Stick Men

Tony Levin: Bajo
Markus Reuter: Guitarra
Pat Mastelotto: Batería

¿Cómo hacés para que un montón de gente se ponga en la misma frecuencia en cuestión de segundos? Quizás la única manera sea con un sonido particular. La guitarra distorsionada y disonante, a cargo de Reuter, nos alineó (¿o desalineó?) para que estuviésemos todos parados en el lugar donde nos querían tener para el resto del toque. Lo demás fue una sucesión de sorpresas sonoras: sonidos originales y extraños, combinados de manera inesperada. El pensamiento que más se me venía mientras veía el show era: “Esta música es diferente a cualquier otra que se oiga en el ámbito montevideano”. Y eso fue lo que más me gustó: la oportunidad de oír algo original.

Las primeras palabras de Tony Levin fueron:

“Es muy bueno estar aquí otra vez. Esta noche voy a tratar de hablar en español. Esta composición es de King Crimson y se llama Vrooom, Vrooom”.

Un gesto simpático, por cierto, que terminó siendo significativo para el vínculo entre la banda y el público. A los uruguayos nos gusta que los extranjeros hagan lo posible por hablar nuestro idioma, y no nos molesta ni un poco que no lo hagan perfecto.

“Nos gusta improvisar y es importante que cada show ‘be’ único, ‘so’ esta es una improvisación”, dijo más adelante.

Pero la improvisación de Stick Men (al igual que la de King Crimson, y la de por ej.,  Weather Report) no es una improvisación como podemos escuchar en el jazz, donde cada instrumento tiene su momento de improvisación individual. Es una creación conjunta permanente, donde cada uno va creando a la misma vez que los otros. Si bien es justamente la intención de los músicos y de la propuesta musical, yo me quedé con unas ganas tremendas de escuchar al Chapman Stick solo. Hubo apenas unos escasísimos compases en un par de temas y el sonido me resultó atrapante. Bueno, en verdad cómo suena el Chapman Stick “en sí” para mí sigue siendo un misterio, porque Tony Levin tenía muchos pedales (yo conté 7), así que quién sabe. Pero los sonidos aislados que se oyeron por esos segundos fueron impresionantes y me quedé con ganas de más.

Tony Levin cuenta en entrevistas que busca sonidos diferentes. Pues lo logra y cómo. El comentario generalizado entre el público era “qué dementes”. A mí me pareció que el toque más demente fue el de la guitarra. Hubo unos poquísimos momentos donde la guitarra fue más melódica y menos distorsionada y fueron los que yo disfruté más. Los gustos personales gustos son, y qué le voy a hacer… no me gustan tanto los sonidos estridentes. Bajándole un poco el volumen a la guitarra y a la batería y subiéndole un poco el volumen al Chapman Stick, el nivel de demencia habría sido menor.

Pat Mastelotto, compañero de andanzas King Crimsonianas de Levin, se montó tremendo kiosco. De esa caja de pandora emergieron todo tipo de sonidos. Lo primero que me llamó la atención fue la afinación de la batería acústica: grave y seca (y no solo la afinación, los golpes son secos también). Los platos: increíblemente brillantes, contrastantes con la esa afinación grave. Después, de sus pads y aparatejos electrónicos surgieron desde gongs hasta taladros, y muchas grabaciones de sí mismo sobre las cuales tocaba. Me pregunto cómo esas muñecas resisten: todo el toque a fuerza de muñeca y a mí me dio la impresión de que no se ayudó de ningún rebote, inclusive frenaba cada rebote, para luego subir los palos casi a 90º antes de bajarlos para otro toque con toda decisión y fuerza. El despliegue de métricas al comienzo del show fue muy entretenido. La improvisación incluyó cambios de métricas en algunos temas, con total naturalidad y comodidad para los tres. Chapeau. Ahora: nada de sombrero para una cosa en particular: Tocó los platos con un arco… ayyyy, todavía estoy buscando a mis oídos. A cambio, los unísonos de bata (por ejemplo en dos chanchas) y los unísonos de la bata con los otros instrumentos fueron un deleite y cada final de tema también (el de Satori in Tangier fue brutal).

Hacía mucho tiempo que no escuchaba tanta nota junta y tanta variedad de sonidos en un solo concierto (y de a ratos en un solo tema). La mayoría de los temas que tocaron anoche eran de King Crimson. [Qué risa anoche recordar cómo cuando era gurisa luchaba para oír el bajo en los discos de King Crimson… y no tenía mucho éxito, obvio].

Tony Levin y su stick se ven como una unidad inseparable. Es bonito de observar. Si bien en un momento se quejó de que no lograba ver las cuerdas con las “flashing lights” (por suerte el iluminador lo comprendió perfecto y de ahí en más tuvo las luces fijas), él y su instrumento fluían con total comodidad. Se nota que le permite hacer muchas cosas diferentes: además de la variedad enorme de sonidos, seguramente ampliada por esos pedales, la ejecución en sí parece darle muchas opciones. Hubo momentos en que parecía que estaba tocando un teclado, con ambas manos haciendo melodías diferentes, e incluso cruzándose en el desplazamiento. En otros lo tocaba como si fuera un bajo (slapping y todo) y en otros como una guitarra. Los unísonos con la guitarra también fueron especialmente disfrutables. Y absolutamente todo el toque, de principio a fin, fue un toque rítmico por excelencia. La impronta de quien “está tocando bajo desde que la tierra se estaba enfriando” (como dijo en una entrevista) es clarísima en Stick Men.

El show terminó con el cuarto movimiento del Pájaro de Fuego (de Igor Stravinski). A mi lado alguien estaba muy sorprendido… pero no es tan sorprendente si se tiene en cuenta que Tony Levin arrancó estudiando contrabajo y tocó en una filarmónica y que hasta el día de hoy escucha mucha clásica. Ahora bien: no sorprende la elección pero sí el resultado creativo de esa elección y ejecución. A este respecto, en vez de palabras, mejor les dejo esto:

Un toque realmente diferente.