Nico Ibarburu juntando dos universos musicales

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Dentro del ciclo “Encuentros con el Jazz 2017, Made in Uruguay”, organizado por Jazz Tour, el 31 de octubre se presentó Nicolás Ibarburu en la Sala Zavala Muniz del Teatro Solís.

 

Lo acompañaron:

Juan Pablo Di Leone (flauta, armónica y voces)

Manuel Contrera (teclado y voces)

Hernán Peyrou (teclado, acordeón y voces)

Valentín Ibarburu (voz)

Fernando “Pomo” Vera (bajo eléctrico y voces)

Federico Blois (percusión)

Martín Ibarburu (batería)

 

Este toque estuvo principalmente habitado por las canciones del segundo disco solista de Nicolás, “Casa Rodante”, al cual no le encontré la fecha en la tapa pero que creo que salió editado a fines de 2016, pues tuve la suerte de recibirlo de regalo de cumpleaños, el último diciembre. También hubo unos poquitos temas instrumentales, del disco Ultramarino (discazo del Trío Ibarburu).

Lo viví como una experiencia nueva, en esta querida Montevideo que nunca nos dejará de sorprender con su manantial permanente de creatividad musical. Lo nuevo para mí fue percibir, por primera vez con esa evidencia, que estaba teniendo lugar la expresión de una necesidad interna muy profunda, a la que casi se la podía ver burbujeando y desbordando. Muchas veces durante el toque sentí una gran admiración por el gesto de honestidad creativa de Nico. Un músico que ha llegado quizás a la cima, o muy cerca, de lo que se puede llegar en la ejecución de su instrumento, se corre a un lugar completamente nuevo, de cancionista, y no siendo cantante se entrega en cuerpo y alma a llevar a cabo la expresión de lo que le pide ser expresado. Fue impresionante ser testigo de eso y me alegro muchísimo de haberlo vivido.

En cuanto a las canciones, son evidentemente canciones de un gran músico. Cada elemento sonoro colocado “en el ángulo”, con un cuidado impecable, con matices (de volumen y dinámicas) profesionales y con una preciosa combinación de timbres. El sonido más agudo y dulce fue el de la flauta; el timbre más grave de la guitarra me resultó muy, muy agradable; la combinación de ambos, un deleite. Y así cada combinación de los instrumentos. A su vez me sorprendió bastante que siendo canciones de un músico tan virtuoso, acompañado a su vez de más músicos virtuosos, no abusó en ninguna medida de esas cualidades y no hubo notas que las canciones no necesitaran.

Ustedes dirán que lo que les comentaré ahora suele suceder, pero algo lo destacó para mí en este toque. Me impresionó observar la capacidad de todos los músicos de saltar de un mundo emocional a otro al pasar de tema a tema. Por ejemplo, al tocar los dos bises, primero Juan Pablo Di Leone y Nicolás hicieron un tema a dúo, increíblemente introspectivo y dulce, e inmediatamente después estaban sumergidos en un mundo de ánimo completamente diferente, exultante, con todo el septeto. Los grandes músicos tienen una capacidad admirable de habitar el presente.

Cada uno tuvo sus oportunidades de lucirse, con solos, y ese alternar entre momentos típicos de canción con momentos típicos de música instrumental resultó novedoso y muy bueno.

Juan Pablo Di Leone volvió a poner su impronta de dulzura y creatividad tanto con la flauta como con la armónica. Es impactante cómo domina la armónica, ese instrumento que a primera vista parecería que no ofrece tantas posibilidades pero él lo “hace de goma”. Y con la flauta es un viaje las maravillas sonoras que construye y que generan grandes emociones en quienes estamos escuchando. Además se lo siente muy feliz cuando toca con Nico y eso se contagia.

