ese instrumento puede lograr de esa manera.

Es seguro que estoy olvidando algún detalle memorable pero como mencioné antes, este toque me entró directo a un espacio sensorial no tan conectado con la mente y sí mucho con el corazón.

Ah, sí, quería contarles también que los seis cerraron el concierto con “Cuerpo y Alma”, ese mantra que te agarra y no te suelta, y trabaja en ti mientras se sigue repitiendo muchas horas después de terminado el concierto.

Reseña escrita por Patricia para COOLTIVARTE, donde también pueden ver las fotos sacadas por Ivonne Morales.