Los momentos de protagonismo de Fede Blois y Martín Ibarburu fueron para mí hitos de la noche. Se complementaron de manera grandiosa, embelleciendo toda la música con gran calidad y sabiduría, con una naturalidad y calma admirables, y no cayendo en ningún exceso adrenalínico que pudiera resultar infiel al espíritu general del concierto. Por ejemplo Fede soleaba y Martín le “conversaba” con la batería, sin invadirlo pero complementando divino. (Martín en “modo canción” es una caricia al alma). Pomo Vera en el bajo tiene un tempo tremendamente preciso y toca unos fraseos y unos grooves impecables, con un tempo de roca. La verdad que con esa base rítmica, de selección, seguramente se facilita que el todo sea memorable.

Hernán Peyrou fue alternando entre el teclado, la voz y el acordeón y desde todos esos espacios aportó un ingrediente hermoso de alegría y musicalidad. Fueron muy especialmente disfrutables dos de sus solos: uno en diálogo con Di Leone en el tema “Vendaval” y otro en el tema “Sham Time” de Eddie Harris.

En este concierto me di cuenta de que me estoy acostumbrando a la originalidad de Manuel Contrera y que me empieza a resultar familiar. Pero hay que tener cuidado con eso, porque si bien nos acostumbramos muy fácilmente a lo bueno, no sería aconsejable perder de vista que se trata de un tecladista muy personal y con un gusto exquisito, que le está dando a la música de estos lares un sello muy marcado de calidad.

En esta noche hubo una participación muy especial: Valentín Ibarburu. Para quienes estuvimos ahí ya no tenemos duda alguna de que se trata de un gran músico. Con sus 10 añitos, cantó e hizo tremendas voces con una hermosa afinación, con una voz divinamente cristalina y con una concentración que muchos músicos no logran en años y años de carrera. Para mejor, con tremenda soltura, divirtiéndose y visiblemente sintiendo la música con todo su cuerpo. Les recomiendo que vayan preparándose para escuchar los futuros discos de Valentín. Un capo.

Es imposible en una reseña contarles cada momento de maravilla que se da en todas las combinaciones posibles entre los músicos. Uno que recuerdo especialmente fue a Manuel Contrera con la batería y la percusión, creo que en “Sham Time”. Otro, cuando la mayoría de los músicos cantaba la letra de la canción “Mapa Tesoro” y no en el micrófono. Me pareció muy simbólico eso de que les naciera cantarla al tocarla. Otro momento: la intro instrumental del tema “Amainará” (del CD “Anfibio”)… una polenta impresionante.

Al detenerme en las letras me impacta la presencia insistente de la naturaleza: el mar, la noche, las estrellas, las dunas, las semillas, la lluvia. También está presente el tiempo, los pensamientos y el amor. En realidad, si lo pienso, en todas las letras se siente gran amor. Son letras sentidas… tan simple y tan bello como eso.

Si me pregunto si me gusta cómo canta Nico la respuesta honesta es que todavía no demasiado. Qué pasa: en los momentos netamente instrumentales a Nico le baja un ángel muy salado, todo su ser se conecta con un canal cielo-tierra y una es succionada en ese espiral mágico. Cuando arranca a cantar hay un cambio de modo, digamos. El viaje pasa a ser mucho más introspectivo, mántrico y me impresionó a mí como muy privado. Sin embargo las canciones son muy hermosas y esa combinación de ni una nota de más con su genialidad musical es algo tremendamente gozado. También es un honor poder presenciar esa expresión de lo que necesita ser expresado. Es algo que no quisiera que se detuviera por nada del mundo. No tengo dudas de que cuando salga su próximo disco querré escucharlo y que iré cuando lo presente. Tampoco tengo dudas de que es solo cuestión de tiempo para que su canto me dé vuelta como a una media. Lo que no sé es si será porque yo aprenderé a meterme mejor en su canto o porque él se acercará más con su voz a ese canal que se abre cuando solea con la guitarra. Los misterios abiertos son buena parte de la sal de la vida, que yo agradezco de antemano. Y repito: se sintió muy saladamente que esas canciones tenían que ver la luz. Es una fortuna para todos que así haya sido y que dos universos musicales, la canción y la música instrumental, se hayan unido en algo que genera cosas nuevas.

 

Foto de portada: Guillermo Giansanti y equipo.